Triunfo absoluto de la temporada 2 de 'Arcane', la serie del videojuego 'League of Legends'
- Fortiche y Riot finalizan la historia con nueve episodios que rompen todos los moldes y coronan a la serie como la mejor adaptación de videojuegos de todos los tiempos.
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El estudio de animación francés Fortiche y Riot Games, los artífices del fenómeno League of Legends, se embarcaron en 2015 en un proyecto sin parangón. En vez de buscar a un colaborador que tuviera experiencia sobrada en animación para televisión, Riot optó por confiar en Fortiche, con los que habían trabajado para pequeños cortos promocionales a lo largo de los años, para llevar su universo al gran público, dotándolo de una faceta narrativa a la que el juego en sí apunta pero no incluye.
Tras seis años de duro trabajo, la primera temporada debutó a finales de 2021, deleitando a propios y extraños con una historia trágica sobre el conflicto creciente entre dos ciudades y dos hermanas. Ahora, tres años después, ha aterrizado la segunda y última temporada, elevando absolutamente todos los méritos de su predecesora. En total, los 18 episodios que componen Arcane han costado la friolera de 250 millones de dólares y casi una década de trabajo. Y el resultado final no solo ha estado a la altura, sino que ha sido capaz de exceder todas las expectativas.
Después de la impactante conclusión de la primera temporada, cuando Jinx bombardeó el Consejo de Piltover, las dos ciudades se enfrentan en una guerra abierta. El descabezamiento de los líderes en ambos lados provoca un vacío de poder que actores sin escrúpulos aprovechan para hacer avanzar sus propios intereses.
Ambessa maniobra para colocar a Caitlyn Kiraman como comandante, alimentando un odio incandescente por el asesinato de su madre que le lleva a reclutar a Vi para la causa, sobre la que pesa un enorme sentimiento de culpa al ser su propia hermana la responsable de semejante devastación. Las dos parecen destinadas a enfrentarse en un duelo mortal, pero fuerzas arcanas se revuelven en los márgenes, dispuestas a jugar su papel.
Lo primero que hay que apuntar es que esta segunda temporada no va por los derroteros que podríamos haber intuido hace tres años, con una Jinx que parecía abrazar por completo su identidad como villana irredimible. Es una decisión arriesgada y ciertamente cuestionable, pero imprescindible para conducir a la narrativa por un sendero mucho más estimulante.
Hay una cierta brecha en la psicología interna del personaje que, por supuesto, Fortiche se ha cuidado de justificar de manera más o menos convincente al ponerle a cargo de una niña muda. Isha permite a Jinx superar sus traumas y su enfermedad mental y evitar al mismo tiempo el descenso al nihilismo más atroz. Es una solución demasiado efectiva y conveniente como para aceptarla sin más, pero gracias a ella la serie consigue pivotar con éxito hacia un conflicto mucho más amplio, complejo y con una mayor resonancia emocional para todos los implicados.
Aunque en el centro gravitacional de la serie siguen estando las dos hermanas, Vi y Jinx, esta segunda temporada eleva el rol de los demás actores del conflicto. Jayce se ve desposeído de todos sus privilegios y se ve obligado a arrastrarse por el barro en una odisea interior que lo transforma por completo. Mel entra en conflicto con su madre, Ambessa, cuya creciente influencia en los asuntos de Piltover amenazan con desestabilizar del todo la situación.
Ekko especialmente recorre un arco cargado de significado al verse expuesto a una realidad alternativa donde el desastre del fallido rescate de Vander se pudiera haber evitado. Y lo mismo se puede decir de Victor, Caitlyn y Heimerdinger, que sufren unas transformaciones, en ocasiones de forma literal, que los conducen a un estado con el que los jugadores de League of Legends estarán más familiarizados.
Desde el punto de vista estético, Fortiche se ha liberado de cualquier atadura que pudiera tener y ha optado por tirar la casa por la ventana, arriesgándose con experimentos visuales que expanden su vocabulario de maneras sorprendentes. Abundan las escenas de acción trepidante donde la influencia del anime más vanguardista y su pasión por las luces y el movimiento quedan patentes, pero han dedicado el mismo esfuerzo a los momentos más recogidos.
Es de justicia destacar una secuencia de baile a ritmo de Stromae donde optan por un acabado con acuarelas y transiciones sincopadas entre los frames, otorgando un regusto stop-motion muy característico que sobre el papel no debería haber funcionado, pero que se erige como una de las secuencias más conseguidas de toda la serie, que ya es decir.
El virtuosismo pictórico es evidente en cada imagen, pero todo está al servicio de la historia, de la expresividad de los personajes ya sea en momentos de catarsis o en reflexiva contemplación. Cada línea afilada del ceño, cada remache de metal de las vestimentas o cada gota de sangre fluyendo como una lágrima rebelde por un rostro tatuado rinden pleitesía al mismo propósito narrativo.
Llevamos unos años ya disfrutando de unas adaptaciones a cine y televisión de videojuegos donde por fin se han conjugado el respeto al material original, el talento entre bambalinas y el presupuesto necesario. Esta confluencia de factores nos han deparado obras sobresalientes como The Last of Us o Fallout, entre otras. Sin embargo, Arcane consigue superarlas a todas. Que sea una obra de animación no debería conducir a rechazos preventivos.
Es una auténtica obra de arte, valiente y estimulante, que toma decisiones arriesgadas y no teme ahondar en los resquicios más oscuros de la psique de unos personajes muy complejos y trabajados. Es una serie exigente, con varias tramas que se superponen en los mismos escenarios y discurren de manera paralela hasta el final, cuando confluyen en un clímax desatado de violencia y catarsis personal.
Ella Purnell y Hailee Steinfeld vuelven a brillar como Jinx y Vi, pero todo el reparto luce a un nivel espectacular. Una vez entramos en el pacto de ficción que Fortiche y Riot nos proponen, los superlativos se amontonan con tanta rapidez que empiezan a carecer de sentido. Simplemente brillante.