[caption id="attachment_297" width="200"] John Adams[/caption]
La frase es del propio John Adams en los micrófonos de Radio Clásica el domingo pasado. "Siendo gringo como soy...", dijo así, en español de San Francisco, con ese deje tiernamente autodespectivo. Es como un francés llamándose a sí mismo franchute, o gabacho, o un alemán llamándose teutón. Simpático, Adams. Está encantando de que la Orquesta Nacional de la lejana España le dedique una carta blanca. Nos ofreció, batuta en mano, su obra emblema, Harmonielehre (1985), y otra más reciente, Absolute Jest (2010). Esta semana siguen los conciertos suyos, sinfónicos y de cámara. Adams, músico retrovisor, ha hecho de la mirada atrás una forma de arte. En esas dos obras, a quien mira es a Schönberg, de manera distante y metafórica, y a Beethoven, en plan caleidoscopio intertextual, en ambos casos para admirarlos y, de paso, desmentirlos. Confieso que, en materia de minimalistas americanos, descontando a Lamonte Young y Terry Riley, que avanzaron poco, mis amores rebotan siempre en Adams y en Philip Glass y se detienen a solazarse en Steve Reich, a quien la Fundación BBVA acaba de dar el superpremio Fronteras del Conocimiento. En Reich sí veo yo —o, mejor dicho, oigo y siento yo— verdadera tensión musical, de esa que pone a vibrar nuestras fibras interiores. Según la costumbre de la Fundación, el año que viene disfrutaremos de la música y la presencia de Reich cuando le entreguen el premio en medio de un coro de sesudos científicos.
Sus dos compatriotas, Glass y Adams, practican la ópera y han llevado a escena, como es propio, a los personajes icono de su país, como Robert Nixon o Walt Disney, o como los científicos Albert Einstein y Robert Oppenheimer, el hombre atómico. Me atrevo a sugerirles a otro héroe gringo que, con un poco de suerte, va a abrirnos a todos las puertas del espacio: Elon Musk, el ingeniero sudafricanoamericano, infantil y algo tartaja, que se hizo millonario con videojuegos antes de cambiar la voz, creó luego paypal, lo vendió y usó el producto para fabricar el Tesla, el mejor coche eléctrico del mundo, y para fundar SpaceX, la empresa creadora del cohete Falcon 9, de la cápsula Dragon y del experimental Grasshopper, el Saltamontes, del que ya os he hablado aquí, el cohete con patas que aterriza igual que despega.
[caption id="attachment_298" width="450"] El Falcon 9, con patas[/caption]
Darle a un cohete la capacidad de regresar y posarse suavemente es una tarea dificilísima —de hecho nadie más que Musk lo ha intentado nunca seriamente— y fundamental: hasta ahora, al espacio se viajaba en vehículos de un solo uso, que es como comprarse un coche para ir de Madrid a Burgos, tirarlo a la vuelta, y comprarse otro para el siguiente viaje. Solo que no son coches de 10.000 euros, sino cohetes de cientos de millones. La lanzadera espacial, la célebre Space Shuttle, hacía algo parecido, pero a un precio intolerable. Con su cohete de ida y vuelta, Musk le va a quitar dos ceros al coste del viaje espacial, y eso es lo que convertirá a la humanidad en una especie transplanetaria. Cuento —o recuento— todo esto, porque tenemos nuevo hito en el camino. El próximo mes de marzo, SpaceX va a llevar de nuevo a Dragon a la Estación Espacial Internacional y lo va a hacer con un Falcon 9... ¡con patas! Es solo una prueba, no las va a desplegar ni va a aterrizar con ellas, pero es una demostración de que la cosa va muy en serio. Esta es la foto que Elon Musk acaba de poner en twitter. Pies de saltamontes para un bicho rarísimo, moderna quimera, con cuerpo de halcón y cabeza de dragón.