Hace varias semanas sucumbimos al hechizo de la música que la británica Mica Levi entregó para Under the Skin, la estupenda tercera película de Jonathan Glazer. Desde el primer momento surgió la necesidad de fijarnos en la singular trayectoria de esta esquiva y extraordinaria creadora británica, pero ahora que sabemos que su subyugante BSO no será mencionada en los Oscar ni tampoco ha logrado el premio BAFTA para el que estuvo nominada, ha llegado el momento de escribir. La misma nominación a esos premios británicos, las críticas entusiastas de ese primer y único encargo cinematográfico de Levi, o los diversos galardones que sí ha recogido (como el de mejor compositor/ra de los Premios del Cine Europeo del pasado diciembre), indican tanto lo difícil que le ha sido a la gente del cine ignorar la partitura-sonido de Under the Skin como lo incómodo que puede resultar el lugar que ocupa Levi en la música actual.
Uno no tiene más que comparar la obra de Levi con la del resto de nominados en estas dos destacadas distinciones del cine anglosajón para saber que se encuentra ante otra cosa: una música rompedora y posiblemente perdurable que enseña caminos nuevos para la anquilosada industria del ampuloso coloreo de sueños en pantalla grande. Ni el vencedor en los BAFTA y favorito para los Oscar, el lustroso pastiche “folk-europesco” ensamblado como un preciso mecanismo de relojería por el siempre perspicaz Alexandre Desplat para El gran hotel Budapest, ni la otra obra firmada por este autor el año pasado, el más delicado y en cambio más potente score para The Imitation Game, ni la por momentos (cuando más cósmica y sutil) emocionante partitura de órgano de un Hans Zimmer cerca de su mejor forma para Interstellar, ni la indudable belleza de la preparada por Jóhann Jóhannsson para La teoría del todo, son composiciones dudosas. Todas cumplen con efectividad su papel de secundar el movimiento de las imágenes e incitar emociones en el espectador de forma inconsciente. Pero ni ellas, ni siquiera esas otras más marginales pero aún así bastante reconocidas como la bendita e incauta anomalía que es el solo de batería de Antonio Sánchez para Birdman o la colaboración entre Trent Reznor y Atticus Ross para Perdida (ésta algo más excluida de las grandes quinielas), están cerca de la altura de lo perpetrado por Mica Levi. Y es que no existe dentro de ese grupo de escogidas músicas para cine de los pasados meses una obra que muestre con tanta claridad una realidad musical y una actitud distinta a las conocidas y resobadas, que trascienda de forma rotunda el cliché. En ese lugar de las bandas sonoras al uso donde cuesta distinguir el sonido de unas y otras e incluso por momentos cuesta diferenciar algunos de sus carísimos sonidos orquestales reales de los que son fáciles de generar con un ordenador y un buen banco de samples, ML opta por su contrario: aumentar el grano, seguir las enseñanzas de los últimos grandes aventureros de la música orquestal y mezclar todo ello con lo que se puede sacar del techno, del hip hop y el grime y de todo el Pop de alma punk. Sus fragmentos de viola no demasiado bien tocada por ella misma que luego manipula estirando, contrayendo, cambiando el tono con herramientas de edición de audio son esenciales para multiplicar la película y sus pads de cuerdas de mentira que emulan los de las cantaditas techno, invierten los papeles tímbricos de lo orquestal. Su composición, posiblemente la más notable música para cine de los últimos años, no podía ganar los BAFTA ni podía estar en los Oscar. No por una cuestión de rareza, de gusto, sino porque esa primeriza extraña y que tan mal posa en la alfombra roja posiblemente habría puesto en evidencia todo un sistema de cosas.
La música de Under the Skin es bastante más que una banda sonora excelente que se acopla a la historia, el fondo y las formas del filme realzándolos. Es capaz de multiplicar las lugares donde impacta su película a un nivel que recuerda al Herrmann de Psicosis o Vértigo, al Badalamendi de Twin Peaks o Una historia verdadera o al RZA de Ghost Dog, por mencionar ilustres ejemplos con los que las formas de Under the Skin no tienen excesiva relación pero con los que comparte el tratarse de construcciones que pasan de ser un aroma que nos adhiere a la imágenes y los ritmos del relato para convertirse en el conducto para la sangre (cuando no la misma savia) de una película que se vuelve otra reflejándose en su sonido: músicas que aportan claves distintas de interpretación, matices psicológicos y hasta visuales a lo que esas imágenes trasladan por sí mismas.
