'Star Wars Outlaws', los traicioneros bajos fondos de la galaxia
El juego de Ubisoft se centra en los aspectos más mundanos de la franquicia de Disney, lejos de los Jedi y la Fuerza, para abordar el mundo del crimen organizado.
La historia de Star Wars Outlaws se emplaza tras los hechos acaecidos en El imperio contrataca (1980), tras la apabullante derrota de los rebeldes en el planeta helado de Hoth. Kay Vess es una joven que malvive en un tugurio en el mundo de Cantonica, donde el líder de un nuevo sindicato del crimen, Sliro Barsha, ha asesinado a los de sus competidores para consolidar su poder. Empujada por las circunstancias, Vess accede a dar un golpe en la mansión de Sliro, pero al llegar a la cámara acorazada, en vez de dinero encuentran a un prisionero, revelando que todo era una misión de rescate de los rebeldes.
Vess exige un pago y es traicionada por sus compañeros, obligándola a robar la nave personal de Sliro con la que consigue escapar a duras penas hasta el mundo fronterizo de Toshara. Una vez allí, deberá congraciarse con los diferentes carteles para conseguir reparar su nave y escapar de la recompensa que Sliro ha puesto a su cabeza.
A diferencia de la saga Jedi de Electronic Arts, este Outlaws deja de lado los elementos místicos de la franquicia para sumergirse en el inframundo criminal, repleto de forajidos, cantinas destartaladas y poderosas organizaciones mafiosas.
Kay Vess es más Han Solo que Luke Skywalker. No quiere saber nada de los rebeldes y su noble lucha contra la dictadura fascista del imperio galáctico. Su único objetivo es prosperar a cualquier precio y eludir la cacería que han desencadenado contra ella.
El juego está mucho más preocupado por presentar su mundo y sus mecánicas principales durante la primera mitad que de hacer un meticuloso estudio de personajes. En Kay Vess se intuyen retazos de una infancia complicada y una dificultad manifiesta para confiar en nadie (algo que se ve refrendado con el devenir de los acontecimientos hasta un punto un tanto paródico), pero a todos los efectos sigue el patrón de pícaro callejero que a la hora de verdad se decanta por hacer lo correcto.
¿Y cuáles son esas mecánicas? Star Wars Outlaws tiene un poco de todo: pilotamos naves espaciales, disparamos blásters y lanzamos granadas desde posiciones de cobertura, escalamos acantilados, conducimos una moto por enormes parajes naturales, compramos y vendemos mercancía, tomamos decisiones para beneficiar a un grupo criminal u otro... Pero todo se sustenta sobre una base de sigilo.
Nos vamos a hartar de infiltrarnos en bases imperiales y en los cuarteles generales de las mafias para robar objetos o descubrir información valiosa y, salvo algunas excepciones como el palacio de Jabba el Hutt (la babosa gigantes de las películas), la gran mayoría sigue el mismo patrón.
Por suerte, el juego no se extiende más de lo necesario y sin muchas distracciones (que las hay, todo sea dicho) es posible llegar a los títulos de crédito tras 20 horas de aventuras en los 4 planetas que podemos visitar a nuestro antojo: la sabana africana de Toshara, una ciudad medieval congelada en Kijimi, los bosques nubosos de Akiva y el desierto de Tatooine. Más el prólogo en la urbe de Cantonica.
Quizá el mayor problema de Star Wars Outlaws es lo mucho que intenta abarcar y lo poco interesado que parece estar en despuntar en alguna de sus muchas facetas. Incluso el sustrato más sólido, el sigilo, acaba resintiéndose por culpa de una inteligencia artificial regulera y unas imprecisiones que pueden dar al traste con las infiltraciones más cuidadosas, generando una frustración que debería estar fuera de lugar en un título de estas características.
Ubisoft lleva más de una década sin prestar atención a Splinter Cell, pero es indiscutible que la saga era pura aristocracia del género, con las mecánicas de sigilo más depuradas y profundas de la historia de los videojuegos. Algo de eso hay aquí y entiendo que están obligados a ir a por un público masivo con un juego de estas dimensiones, pero es inevitable lamentarse por lo que a todas luces es una oportunidad desaprovechada.
A todo esto hay que sumarle que el juego ha salido en un estado técnico francamente mejorable, con muchísimos bugs que, si bien no han llegado a amargarme la vida, sí han resultado muy molestos, hasta el punto de tener siempre la sospecha de que si una puerta no se abría podía ser porque había un puzle que no había conseguido resolver o porque algún error del código me impedía progresar. Las cosas se irán solucionando en sucesivos parches, pero resulta un tanto descorazonador que las compañías sigan considerando aceptable lanzar productos al mercado con estas taras.
Después de unas primeras horas en las que Kay deambula por Toshara sin un rumbo específico, el juego consigue entrar en foco con la irrupción de ND5, un robot comando que se acomoda en su nave para vigilarla mientras se enfrascan en la misión de reclutar a un equipo de garantías para acometer un gran golpe. Entran en escena personajes mejor construidos, conflictos de lealtades y situaciones dramáticas con muchísima más enjundia.
De entre todas ellas destaca las que tienen lugar con su madre, Riko, que la abandonó cuando era una adolescente por no poderle seguir el ritmo y haberla puesto en peligro con sus torpezas. Riko es un personaje con mucho potencial. Vive con las consecuencias de sus acciones y no parece sufrir mucho por ello, revelando una personalidad narcisista contra la que Kay se puede enfrentar sin miramientos. Pero como en todo lo demás, el juego es incapaz (o se niega) a la hora de ir hasta el final, de exprimir al máximo las bases que ha dispuesto durante toda la trama para llegar hasta corazón palpitante de ese dolor.
Star Wars Outlaws está repleto de traiciones, pero ninguna afecta a Kay demasiado porque tiene todo un doctorado con la traición que le infligió su propia madre. Y cuando llega la hora de la verdad, cuando puede poner todo negro sobre blanco, decide pasar página, privándonos a la audiencia de una catarsis muy necesaria.
Es imposible no comparar las dos superproducciones de Star Wars que han salido en poco más de un año, a pesar de que sus propuestas mecánicas sean tan dispares. A diferencia del Jedi Survivor (2023) de Respawn, Outlaws adolece de una crisis de identidad que le lleva a probar suerte en demasiados apartados sin destacar en ninguno, contentándose con ser meramente funcional.
Algunas de sus ideas son francamente brillantes (el minijuego rítmico para hackear puertas o el maravilloso diseño de Nix, la simpática criatura que acompaña a Kay en todo momento) pero ninguna tiene la incidencia suficiente como para elevar un conjunto que demasiadas veces parece haber sido diseñado por comité.
Lo que aquí tenemos podría constituir una base sobre la que construir una secuela mucho más enérgica, pero las finanzas de Ubisoft son tan inciertas en este momento que la posibilidad parece cuanto menos exigua. Los más fanáticos de la franquicia creada por George Lucas le sacarán partido, pero los descreídos quizá deberían abordarlo con más cautela.