A diario veo a jóvenes músicos de excepcional talento lidiar bravamente con dificultades, dudas y fracasos. Tocar Beethoven, Debussy o Ligeti con la perfección y creatividad con que ellos lo hacen es un logro formidable. Sé que me equivoco, pero tengo la sensación de que no existe en las demás artes una disciplina así de exigente. No sé si es más difícil tocar en estilo una Partita para violín solo de Bach o poner un cohete en órbita, pero lo seguro es que ninguno de los dos es un camino de rosas y que la sombra del fracaso aparece en ambos casos en cada esquina.
¡Qué palabra asombrosa, "fracaso"! Suena como si el vendaval de la efe primero y el redoble de la erre después desgajaran la a de su sitio y la dejaran despeñarse sobre la k en un golpe frío y afilado. La cosa termina con una consonante frotada, como la del principio, pero más tranquila, una ese que, junto con la oscuridad de la o, pinta un final resignado, como el polvo que se posa despacio después de un cataclismo. Aún más violentas son otras formas, como "fracasar", que se precipita en tres golpes de color de a, o "fracasarás", que te interpela personalmente en cuatro puñetazos seguidos, también de vocal abierta. La más dura de todas estas formas me parece "fracasado", con una estación término desolada y oscura. El francés "échec" es también jugoso, con su principio "in crescendo" y su golpe seco. El inglés "failure" no da tanto juego fonético, pero la caída duele igual.
A pesar de todo este ruido amargo, el fracaso, si se entiende bien, puede ser el preludio del éxito. Llegará pronto o tarde, adoptará una forma u otra, pero llegará. Ya sé que esto suena a pieza de "coaching" o a blog de autoayuda, pero el hecho es que el camino al éxito, no es que empiece por una buena gestión del fracaso, es que consiste en eso.
Oíd cómo conjuga el verbo "to fail" el sorprendente Elon Musk, creador de SpaceX, una empresa espacial de apabullante éxito. Musk es un tío raro e incorrecto con facetas muy inquietantes, pero hay cosas en él que me parecen admirables. Vedlo en esta rueda de prensa (el asunto empieza en 13:37):
La convocó la NASA el otro día, tras llevar Musk con éxito su cápsula Crew Dragon hasta la Estación Espacial Internacional. Le piden que dé algún consejo a todos esos soñadores que guardan en su pupitre un proyecto junto a un millón de dudas. Musk va directo al grano: "Siempre pensé que iba a fracasar; a partir de ahí, todo ha sido ir hacia arriba. Calculaba que tendríamos quizá un 10 por cien de probabilidad de salir adelante". Y no solo lo creía él.: "Cuando creamos SpaceX, me decían: 'Vais a fracasar' y yo contestaba: 'Ya lo sé'. Pero, valía la pena intentarlo".
Es importante el tiempo verbal: "valía" la pena, no "valió" ni "ha valido". No es que ahora, trece años después, a la vista del éxito, aquellos esfuerzos hayan cobrado sentido; es que ya lo tenían entonces, cuando el proyecto estaba instalado en el fracaso recurrente. En su primer lanzamiento, en marzo de 2006, su cohete Falcon1 explotó a los pocos segundos debido a una fuga de combustible. Musk corrigió la fuga y, un año después, lanzó un segundo Falcon 1, que se puso a girar de manera incontrolable y catastrófica. Corrigió el giro y, para el tercer intento, añadió un nuevo sistema de refrigeración para el motor principal, que funcionó demasiado bien. Debido a su mayor eficiencia, embistió a la parte superior del cohete e hizo fracasar la misión. Elon corrigió todo eso y, en septiembre de 2008, el cuarto Falcon 1 se convirtió en el primer cohete desarrollado con fondos privadas en entrar en órbita. Poco después, SpaceX puso del revés la industria espacial con el Falcon 9, un cohete reutilizable. Ha tenido varios fracasos más, con un par de espectaculares explosiones seguidas en directo por millones de personas.
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El fracaso bien gestionado es un éxito, porque permite iniciar un proceso de aprendizaje y crecimiento. Permite identificar los obstáculos y, por lo tanto, empezar a superarlos. La constatación de que mi profesor, o mi público, o peor aún, yo mismo, encuentran mi interpretación "fuera de estilo" o "sin alma" me va a amargar, pero si soy capaz mantenerme a flote en el naufragio, sabré de dónde me vino el golpe y por dónde puedo avanzar.