De hecho, las comparaciones de la música de Levi han sido con las piezas de Penderecki y Ligeti de las que tan inteligentemente se valió Kubrick en 2001: una odisea en el espacio o El resplandor. Y con razón, pues es con tal clase de compositores de música contemporánea de concierto de las últimas cuatro décadas del siglo XX con lo que cabe emparejarla. La misma autora ha reconocido que, si bien se mantuvo intencionadamente aislada de cualquiera de esas influencias durante el proceso de composición, es inevitable establecer vínculos de su partitura con ellas y, de forma más precisa, con las técnicas aleatorias del cuarteto Tetras de Xenakis, que junto a tópicos de euphoric techno y los usos musicales de los clubes de striptease, sí habrían sido tomadas conscientemente.
Levi conoce muy bien esa clase de música intrépida, grave y oscura para el gran público de Penderecki, Ligeti, Xenakis, y también la de Scelsi, Feldman o Cage, porque tiene una formidable formación clásica. Estudió violín desde los cuatro años y luego prosiguió con esos estudios en la Escuela Purcell junto con los de viola y composición, que finalizó, beca mediante, en la Escuela Guildhall de Música y Drama. De hecho, el compositor y comisario Mark Anthony Turnage le encargó una pieza para ser interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres que estrenó en 2008 en el Royal Festival Hall cuando sólo contaba 21 años (ella entregó Interfear, ocho minutos de disonancia abrasiva inspirada en los pitidos y ruido blanco de radio que surgen al intentar sintonizar una emisora pirata) y se ha convertido en la compositora/tor más joven en ser invitado al programa de artistas en residencia de toda una institución artística como el Southbank Centre, donde volverá a estar en junio de 2016 como parte de un programa en torno al concepto de deep minimalism junto con la creadora de éste, Pauline Oliveros, así como Meredith Monk, Galina Ustvolskaya y Éliane Radigue, nada menos. Pero todo esto quizá sorprenda al público que conoce a Mica Levi como Micachu, una infrecuente y sorprendente cantautora y productora de pop estrábico y especial nacida en Guildford, al suroeste de Londres, y autora de varios discos para el sello Rough Trade. Tanto por su cuenta como su banda Micachu and The Shapes (es decir junto a Raisa Kahn a los teclados y Marc Pell a la batería), Levi es autora de LPs como el celebrado debut Jewellery producido y auspiciado por Matthew Herbert en 2009, doce cortes breves donde se mezclan melodías de pop británico pluscuamperfecto con choques entre electrónica sucia y sonidos acústicos en baja fidelidad junto con instrumentos inventados y uso de utensilios corrientes que suenan (como una aspiradora).
O el más reciente Never (2012), mayúsculo pop de banda ruidosa hecho con retales donde las múltiples reminiscencias sixties (Beat, girl-bands, Soul, jazz flotante, bubblegum, Beatles, Kinks, BBC Workshop, Pink Floyd…) y del punk y postpunk se interceptan al aplicar muy a su manera técnicas propias de la música electrónica.
De hecho, puede decirse que su trabajo para Under the Skin se sitúa en cierto lugar contiguo a las piezas más lentas y atmosféricas de Never y desde luego parece hermano del LP anterior: ese Chopped & Screwed publicado en 2011 y no suficientemente valorado como la gran obra que es. En él Micachu and The Shapes trabajaron codo con codo con la London Sinfonietta Orchestra (una de las orquestas europeas más destacadas en la interpretación de música Contemporánea) y tocaban instrumentos inventados por ellos y David Sylvester, intentando, como bien dice su título, aplicar las técnicas de recorta y pega de DJ Screw y su sonido de melaza bañada en codeína. Este álbum, en realidad grabación en vivo, está considerado como el primero de “Clásica” que publica Rough Trade, si bien desde nuestro punto de vista no puede considerarse más que como pop muy avanzado a su tiempo, inaudito hasta lo marciano y afín a los postulados hipnagógicos que pueden ir de Gonjasufi a Actress y al retorcimiento de fragmentos melódicos de un, digamos, Aphex Twin. Música de nuestro planeta visto por el otro, el visitante, donde los timbres acústicos (siguiendo la receta de un admirado Harry Partch) son tratados como samples o sonidos generados electrónicamente.
