Scherzo, una broma en serio
En italiano, que es el idioma de la música desde Monteverdi o por ahí, un scherzo es una broma. Un juego. También es el título de una pieza ligera —rítmica, viva y pegadiza— que los compositores de Beethoven para acá insertan en sus sinfoniones y en sus sonatas, generalmente en tercer lugar. Las sinfonías y sonatas empiezan casi siempre con un allegro sólido y sustancial, siguen con un movimiento lento más o menos lírico o pensativo y, antes de abordar el arreón final que representa el cuarto, el compositor se sienta un rato a jugar con nosotros, a scherzare. El oyente espera siempre el scherzo con ganas y con curiosidad.
Scherzo es también una revista mensual de música que lleva ya casi 33 años en nuestro quiosco. Un quiosco algo despoblado del que las revistas de información general han ido desapareciendo una tras otra hasta no quedar ni una. Las cabeceras de cultura y pensamiento, sin embargo, como El Cultural, seguimos en pie e incluso ganando muchas batallas. En ese camino, da gusto tener al lado una revista como Scherzo, apetecible, como su nombre indica, pero enjundiosa, como los scherzos de Chopin.
[caption id="attachment_984" width="560"] La revista, con su nuevo diseño[/caption]
La revista acaba de cambiar de cara, pero no de alma, como dice su actual director, Juan Lucas. Presentaron su nuevo look, que es obra de Valentín Iglesias, en el Teatro Real, arriba del todo, en la Sala Gayarre. Estaba Antonio Moral, el primer director, el que la creó y la llevó en seguida a un éxito y una influencia sorprendentes. A su sucesor, Tomás Martín de Vidales, la nieve le impidió estar, pero envió un divertido saludo/SOS desde la estación de tren de Valladolid reconvertida en iglú. Estaba también Luis Suñén, que tomó de Tomás el testigo. Y ahora, Lucas. Si se añade el nombre de otro escritor y editor, Javier Alfaya, largo tiempo director adjunto, y los demás fundadores, Santiago Martín Bermúdez y Arturo Reverter entre ellos, se tiene un equipo de tanta luz intelectual como editorial y periodística. En Scherzo ha habido siempre muchas luces. Alfaya murió hace poco; y también José Luis Pérez de Arteaga, que estaba omnipresente en la revista, como en Radio Clásica y otros medios.
[caption id="attachment_986" width="560"] Javier Alfaya, uno de los fundadores de Scherzo[/caption]
Scherzo nació en los años en que España nacía a la gran música. O, al menos, renacía (desde cuando Victoria, Lobo y Morales, medio milenio atrás). Scherzo vio surgir como de la nada auditorios nuevos y teatros remozados, añadirse un cero a la derecha del número de orquestas y de óperas dignas de esos nombres y aparecer abonados a todo ello por decenas de miles y consolidarse una generación entera de compositores (Sotelo, López, Torres, Rueda, Erkoreka, Verdú...) cuyo éxito aquí y fuera ya no era heroico, como el de la generación anterior, sino fruto natural del talento. ¡Nuestro país se había normalizado! Como vaticinó Alfonso Guerra, España ha cambiado tanto que no la conoce ni la madre que la parió. También la España musical: la de hoy es parte de Europa; la de entonces sonaba extraeuropea y, además, ancien régime. En la presentación se recordaron aquellos tiempos en que despertaban los conservatorios, Ibermúsica traía a los grandes grandes y la gente compraba discos insaciablemente hasta forrar paredes enteras de sus casas. Pero no hubo exceso de nostalgia, porque Scherzo tiene mucho presente. Una peculiaridad de esta revista es que de ella nacieron otras cosas, como un Festival Mozart que duró diez años. Tuvo tiempo de dar todas las óperas de Mozart, que son muchas. Nacieron también de ella el Ciclo de Grandes Intérpretes y el de Jóvenes Intérpretes, que hoy siguen muy vivos. Es un caso único. No ha existido, que yo sepa, el Ciclo de Conciertos Le Monde de la Musique, por ejemplo, ni el Festival The Strad, ni nada parecido. La revista Ritmo, la más antigua del quiosco madrileño —¡no de las culturales, sino de todas!—, a cuyos pechos se criaron los fundadores de Scherzo, tenía en su órbita una agencia de conciertos con sus giras, pero eso era otra cosa.
La música de la fiesta la puso Lina Tur Bonet. Disparó los fuegos artificiales para violín solo de Biber, que son anteriores a los de Paganini, Wieniawski y Sarasate y tienen más gracia. También tocó Asturias de Albéniz, en transcripción igualmente pirotécnica. Era lo justo para ese día de alegría y recuerdo. Brindamos con una copa de Habla, la sorprendente bodega cuyas viñas milimétricamente alineadas y cuyo bonito cartelón me llenan la vista cada vez que paso por Trujillo.