Decimos el Plural (pronúnciese en inglés, con el acento en la u), igual que decimos el Modern, el Nash, el Asko/Schönberg o el Intercontemporain. Todos ellos son ensembles (“ensambles”, se traduce a veces) de gran prestigio, que operan respectivamente en Madrid, Frankfurt, Londres, Amsterdam y París y difunden y defienden el repertorio contemporáneo. El mismo tipo de nombre y el mismo rango de calidad. ¿No es asombroso? A lo mejor ya no, pero yo me sigo frotando los ojos y los oídos. Me sigo felicitando de ver al Plural Ensemble ahí, en lo alto del prestigio europeo, y me acuerdo de sus antecesores, el Grupo LIM de Jesús Villa Rojo, el Diabolus in Musica de Joan Guinjoan, el Koan de José Ramón Encinar, el Círculo de José Luis Temes, el Barcelona 216 de David Albet, el Teatre Lliure de Josep Pons, los efímeros Gerhard y Guerrero, de Xavier Güell y algunos otros, que abrieron el camino heroicamente. Yo presencié muchas de esas heroicidades en los años setenta y ochenta, en una España musical cerrada y hostil. El progreso en la contemporánea es paralelo al que hemos vivido en otros géneros de gran exigencia, como el cuarteto de cuerda, donde tenemos al Casals y al Quiroga tocando por esos mundos con gran éxito Mozart, Schubert y lo que haga falta. En la contemporánea, igual. España ha pasado de secarral a terreno fértil. Ejemplo: hoy, la Sinfonietta de una escuela de Madrid (mi querida Escuela Reina Sofía) está al cuidado del gran director/compositor de nuestros días, Péter Eötvös, y vienen a dirigirla los mejores especialistas internacionales.

[caption id="attachment_550" width="510"] Tumba transparente en el Cementerio de Viena de György Ligeti y su hermano Gábor[/caption]

España ya no es diferente tampoco en eso, en buena medida gracias al Plural Ensemble y a su fundador y director, Fabián Panisello, y a la Fundación BBVA, que ha impulsado iniciativas muy importante en este terreno. Con su apoyo ha aparecido ahora en NEOS un disco del Plural y Pansisello con tres conciertos de György Ligeti: el de violonchelo, el de trompeta —los Misterios del Macabro— y el de piano. Son las tres caras de Ligeti: música de superficies hiperplanas e hipermodernas, música de teatralidad desquiciada y música de ritmo apabullante y africano, respectivamente. Interpretaciones exactas, limpias, afiladas en todos los bordes; versiones que encuentran la expresividad donde la puso Ligeti: en la traducción perfecta de unas partituras que el autor anotó minuciosamente, obsesivamente. Los solistas son tres primeros espadas: Nicholas Altstaedt, Marco Blaauw y Alberto Rosado, el pianista salmantino. Quizá no haya en todo el repertorio un concierto para piano más difícil que éste y no habrá en el mundo más de dos o tres pianistas que lo toquen así de bien.