'Tekken 8', un excelente juego de lucha con una historia ridícula
El actor Brian Cox, protagonista de 'Succession', resume en un vídeo promocional la trama de la saga, centrada en el odio entre padres e hijos.
En los últimos siete meses han salido al mercado nuevas entregas de las sagas de lucha por excelencia. Primero fue Street Fighter, luego Mortal Kombat y ahora le toca al turno a Tekken, que está tan orgullosa de mantener un mismo hilo narrativo desde la primera entrega que ha apostado por contratar a uno de los actores más prestigiosos y reconocidos del momento, Brian Cox (el patriarca Roy en la serie de HBO Succession), para resumirlo en un vídeo promocional tan grandilocuente como ridículo.
Ese vídeo promocional viene a encapsular las esencias de una saga que en muchos aspectos se consolida como una rémora de los 90, terca en sus postulados, narcisista e incorregible. La enésima edición del Torneo del Rey del Puño de Hierro ha comenzado. ¿Merece la pena inscribirse en las eliminatorias?
Tras años de enfrentamientos, rencores e intentos de asesinato, Kazuya Mishima consiguió al final de Tekken 7 (2015) acabar con la vida de su padre, Heihachi, y arrojar su cuerpo al cráter de un volcán. Con el líder del zaibatsu fuera de juego, pone en marcha sus planes para acabar con el orden internacional e imponer un nuevo orden mundial basado en los valores del übermensch.
Jin Kazama, el hijo de Kazuya y con quien comparte el gen demoníaco, intercepta su helicóptero en el campo de batalla en que se ha convertido Nueva York y los dos entablan un feroz combate. El duelo los lleva a transformarse en demonios y, una vez con esa fisonomía, Kazuya despacha a su hijo con un rayo de energía que devasta la ciudad. Luego dirige su mirada al cielo, destruye todos los satélites militares del planeta y convoca una nueva edición del Torneo del Rey del Puño de Hierro con el objetivo de dirimir qué países deben ser preservados y cuáles destruidos en su nuevo mundo.
Tekken 8 intenta seguir el esquema de Mortal Kombat a la hora de diseñar su modo historia, con una historia épica y costosas secuencias cinemáticas que aporten un contexto fundamental a una serie de combates cuerpo a cuerpo entre personajes de diseño maximalista. Los valores de producción son evidentes y ya desde el primer momento en Nueva York queda claro que Bandai Namco ha decidido tirar la casa por la ventana a la hora de recrear con máximo detalle el nivel de destrucción del que es capaz el villano de la trama. Por eso resulta tan descorazonador el nulo cuidado con el que han despachado el guion.
El mundo de Tekken es ridículo y absurdo como él solo, como corresponde a una saga firmemente enraizada en los albores de los juegos 3D, a mediados de los 90. Un oso, un panda y un luchador mexicano con una máscara de jaguar que solo se comunica con maullidos intervienen en las conversaciones y todos parecen entenderlos. Jin sube a la cornisa de un rascacielos con una motocicleta y luego la arroja a un helicóptero en los primeros minutos de la historia. Pura fantasía. Pero el género no debería ser óbice para escribir diálogos con un mínimo de rigor dramático y con personajes que exhiban comportamientos reconocibles en humanos.
Tekken 8 sufre de una profunda disociación. Por un lado, es un excelente juego de lucha, con muchísimo contenido (32 personajes jugables y una pléyade de modos diferentes), un apartado audiovisual muy sólido (cortesía del Unreal Engine 5) y un nivel de profundidad mecánica que hará las delicias de los apasionados del género, así como del circuito competitivo.
Por otro, como presentación dramática es un despropósito. Y es una pena, porque en esencia Tekken es un relato shakesperiano sobre el ciclo del abuso y la violencia entre padres e hijos, odios ancestrales, envidias y pactos mefistofélicos. Es Saturno devorando a sus hijos. Es Macbeth, Hamlet y Ricardo III.
Pero en Tekken Project (el estudio responsable) no han considerado necesario contratar los servicios de un guionista que supiera lo que hacía y que tratara de cumplir con un estándar actual, no con uno de hace tres décadas. Posee las cualidades del peor anime en un mundo donde Ataque a los Titanes, Makoto Shinkai o Hayao Miyazaki existen. Es decir, donde el anime se ha erigido en un formato dramático tan respetable como cualquier otro, por mucho que sus imágenes sean más arriesgadas e iconoclastas.
La pregunta podría ser: ¿Quién se acerca a Tekken para experimentar una narrativa de calidad? Pero es una pregunta abyecta en su formulación. El estudio ha invertido millones en su historia, aparte del pastizal que le habrán tenido que dar a Brian Cox para promocionarla.
Puede que todo sea parte del mismo chiste autoconsciente y jocoso, pero se antoja como una forma de excusar la falta de pericia o incluso la desidia. Si incluyen un modo historia, este debería estar al mismo nivel de calidad que todo lo demás, sin prebendas de ningún tipo. Hay decisiones arriesgadas que son muy respetables, como la de hacer que cada personaje hable en su idioma natal (más o menos), conformando una única versión donde se mezclan el japonés, el italiano, el francés, el inglés y el español y donde todos tenemos que leer los subtítulos. Pero las buenas intenciones quedan en barbecho si luego el texto es tan pobre.