Luis Fernando Pérez, el más grande “iberista” en activo, acaba de presentar un disco Falla. Me surge la vieja pregunta: ¿hay que ser español para cantar como es debido las “Canciones populares” de don Manuel? ¿O para tocar la “Iberia” de Albéniz? Es obvio que no. Aún recuerdo la impresión que me causó oír a Jessye Norman cantar El Polo y a Barenboim tocar El Corpus Christi en Sevilla. Las obras geniales -incluso las más pegadas al folklore- lo son porque apelan al lado universal de nuestra mente y siempre están al alcance de cualquier intérprete genial que se tome la molestia de informarse un poco. Pero también es verdad que cuando un intérprete tiene interiorizada desde su niñez la prosodia propia de una determinada cultura musical, sus interpretaciones pueden tener un plus de eficacia expresiva. Los críticos angloparlantes llaman “idiomatic” a las interpretaciones que suenan con el acento local correspondiente: el Bartók de Solti o de Eötvös, pongamos por caso, o el Copland de Bernstein. No es imprescindible, pero se agradece. Para enfocar en su justo foco El pelele de Granados, viene bien haberse empapado desde pequeñito de los cartones de Goya y tener en la mente las estampas literarias y pictóricas de la España goyesca. Tampoco viene mal haber manteado a alguien o haber sido manteado alguna vez. Siempre recuerdo esta frase del Quijote: «Y comenzaron a levantarlo en alto y a holgarse con él como perro por carnestolendas». Sancho salió molido de allí, pero no tiene por qué ser así. Recordemos a Carlo Ancelotti levantado en alto por sus campeones, la primavera pasada, en Lisboa, nada más ganar “la décima”.
[caption id="attachment_604" width="510"] El pelele, de Goya[/caption]
Pero estoy divagando. Las últimas tres o cuatro generaciones de pianistas españoles han contado siempre con adalides de la gran música española -y españolista- de fines del XIX y principios del XX, de cuando Felipe Pedrell y sus discípulos (Albéniz, Granados y Falla) alcanzaban la universalidad por el procedimiento de cavar cada vez más hondo (y más jondo) en lo local. José Cubiles y Joaquín Achúcarro, Estéban Sánchez y Alicia de Larrocha, Rafael Orozco y Rosa Sabater, hicieron sonar aquel piano español con el acento que, sin duda, imaginaron sus autores. A esa lista (en la que faltan muy poquitos nombres, uno o dos como mucho) se añadió hace unos años el de Luis Fernando Pérez (Madrid, 1977), un grande que se ganó los galones con una grabación de Iberia legendaria, hoy agotadísima. Los que poseemos un ejemplar lo guardamos con pasión de discófilo. A esa Iberia siguió un disco Antonio Soler, otro Granados y, hace unos días, un disco Falla (Mirare 219) con las Noches en los jardines de España (Orquesta de Euskadi, Carlo Rizzi) la Fantasía bética y versiones pianísticas de El sombrero de tres picos y El amor brujo. Además, hizo un disco Chopin, como para dejar claro que uno no puede ser un gran intérprete de la música española sin ser un gran intérprete, a secas.
[caption id="attachment_605" width="510"] Luis Fernando Pérez[/caption]
El Falla de Luis Fernando Pérez es gran música. Al oírlo se tiene esa sensación de acierto, de exactitud, de que ha dado en el clavo y de que no hay ninguna otra forma de hacer sonar esa música. No es cierto, naturalmente, pero lo parece, que es lo importante. Un artista es grande en la medida en que es certero, en que da en el diez de la diana (luego resulta que esta diana tiene muchos dieces, pero esa es otra historia). ¡Y qué difícil es ser certero en esta música! A lo peor, Pérez es el último de los grandes porque nuestro folklore está extinguido, como el bucardo, y los nuevos pianistas no tiene acceso natural a él. Pueden estudiarlo, ir a visitarlo, como quien va a ver las jirafas en el zoo, pero ya pueden vivirlo. No me imagino con qué acento harán sonar la Fantasía bética de Falla o El Albaicín de Albéniz los jóvenes que se nos están criando entre Halloween y Santa Claus, y están desvirgándose el oído a base de electrónica “rave” y hip-hop. Pero seguramente que me equivoco (¡ojalá!) y estoy siendo un agorero. A fin de cuentas, todas las generaciones, desde Cromañón acá, se han declarado espantadas con el proceder de sus hijos. Y luego, nada.