Vuelve la música. En realidad, no llegó a irse. Permaneció en la modalidad a solo, con los músicos tocando desde casa, pero parece que, dentro de pocas semanas, volveremos a disfrutar la música de conjunto, la que hacen los músicos cuando se reúnen en orquestas, coros o grupos de cámara, la que convierte este arte en modelo de convivencia y caso extraordinario de colaboración y creatividad colectiva.
A la espera aún de normas claras sobre el comportamiento en el escenario —a qué distancia situarse, con o sin mamparas para el viento—, las orquestas españolas están ya calentando motores. La de RTVE celebró hace unos días su 55 aniversario reuniendo digitalmente a muchos de sus directores históricos —Ros Marbà, García Asensio, Gómez Martínez, Calmar— con su actual titular, Pablo González, y está ya embarcada en ensayos y preparando un ciclo de cámara para muy pronto. Las demás, incluida la de la Escuela Reina Sofía, preparan también sus conciertos "de regreso", aunque aún no sepan si será con o sin público, al aire libre o en salas cerradas. El Teatro Real tiene ya lista la temporada entrante y la va a presentar un día de estos. En el ambiente músico se presiente el final de la sequía, aunque aún no haya empezado a llover.
En estos presentimientos estábamos cuando el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, el más antiguo de España, presentó su programación detallada de conciertos y espectáculos, que empiezan... ¡ya mismo! Se inaugura el 25 de junio con un Réquiem de Mozart solidario en la Catedral, con cuatro voces solistas de cinco estrellas cada una. Solidario porque su recaudación, incluida la Fila 0, se entregará al banco de alimentos y a Cáritas, que también en Granada están desbordados. El Festival es de circunstancias, hecho en pocos días (desde que se vio que habría hueco en la fase 3), con presupuesto reducido y renunciando a orquestas y coros extranjeros, pero es también un festival de lujo, que ha sabido ver la oportunidad: las estrellas de la música estaban todas en sus casas, esperando, y tenían vacía la agenda para el próximo mes. El resultado es un olimpo de pianistas: Zimerman dirigiendo desde el piano los 5 conciertos de Beethoven, Argerich tocando sonatas con Renaud Capuçon, Sokolov, Leonskaja, Levit, acompañando a Ian Bostridge en el Viaje de invierno, Perianes, Ituarte y varios españoles más. Además, todas las sinfonías de Beethoven tocadas por las grandes orquestas españolas, con la ONE y Afkham al frente, incluida una Novena participativa, estrenos de Alfredo Aracil, que fue un gran director del Festival, y muchas otras cosas, con la guinda de un festival de recitales digitales desde rincones secretos de la Alhambra, abiertos a todos por una única vez. El Festival se beneficia también de que su sede tradicional, el Palacio Carlos V de la Alhambra, sea un espacio abierto, diáfano y fácil de redistribuir. Rebajando el aforo a la mitad y limitando a 55 los músicos en escena, el Festival de Granada ha decidido echar a andar.
El subidón de esperanza que esto trae consigo es grande, porque lo que hemos vivido estos meses no ha sido solo una carencia de entretenimiento, sino un vacío cultural. Yo echo mucho de menos la satisfacción de ir a un concierto y oír música hecha ahí mismo, en ese momento, para mí, pero eso es un problema mío y menor. Lo preocupante es que nuestra sociedad lleva ya mucho tiempo sin manifestaciones culturales colectivas (música, teatro, danza y las demás), que son un factor clave de cohesión social. Preocupante es también el desamparo en que han quedado miles de músicos. Con solo anunciarse, Granada les ha levantado un poco el peso de la angustia.