[caption id="attachment_807" width="560"] La soprano Ingela Brimberg en el papel de Senta. Foto: ©Javier del Real | Teatro Real[/caption]
Esta representación de El holandés errante de Wagner en el Teatro Real no se recordará por él, el holandés sino por ella, Senta, la noruega devota. Él necesita ser salvado porque se ha metido en tratos con el demonio y ella necesita salvarle, no se sabe bien por qué. En este juego de salvaciones y condenaciones quien sale triunfante esta vez es la chica, porque en la ópera, al final, todo se sustancia en la voz. La soprano sueca Ingela Brimberg cantó una Senta magnífica, sobresaliente en las dos facetas casi incompatibles que requiere el papel: poderío y lirismo. La aplaudieron mucho y merecidamente. Samuel Youn defendió bien su Holandés, pero a otro nivel, un par de peldaños por debajo. Otro coreano, Kwangchul Youn cantó un buen Daland. El Erik de Nikolai Schukoff fue una preciosidad hasta que sucumbió en el tercer acto. La orquesta de Pablo Heras Casado tuvo momentos muy brillantes.
Àlex Ollé, como casi todos los directores de escena de ahora, se siente en la obligación de contar una historia diferente a la que se anuncia en el cartel. O de contar esa pero de otra manera. Siempre me pregunto por qué. En este caso, nos llevan a Chittagong, en el Paquistán oriental, en la bahía donde acuden los barcos de medio mundo a morir y ser desguazados sin control. Es una historia impactante de miseria, mafia, explotación y contaminación. Me parece muy forzado el vínculo con la tragedia fáustica de El holandés. El resultado escenográfico, sin embargo, es una maravilla. Nadie sabe ocupar el espacio escénico, en todas sus dimensiones horizontales y verticales, como la Fura dels Baus. Las cosas y los espacios de la Fura no son solo espectaculares: son esencialmente teatro. Una proa de barco de tamaño natural llena medio escenario hasta arriba del todo y el otro medio se lo reparten la playa, con su arena y sus dunas, y un cielo apropiadamente tormentoso e hiperromántico, animado todo ello por una increíble precisión en la proyección de vídeos sobre las cosas. Al final, Chittagong fue el escenario perfecto para el fantasmeo del holandés y la obsesión sacrificial de la noruega. Pese al vestuario y al ajetreo de planchas oxidadas, me resultó difícil seguir la historia de los desguazadores.