[caption id="attachment_237" width="150"] Antonio Gallego[/caption] El cruce de las artes gusta siempre. Para un poeta o un pintor, arrimarse a la música es darse el gusto de despegar de la Tierra que habita, barrotada de significados, y asomarse a un espacio ingrávido en el que los significantes flotan puros, sin significar nada, sin ataduras, no strings attached, como dicen los ingleses cuando prometen sexo limpio, sin afectos. Para un músico, apoyarse en textos o en imágenes es darse el gusto de escapar del vacío interestelar que habita, encarnarse, dejar un rato de ser tiempo para ser espacio y, por una vez, poder decir algo que se entienda. Otra forma de cruce, que también da mucho gusto, es la del espectador, cuando lee o mira con oído músico o cuando oye con mirada poética o plástica. Eso, otro día. Hoy solo quiero levantaros una liebre —jugosa como todas las suyas— que Antonio Gallego publicó hace poco en la revista Mercurio y que viene a ser un menú degustación de cruces literariomusicales. Se titula Polifonías literarias y es una recopilación y descripción de novelas, poemas y cuentos concebidos por sus autores según procedimientos o modelos formales propios de la composición musical. Conocía algunos casos, pero la mayoría, no, lo que me encanta, porque podré disfrutarlos virginalmente. Desde la Oda a Santiago de Fray Luis de León al Movimiento perpetuo de Augusto Monterroso; desde la Napoleon Symphony o la Clokwork Orange de Anthony Burgess al Diary of a Bad Year de John Maxwell Coetzee. Y otros muchos ejemplos: Galdós, Palacio Valdés, Gide, Joyce, Huxley, Nabokov, Cortázar, Gerardo Diego, Junoy, Pureza Canelo, Tundidor, Rozas... Antonio Gallego: ya se sabe, erudición apabullante, pero sabrosa.
Sabrosuras
26 diciembre, 2013
10:45