Tiene que haber verdad y conocimiento en un documental-retrato de Jean-Luc Godard que empieza con plano semejante: el cineasta en la orilla del Lago Lemán, filmado a cierta distancia.
Es un plano extraído de su película JLG/JLG: autoportrait de decembre (1995). Un momento que se encuentra entre los más conmovedores de esa extraña película, escondida en una inabarcable filmografía de más de un centenar de películas, y donde se autorretrató en su casa-laboratorio suizo esencialmente como un hombre solitario. Luego sigue, blanco sobre negro, la última de las frases de su filmografía, que termina con la palabra “esperanzas / expectativas”.
Cuando Cyril Leuthy estrenó el documental Godard Cinema (Godard seul le cinéma) en el pasado Festival de Venecia, y que ahora ha incorporado Filmin a su catálogo, no sabía que El libro de las imágenes iba a ser su último filme, por más que pudiéramos sospecharlo. Pero la película tiene en todo momento el tono y la intención de una liturgia funeraria.
Su ambición es la de ofrecerse como la película que comienza en el mito para desvelar al ser humano, y hay una aspiración en ello de ser definitiva, destinada a todos los públicos (cuando el cine de Godard nunca lo estuvo, ni siquiera en sus periodos de mayor popularidad), cuya visión no podamos contradecir.
Su propósito es el de narrar al hombre desde los pasos del artista, y establecer un trayecto legible, un relato comprensible, con sus causas y efectos, quizá así desentrañar el aura de misterio que siempre lo rodeó. Bajarlo a la tierra para que los mortales puedan entender las búsquedas (y sus efectos y frustraciones) de un artista total, inmortal, que en cierto momento se vio a sí mismo como alguien completamente al margen de la especie humana.
Sabemos de partida que esta aspiración del documental de Leuthy, por más interés que despierte y a pesar de sus no pocas virtudes, es virtualmente imposible. La persona y su obra se construyen a partir de la perpetua insumisión, la radicalidad y no pocas contradicciones, aparte de su creatividad múltiple, mutante y poliédrica, y acaso cualquier retrato honesto del cineasta deba serlo desde ese lugar… también imposible.
En el territorio de la biografía y los estudios cinematográficos, varios autores lo han intentado: Antoine de Baecque, Colin MacCabe, Richard Brody, Alain Bergala, Paulino Viota… Algunos de ellos participan en este documental con sus testimonios. Todas las lecturas que han hecho son brillantes. Y todas distintas entre sí.
No hay verdad unívoca respecto a la figura godardiana, y acaso solo el periodo seminal de su obra en los años sesenta, como emblema de la Nouvelle Vague (de Al final de la escapada a Week-end), sin duda el más estudiado por su cualidad mítica y revolucionaria, es el que admite cierto canon interpretativo, por otro lado bien presente (y narrado) en la película.
Es muy apreciable en todo caso el trabajo de Leuthy en su investigación, en el tratamiento o análisis de las imágenes del cineasta, en cómo ordena cierto archivo y contrasta testimonios de distintas personas que formaron parte de la vida profesional (no la personal) de Godard. Queda bien reflejada la trascendencia de las tres “Anas” en su vida y obra (Karina, Wiazemsky y Miéville), que intervinieron como musas, camaradas y co-creadoras, y el modo en que lo sentimental y lo político, lo personal y lo profesional no son compartimentos estancos en su biografía.
Es brillante el modo en que construye la dimensión de un cineasta absolutamente poseído por las posibilidades de su arte, por su fe en el audiovisual, y cómo esa obsesión hizo de él un ermitaño impredecible, un creador con tantos feligreses como detractores, alguien a quien solo se puede odiar o amar.
Es muy respetable también el modo en que consigue aunar el rigor con el relato legible cuando el filme llega a los periodos más complejos y controvertidos de su carrera: los años de fiebre maoísta y los años de la experimentación con el vídeo. Los periodos más invisibles de su filmografía, antes de su regreso a la producción en cine, a los grandes festivales, a la conexión con el público de su tiempo en obras como Sálvese quien pueda (la vida) (1980), Passion (1982) o Yo te saludo, María (1985).
Godard Cinema consigue dotar de emoción el relato de una vida dedicada a explorar el poder del cine, y culmina allí donde sin duda alcanzó su cima como creador: la epopeya de las Histoire(s) du cinéma. Por motivos que me intrigan especialmente, el relato se detiene ahí, no quiere ir más allá o no puede hacerlo.
Es algo muy sorprendente en el filme, debido a su vocación totalizadora (no es un documental que se haga demasiada preguntas, más bien trata de dar respuestas), es como si nos hubieran hurtado los últimos 25 años (al menos 20 minutos más de película) en la vida y la obra del genio franco-suizo. Años de creación que no son en ningún caso despreciables, pues en ellos llevó al extremo su poética de la intertextualidad, y siguió investigando las posibilidades de la imagen a partir de su conversión al cine digital a partir de Elogio del amor (2001) y Notre musique (2004), obras muy hermosas, incluso el asombroso uso estereoscópico en Adiós al lenguaje (2014).
[Muere el director de cine Jean-Luc Godard, figura clave de la Nouvelle Vague, a los 91 años]
Ese último periodo en su obra, como el más libre y radical de los cineastas, no es una mera coda a su filmografía. Es una parte tan importante en sus conquistas como las que le preceden, cuando el cine, su cine, entró en los museos y en contacto con los espacios del arte contemporáneo, cuando explotó su cualidad absolutamente multidisciplinar.
Quizá ese hiato en la película, ese vacío, es la evidencia de que el arte de Godard siempre ha ido al menos veinte años por delante del resto, de su propio tiempo, y aún no se ha tomado la perspectiva necesaria para acotar su alcance. Quizá fue algo así de lo que acabó convencido Cyril Leuthy en su interesante exploración del mito, su imposible búsqueda del hombre (o el niño traumatizado) que había detrás, y del verdadero alcance de sus logros en la historia del cine