Al alimón con Helmut Lachenmann, Wolfgang Rihm ocupa el primer puesto del escalafón de compositores alemanes (suponiendo que en el arte existan escalafones y que sirvan para algo). Rihm no fue nunca santo de mi devoción, pero ante su Vigilia, que acaba de presentar la Semana de Música Religiosa de Cuenca, me quito el sombrero. Es una hora de música en la que alternan sonatas instrumentales y motetes vocales, con un estrambote conjunto en forma de Miserere. La parte instrumental la tocaba Musikfabrik, bajo la dirección de Christian Eggen. Vigilia suena poco Rihm: es una música refinada, cuidadísima, de armonía delicada e instrumentación sutil... Lo que prueba que si el Rihm de siempre me suena áspero, cuando no rudo, es porque el compositor desea sonar así, espontáneo y pinchudo, con las aristas sin desbastar. En todo caso, ¡bien por este Rihm pulimentadito, que hace pensar en los viejos maestros de la polifonía! La parte vocal de esta Vigilia, a mi entender la principal, es, efectivamente, lo más parecido a una nueva polifonía. Se tiene la sensación de que si Tomás Luis de Victoria hubiera nacido a mediados del siglo XX sonaría así. Lo cantaba un conjunto vocal asombroso: Singer Pur, que hacen honor a su nombre. Son seis antiguos miembros de los Regensburger Domspatzen, literalmente, los "gorriones de la catedral de Ratisbona", que es la escolanía alemana por excelencia.
Forman un sexteto de color grave: soprano, tres tenores, barítono y bajo. Hacen sonar esta partitura, que es muy comprometida, como si fuera lo más fácil del mundo. Sin director (porque el director solo dirigía a los instrumentos) y sin mirarse entre ellos, cantan muy ajustados, con entradas precisas y decididas, siempre los cinco a la vez y a plena voz. Han debido inventar la anacrusa telepática, o algo así, porque si no no se entiende. Oyéndoles, pensaba en las otras formas de cantar, en las voces no operáticas, que no tienen la obligación de atronar al señor de la fila 25. Es el canto cercano, de impostación natural, que permite emitir las vocales con claridad y, por lo tanto, hacer que se entiendan las palabras. Cada vez más y mejores voces cantan de esta manera, que es adecuada para las obras anteriores y posteriores al repertorio central de la ópera italiana y alemana. Pensaba en Written on Skin, la ópera de George Benjamin que el Teatro Real presentó hace unos días en versión semiescenificada. ¡Qué bien escrita y qué bien cantada! ¡Qué naturalidad, qué cercanía! Cada vez me gusta más el semi-stage: la orquesta arriba, los cantantes delante, sentados en una fila de sillas y con algo de espacio para moverse. Ahí está, creo yo, la esencia del teatro: pequeños movimientos, gestos, miradas, interacción... Pura dirección de actores, sin luces, escenografía, ni vestuario, es decir, sin burladeros, porque el teatro no se debe hacer con cosas, sino con actitudes. El teatro existe en cuanto alguien adopta ante otro una actitud representativa: "hacíamos que..." Todo lo demás es prescindible.
[caption id="attachment_751" width="567"] Vigilia de Wolfgang Rihm en la Iglesia de San Pedro de Cuenca, con Singer Pur, Musikfabrik y Christian Eggen[/caption]
Pero volvamos a Cuenca. El Lunes Santo era el cumpleaños de Bach y la Semana lo celebró adecuadamente con café, bollos y dos conciertos de cuerdas. Primero, la Accademia del Piacere se puso a jugar con los corales de Bach en sus violas da gamba, pero no me dieron la impresión de estarse divirtiendo. Mal, porque ellos deberían sentar cátedra en materia de gozos. Cualquier otro día lo harán. Quien sí se lanzó a la celebración con toda la impedimenta fue el violinista Christian Tetzlaff, que se encerró en San Miguel con seis miuras: las sonatas y partitas para violín solo. En Bach, y sobre todo en sus obras instrumentales cumbre, hay sitio para todos. Para los purísimos, que las tocan con cuerdas de tripa, arcos barrocos y articulación histórica (signifique eso lo que signifique), y para todos los demás, los jazzeros que miran esta música y lo que ven es swing. A mí me parece bien todo, si se hace con talento y, sobre todo, con gracia y galaneo. Sedúzcame usted y me dará igual cómo lo haya conseguido. Tetzlaff abordó la faena con las armas que le son propias: las de un gran virtuoso que toca un violín de montaje moderno. Consiguió momentos de gran expresividad.
También la música medieval admite acercamientos diversos. En realidad, nadie sabe bien cómo sonaba la música de los conventos y monasterios de aquellos siglos. Tampoco sabemos cómo sonaba la orquesta de chicas de Vivaldi en Venecia, ni la de Haydn en Esterhaza, ni la de Beethoven en el Teatro An der Wienn. ¿Cómo de rápido llevaban la corchea? ¿Cómo de afinadito tocaban? ¿Cómo fraseaban? ¿Cómo articulaban? ¿Cómo movían el arco? Sabe Dios. Y cuantos más siglos retrocedamos, menos pistas tenemos. María Jonás aborda la monodia medieval combinando pureza de línea y variedad de peso sonoro: las seis voces de su conjunto Ars Choralis Coeln cantan a solo o en grupo, a cappella o con subrayado instrumental, pero sin desviar nunca la atención de donde debe estar: en la melodía y en el texto. Con estos mimbres, y en la abarrotada Capilla del Espíritu Santo de la Catedral, hizo sonar el Martes Santo una música para San Juan Evangelista recuperada por ella misma de los manuscritos del convento de dominicas de Paradiese, en Westfalia. Por la noche, se estrenó en el Teatro Auditorio una comedia atribuida a Cervantes, La conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón, recuperada por el hispanista italiano Stefano Arata de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Juan Sanz dirige una puesta en escena que otorga un gran protagonismo a la música, principalmente de Francisco Guerrero, Juan del Enzina y otros compositores de tiempos de Cervantes. La selección la realizaron con tino Fernando Pérez, Juan Ruiz y Pilar Tomás, directora de la Semana, y la interpretación musical corrió a cargo de dos conjuntos españoles: los ministriles de La Danserye y las voces de la Capella Prolationum. Un esfuerzo colectivo que bien valió la pena.