Contadores de contar érase una vez, no de contar un, dos, tres, cuatro. Los contadores, usen palabras u otras cosas, te dicen siempre "¡escucha!". Los poetas, escriban versos o no, te dicen siempre "¡mira!". Los relatos avanzan en el tiempo, o mejor, fabrican un tiempo en el que avanzar. Los poemas ahondan en el espacio, o mejor, fabrican un espacio en el que ahondar. Contadores en horizontal, poetas en vertical: esa es la diferencia. El poeta opera en el espacio, el contador en el tiempo. Todo lo demás es insustancial. Al poeta puede darle por narrar una historia. Es igual. Contar no le convertirá en contador. Se pasmará con cada cosa y narrará a trompicones, diciéndote «¡mira esto!», «¡mira lo otro!», e imaginará imágenes y creará espacios, porque es poeta y no lo puede evitar. Luego engarzará las imágenes en la historia y alineará los espacios en el tiempo, pero eso será lo de menos. La creación verdadera habrá terminado bastante antes. Al contador puede darle por detener la narración y fijarse en las cosas. Es igual. Mirar no le convertirá en poeta. Se saldrá enseguida de los hoyos y levantará la vista de una cosa para mirar a las otras y hará lo que le pide el cuerpo, que es pasmarse con cómo se mueven las cosas y se convierten unas en otras y van hacia aquí o hacia allá. Imaginará giros inesperados y revueltas elegantes y, aun en plena pausa narrativa, creará tiempos, densos o ralos, vectores, rectos o torcidos, y se le sobresaltará el alma con cada movimiento preciso y con cada cambio potente y explicador. Para poder moverlas, antes habrá tenido que crear cosas, y hasta mirarlas un poco, pero eso será lo de menos. La verdadera creación estará ocurriendo ahora.
[caption id="attachment_327" width="450"] Luigi Nono[/caption]
No sabría decir qué artistas me fascinan más, si los unos o los otros, pero al separarlos así, en contadores y poetas, en operarios del tiempo y del espacio, le cae algo de luz a la cuestión del espacio en música. ¿Qué quieran decir los compositores cuando hablan de espacio, de música espacial, o de la dimensión espacial de la música? La cosa viene de muy atrás, de cuando en el primer barroco veneciano se repartían coros y órganos por las galerías de la Iglesia de San Marcos. O sabe Dios desde cuántos años antes, cuando los cantores procesionaban en las ceremonias. Esas son espacialidades abarcables, pero en los siglos XX y XXI los compositores se han lanzado a conquistar el espacio de maneras francamente inasibles. No me refiero tanto a Pierre Boulez cuando mandó que los nuevos auditorios de La Cité de la Musique, en La Vilette, fueran configurables, para poder hacer allí las composiciones “espaciales” suyas, de Stockhausen y de los demás, cuanto a Luigi Nono, que murió viajando por espacios sonoros sutilísimos e inimaginables. Mauricio Sotelo, que vivió de cerca los últimos años de Nono, se lanzó también al espacio, como tantísimos de sus colegas de todas las generaciones hoy activas.
Aparte de los casos más obvios, el espacio aparece en música solo cuando desaparece el tiempo. O mejor, en música, el espacio es lo que queda cuando retiramos el tiempo. Cuando paramos el devenir, como Josué. Algunos compositores lo hacen, pero no porque se les acabe el día y necesiten prórroga en el campo de batalla, sino porque son así. Les sale de dentro. Son pocos, porque la música es de por sí abstracta y etérea, casi devenir puro, tiempo aislado, y si detienes el tiempo corres el riesgo de quedarte sin nada. Por eso, casi todos los compositores son contadores, virtuosos del tiempo, de la estructura y del devenir. Los raros son los compositores poetas, virtuosos del espacio, pulidores del momento en sí, de este momento, ya sé que existe otro anterior y otro posterior, pero ahora «¡mira éste!». Se distinguen porque, al oír sus obras, uno encuentra cosas antes que líneas, objetos sonoros que oír/mirar antes que procesos que seguir o estructuras que asentar. Son obras raras, porque a cualquiera que le preguntes, y más cuánto más sabio, te dirá que el asunto de la música es el tiempo, o en su defecto, la forma, y los compositores por lo tanto están abocados casi inevitablemente al arte de la narración. Admirable, por otra parte. Una música material, o matérica como dicen algunos, es una rareza que solo se consigue a costa del gran gambito. Que se pare el flujo. Que se pare todo, y verás. Y oirás. Iba a empezar a dar nombres, pero este post se me ha hecho demasiado largo. La semana que viene sigo.