'Indika', las tribulaciones espirituales de una joven monja en una Rusia metafísica
Un estudio kazajo nos propone un viaje lisérgico donde una joven debate sobre teología con el mismísimo demonio.
A Indika no la aprecian mucho en el convento. Sus inoportunas alucinaciones durante los rezos le hacen reaccionar con agitación y descocierto, provocando la irritación de todas sus hermanas, que intentan zafarse de ella encomendándole los trabajos más farragosos.
Tras un brote especialmente escandaloso, la madre superiora le encarga viajar hasta el monasterio Danilov con una carta para el obispo. Durante el trayecto, Indika se topa con los restos de un accidente ferroviario catastrófico. El tren estaba trasladando a unos convictos y uno de ellos, Ilya, la toma como rehén y la obliga a huir con él de los guardias.
El brazo izquierdo de Ilya está consumido por la gangrena, pero se niega a sufrir una amputación que le podría salvar la vida, volcando su fe sin embargo en el Kudets, una reliquia santa a la que las clases populares atribuyen la concesión de milagros y que se encuentra en esos momentos en procesión por la ciudad de Spasov.
Los dos, monja y recluso, atraviesan una geografía inhóspita donde la realidad y la ficción se confunden en una mezcolanza alegórica y donde el demonio susurra a Indika toda suerte de comentarios impropios de una mujer consagrada.
[Harold Halibut, un prodigio plástico de arcilla y animación stop-motion inspirado en Wes Anderson]
De vez en cuando nos llegan títulos sin ningún tipo de preaviso, de autores desconocidos y sin presupuesto de marketing alguno que consiguen abrirse camino gracias a una propuesta tan sumamente original que toda la industria se ve obligada a detenerse y prestar atención.
Odd Meter apenas tiene un rastro en internet y lo poco que he podido sacar en claro es que están afincados en Alma Ata, en la lejana Kazajistan, aunque parecen tener también una oficina en Barcelona, de alguna forma. Han sido editados por 11 bit studios, una editora polaca que está demostrando muy buen ojo con el reciente The Thaumaturge y la adaptación del libro de Stanislaw Lem que salió el año pasado, The Invincible.
Sea quienes sean los artífices de Indika, no queda más que congratularles por su voracidad creativa y su coraje desacomplejado que les ha llevado desarrollar una propuesta tan radical, una experiencia que utiliza todas sus armas (metalúdicas, literarias, visuales, etc) para ahondar en la psique profundamente dañada de su protagonista y en los vericuetos teológicos por los que discurre.
En un primer vistazo, Indika parece nutrirse de los paisajes nevados de Doctor Zhivago para la composición de sus encuadres, pero pronto nos damos cuenta de que la Rusia decimonónica no es más que la puerta de entrada a un universo mucho más atávico en su orografía, donde desastres naturales improbables rupturan la tierra con frecuencia y las dimensiones físicas de los objetos parecen regularse por estrambóticas leyes de perspectiva.
Nada tiene sentido, pero ni Ilya ni Indika parecen sobresaltarse en ningún momento por la extrañeza de sus fenómenos. En una fábrica dedicada a la conservación de pescado (en un ineludible guiño al nivel más celebrado de What Remains of Edith Finch), la maquinaria tiene una cualidad infernal, con grandes lenguas de fuego devorando el acero y por momentos se vislumbran auténticos leviatanes colgados de los garfios en perversa procesión.
Un monstruo peludo, más grande que un alce canadiense, les persigue por un molino en ruina y se refieren a él como un simple perro. Todo es desolador y pantagruélico, una imaginería entresacada de las pesadillas de los maestros surrealistas, con un énfasis especial en el miserabilismo estepario.
Hay retazos de Dostoievski, Tarkovski, Tolstoi y Turguenev, pero con una irreverancia postmodernista insoslayable que dota a todo el conjunto de una identidad propia. La voz del demonio está muy presente, un timbre sardónico que juega con los secretos inconfesables de su huesped y se mofa de su piedad performativa, adivinando la insinceridad subyacente.
Propone alambicados debates filosóficos repletos de falacias y trampas dialécticas en los que Indika cae sin remedio y luego trata de regurgitar a un Ilya desnortado que entiende la fe como un delirio voluntarista.
A través de una serie de flashbacks que adoptan el pixel art y un formato arcade ochentero, somos testigos de los acontecimientos que llevaron a Indika a tomar los hábitos con apenas quince años. Las revelaciones están acompasadas de tal manera que todo el brocado se deshace en el momento preciso, culminando en un final impactante que se despiega sobre la protagonista con una cueldad inusitada y acaso, merecida.
A pesar de su reducido metraje, Indika ahonda sus garras en nuestras carnes sin remisión, enfrascándonos en pesarosas meditaciones durante sus títulos de crédito que a buen seguro nos acompañarán durante mucho tiempo, como hace toda obra de arte que se precie.