[caption id="attachment_689" width="560"] El Papa Francisco[/caption]
Hubo unos años en los que en Darmstadt, templo de la modernidad musical, se expedían certificados de autenticidad. Todo lo que no fuera Boulez, Stockhausen, Maderna, Berio... no era auténtico. Esa simplificación tranquilizadora tuvo eco e influencia pero duró poco, porque la realidad musical era más compleja. He pensado en todo aquello al leer al papa estos días. Creo que se equivoca al manifestarse sobre el cambio climático y sobre sus causas. Creo que insiste en errores de los que se disculparon sus antecesores inmediatos: la iglesia no debió decir en su día si el sol se movía o no y, por la misma razón, no debe decir hoy si nos calentamos o no. La realidad es la que es, la que miramos y vemos todos, con nuestros microscópicos y nuestros termómetros, y nadie con autoridad moral debería manifestarse sobre una lectura u otra de esos instrumentos, porque estaría interfiriendo en el proceso mismo de la medición. La libertad de mirar y ver y decir libremente lo que veo es la más importante de todas. Ningún político ni ningún sacerdote debería decirme qué es lo que están viendo mis ojos. Oiré la opinión de un óptico, pero no la de un ingeniero social. Acordémonos de Galileo. O de Lisenko, el biólogo ruso que tuvo que proclamar el lamarckismo, la herencia de los caracteres adquiridos (que los hijos de una rata a la que le hemos cortado la cola nacerán sin cola), porque quedaba más soviético que el feo darwinismo. Me acuerdo también de Al Gore y de su lamentable conferencia en TED sobre el cambio climático, subido a una grúa, con las gráficas todas manipuladas.
[caption id="attachment_688" width="560"] Al Gore[/caption]
Entiendo que pidan que no se contamine, que no se despilfarre la energía y cosas así. Sobre todo si no entran en mucho detalle (¿es conveniente cultivar peces en el mar?) Pero no entiendo que un político, o un moralista, dé o confirme resultados científicos complejos. Me dan ganas de preguntarle: ¿y tú cómo lo sabes? Tienes la misma base para asegurar que la Tierra se calienta que para anunciar cuál es la acidez del océano interno del satélite Europa, o cuál es la naturaleza de la materia oscura. El clima es una realidad complejísima que solo ahora estamos empezando a poder medir con alguna precisión. No veo por qué un lego —y peor aún si está cargado de autoridad moral— debe dar mensajes simples y categóricos sobre este asunto, cuando aún no está resuelto por los de las batas blancas.
Siempre leo con avidez las noticias relativas al calentamiento global, con la esperanza de que algún informe serio concrete y me diga cuánto nos estamos calentando. Tantos grados en este año, o en esta década, o en este siglo. Datos claros e incontrovertibles con explicación de cómo se han tomado. Nunca ocurre. Me asombra sobre todo que a la cabeza de la ciencia del clima no esté un comité científico, sino un órgano político, como es el célebre Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU. El “consenso científico” que se menciona siempre que se habla de este tema es el tal Panel. ¿Cómo tomarnos en serio un resultado que ha sido estampillado como verdad innegable (o sea, acientífica) por un comité intergubernamental? ¿Dónde queda el pobre método científico? Se lo llevan por delante este tipo de órganos que, por mucho que afecten lo contrario, están por definición a merced de los intereses políticos y económicos.
De la Ilustración acá, el método científico se asienta sobre el sistema de la “peer review”, la revisión de mis pares: cuando afirmo algo, tengo que hacerlo por escrito, en público, y detallando minuciosamente el procedimiento que he seguido en mi experimento o en mi cadena lógica, porque todos mis colegas tiene el derecho (y la obligación) de lanzarse sañudamente sobre mi experimento, repetirlo, revisarlo con espíritu crítico y comprobar que el resultado es el que yo digo. Y así por los siglos de los siglos. En ciencia la verdad es siempre negable (falsable, dicen los lógicos) porque, hasta a los dogmas más venerables les salen grietas a medida que nuestros métodos de detección se hacen más finos. Einstein corrigió al mismísimo Newton. Contradecir, negar con base, pero con libertad, es el día a día de la ciencia. Einstein era, en este sentido, un negacionista, como lo fue el propio Newton, y antes Galileo y Copérnico. ¡Qué poco me gusta oír al Papa hablar mal de los negacionistas!