La experiencia es tan mágica como improbable. Hasta hace poco más de un mes, el visitante empezaba a recorrer el pasillo oscuro de La Curva, la célebre sala de exposiciones del Barbican Centre de Londres, escuchando el rumor del agua a lo lejos. En unos metros, iluminado por un potente foco, sobre una plataforma elevada se topaba con cien metros cuadrados de chaparrón, una potente lluvia que caía desde el techo, y que tendría que cruzar para abandonar el espacio por el otro extremo. Al pisar la plataforma, el agua dejaba de caer justo en el punto en el que se situaba el visitante. Protegido por una fuerza invisible, podía moverse por un punto y otro del espacio sin mojarse, mientras no paraba de llover a su alrededor. Tras cinco o diez minutos podía abandonar el espacio rodeado por la lluvia pero totalmente seco, a no ser que fuera completamente vestido de negro. A esta instalación llamada Rain Room no le gustan los visitantes vestidos de negro.
Quien quiera cruzar la lluvia sin mojarse y enfrentarse a las colas interminables que provoca tiene una nueva oportunidad a partir de hoy y hasta el 28 de julio en Nueva York. La Rain Room se presenta en el PS1 del MoMA como parte de Expo 1: New York, un programa de intervenciones en todos los espacios que el museo posee en la ciudad, que explora las tensiones ecológicas y medioambientales a comienzos del siglo XXI.
Desde que Olafur Eliasson consiguió meter el sol en la Sala de las Turbinas de la Tate con su memorable Weather Project, ningún artista había conseguido manipular los elementos básicos de la naturaleza dentro de la sala de exposiciones con tanto éxito como rAndom International, un estudio de diseño de interacción británico. Su Rain Room (“habitación de la lluvia”) ha batido récords en este espacio del Barbican londinense, con más de 75.000 visitantes en cinco meses. En sus últimas semanas, quien quisiera experimentar el proyecto en primera persona tenía que hacer hasta doce horas de cola. La apabullante respuesta llevó a los responsables del centro a abrir la sala hasta la 1 de la madrugada en sus días finales, pero la visita a la Rain Room es por definición una experiencia exclusiva. La pieza sólo funciona técnica y artísticamente si hay un máximo de seis personas en su interior, y estos pueden pasar de cinco a diez minutos explorándola.
No hace falta decir que desde una perspectiva técnica el proyecto es un logro impresionante. La instalación funciona a partir de cámaras que mapean en tres dimensiones la posición de los visitantes sobre el espacio, y un ordenador que controla la salida de agua desde el techo, dividido en secciones de veinticinco por veinticinco centímetros. Al moverse por el espacio, el visitante “bloquea” con su presencia la salida de agua sobre el espacio que pisa. El resto de la instalación seguirá lanzando mil litros de agua por minuto, en un circuito cerrado que la filtra y la recicla.
Fundado en 2005 por tres antiguos estudiantes del Royal College of Art, rAndom International está compuesto por dos alemanes (Hannes Koch y Florian Ortkrass) y un británico (Stuart Wood). Algunos de sus proyectos anteriores habían obtenido una buena repercusión, como Audience (2008), un campo de espejos robotizados que giran sobre sí mismos, siguiendo al visitante a medida que camina entre ellos. En Audience la retroalimentación entre visitante y sistema informático es absoluta: cuando caminamos nos convertimos en el agente que activa la pieza, y ésta nos obliga a observarnos a nosotros mismos.
El trabajo de rAndom International es absolutamente representativo del de una generación y una escena que ha convertido a Londres en la capital mundial de la interacción digital como estrategia para producir experiencias estéticas tan sofisticadas como populistas. Al igual que otros nombres como Troika, United Visual Artists o Marshmallow Laser Feast, rAndom International trabajan con un pie en el territorio comercial, realizando proyectos para instituciones o marcas, y otro en su propia trayectoria artística. Ya tienen galería y están empezando a hacer carrera en el territorio del mercado del arte, tradicionalmente antipático y poco receptivo a la escena digital. Más interesante que esto, en cualquier caso, es la posición que ocupan dentro del mundo tecnológico londinense, la zona geográfica y sector económico bautizado como “Silicon Roundabout”. Estos colectivos y estudios han propiciado una confluencia entre sector artístico y cultural y economía digital que no se ha dado nunca, a pesar de múltiples intentos, en Silicon Valley. Mientras en California los millonarios fundadores de Start Ups siguen comprando warhols, si es que invierten en arte, Silicon Roundabout ha conseguido generar también una determinada escena artística a su alrededor.
De alguna manera, la Rain Room es una reivindicación casi clasicista de los valores centrales del arte interactivo tal y como lo entendieron desde los 90 algunos de sus artistas más significativos, de Daniel Rozin y David Rockeby hasta Rafael Lozano-Hemmer. El acto ilusionista de crear con la tecnología un efecto sorprendente es la manera de provocar un acto de comunicación entre usuario y sistema, un loop de retroalimentación que, a través de inputs y outputs, nos libera para explorar sin prejuicios las posibilidades tanto de la experiencia como de nuestro cuerpo y nuestra expresividad. Las mejores piezas interactivas son aquellas en las que sentimos que nuestro comportamiento activa y modifica el sistema, pero en realidad es el sistema el que activa y nos da permiso para modificar nuestro comportamiento.