En inglés, el saltamontes no salta montes, sino solo hojas de hierba: grasshoper, lo llaman. "Have you a burden, grasshoper?", decía siempre el maestro ciego a David Carradine en la serie Kung fu. El doblaje español añadía "pequeño": "¿Te preocupa algo, pequeño saltamontes?". Pero el grasshoper del que hablo hoy no salta hierbas ni montes, sino planetas. Si algún día llegamos a Marte será gracias a él. "Grasshoper" se llama el último logro de Elon Musk, un físico y economista estadounidense de origen sudafricano que se hizo hipermillonario a los veintipico creando y vendiendo PayPal. Entonces fundó SpaceX para revolucionar el transporte espacial y, eventualmente, ir a Marte, que era su sueño desde niño. Un personaje, el tal Elon. No por imaginar todo esto, sino por hacerlo. Su cohete, el Falcon 9, envía ya cosas al espacio por la décima parte del coste que los demás. En los telediarios hemos visto hace unos meses su cápsula Dragon, un vehículo privado que aparca en la Estación Espacial Internacional como si tal cosa. Pero aún no ha salido en el telediario la obra maestra de Musk: el Grasshoper, que es una especie de Falcon 9 con patas. Todavía está en fase experimental, pero su misión es hacer la gran revolución.







En el medio siglo que llevamos yendo al espacio, cada viaje se ha hecho con un coste que da náuseas. A la Estación Espacial -que la gente piensa que está lejísimos, pero no, está a 300 kilómetros, como de Madrid a Teruel- vamos en cohetes de un solo uso. Es como si para ir a Teruel me comprara un Seat Ibiza y nada más volver a Madrid, lo tirara por un barranco. Y si pasado mañana vuelvo a viajar, me compro otro coche. Al espacio viajamos así, tirando al barranco el cohete (en realidad, abrasándolo en la reentrada), solo que no vale 10.000 euros, como mi coche, sino cientos de millones. Elon Musk pensó que así no vamos a ningun lado, y a Marte, desde luego, no. Está decidido a construir un cohete que vuelva entero, y no que se estrelle en el mar, donde el acero se corroe en seguida, sino que se pose mansamente en la misma base de donde salió. Eso es lo que hacía la lanzadera espacial, diréis. Sí, pero aquello no era un cohete, sino un avión y era espantosamente caro. Musk quiere quitarle 2 o 3 ceros al coste de cada lanzamiento. Aquí veis cómo lo imagina él: con las dos fases del Falcon 9 y la cápsula Dragon regresando a casa, intactos, listos para viajar otra vez a las pocas semanas.







El primer paso de todo esto es el Grasshoper, que ha hecho ya varios vuelos experimentales. Vedle aquí despegando en medio de un anillo de fuego, subiendo 80 metros, cerniéndose ahí arriba un minutillo, cual águila real, y aterrizando de nuevo, despacito. Parece fácil, pero es dificilísimo. Nadie lo había conseguido antes, ni la NASA, ni la ESA, ni la otra. El único pero que le pongo al vuelo del Grasshoper es la parte musical. Musk no solo satura el vídeo con la canción The Ring of Fire de Johnny Cash, sino que monta en las patas del aparato un muñeco con sombrero tejano, que se supone que es el propio Johnny Cash, vigilándolo todo cual capitán de barco en el castillo de popa. Fijaos bien y lo veréis. No es que no me guste el country, pero esto es demasiado.