Luego, si uno va a la letra pequeña del CV de Levi se encontrará con otras riquezas y matices como varias mixtapes (desde 2006 con la primera Filthy Friends) donde colabora con otros productores como el londinense Kwes. La más reciente es un ejercicio de ambient alucinógeno y melancólico llamado Feeling Romantic Feeling Tropical Feeling Ill, que tampoco se encuentra lejos de Under the Skin.
Por supuesto, sin olvidar sus trabajos como productora, que es el caso de esos dos magníficos EPs para su vieja amiga, la cantante de R&B pocho Tirzah, I’m Not Dancing (2013) y No Romance (2014), con bases tan lo-fi y rollo de bajo presupuesto como adictivos resultados.
Decíamos que puede sorprender que la misma Mica Levi que en enero dirigió una orquesta de 25 músicos interpretando Under the Skin en el Regent Theater de Los Ángeles y el pasado domingo tocó invitada por el artista Christian Marclay en el contexto de la última exposición de éste en el White Cube Bermondsey (Londres), esta semana actúe con Tirzah, Dan Deacon y Clap! Clap! en la sede londinense de Boiler Room y en marzo lo haga en The Cube Cinema de Bristol mostrando un proyecto de residencia con Micachu and The Shapes donde se llamarán Good Sad Happy Bad y, además de música en directo, habrá karaoke, mezclas de vídeo, juegos con entrevistas y un programa de cine. Y sin embargo toda esa trayectoria explica a la perfección con qué clase de inventora musical nos estamos jugando los cuartos. Mica Levi es una de esas personalidades donde se reúnen y fusionan fuerzas que suelen considerarse dispares, alguien que sirve de puente entre lugares que el imperativo del negocio musical separa hasta volver contrarios, adversarios, enemigos. Representa todo eso que no pasa por el filtro de la industria y que extrae materiales de los más diversos ambientes o panoramas musicales, con los que siempre acaba dando forma a una lanza afilada capaz de clavarse en los oídos. Es alguien que escarba más allá de la superficie del terreno pisado y profundiza en ese tumulto confuso de todo lo que es audible, esa materia prima revuelta que en realidad es la sustancia de cualquier música. Dicho de otra manera, su noción es un vehículo que nos comunica con lo que trasciende a las barreras, el sonido de lo vivo que puede mágicamente convertirse en música. Y además es, naturalmente, una extranjera en todos sitios, una especie de advenediza. Alguien que rechaza los cánones por bien que sea capaz de simularlos. Alguien que no acaba de encajar en ninguna escena delimitada, también por ese motivo. Esa parece la clave del mayúsculo acierto de Jonathan Glazer y su colaborador, el supervisor musical Peter Raeburn, a la hora de elegir a y trabajar con ML. Sólo alguien de las afueras musicales, completamente ajena a las reglas de la música para cine, podía entender lo que su película necesitaba. La irrepetible música para Under the Skin no sólo profundiza bajo la piel del personaje interpretado por Scarlett Johansson sino también bajo la piel musical de la misma Levi, ese lugar donde late cierto pop experimental, ciertamente alternativo, que seguramente pocos de los compositores de música para cine conocen. En todo caso, no parece fácil que esta colaboración cinematográfica vuelva a darse. Seguramente la joven compositora inglesa no resultaría eficaz componiendo para filmes como El gran hotel Budapest, Interstellar o La teoría del todo. De momento, la singularidad de Under the Skin, además de ella misma, nos deja el poder resituar el valor de una creadora que seguramente necesitaba un foco más cerrado para ser mejor comprendida. Desde este lado del Pop sólo cabe esperar la próxima obra de Mica Levi, Micachu o Micachu and The Shapes, confiando en que traiga como estímulo algo sacado de debajo de la piel de su experiencia cinematográfica. Desde el convencimiento de que lo alternativo necesita mirar hacia otros lados, buscar fuera de sí, posiblemente estemos ante una de las mejores embajadoras y transmisoras posibles.