Fusión nuclear en Perm
La orquesta musicaEterna, creada por Teodor Currentzis, destaca por la precisión del ajuste, la nitidez de los colores, la riqueza de la articulación y la limpieza del fraseo
Ibermúsica ha conseguido volver a la tarea que le es propia desde hace medio siglo: traer a España las grandes orquestas del mundo. El regreso lo ha protagonizado una orquesta peculiar, musicaEterna, creada en la lejana ciudad rusa de Perm, en los Urales, por el director griego Teodor Currentzis. Es peculiar porque está formada por músicos de excepcional calidad y, sobre todo, porque ensaya mucho. Tener buenos músicos empieza a ser frecuente, dado que los jóvenes tocan muy bien en todas partes, pero ensayar es un lujo cada vez más escaso en las orquestas de músicos bien pagados. Los conciertos recaudan, los ensayos, no.
Lo de que musicaEterna ensaya mucho y bien lo deduzco de la precisión del ajuste, la nitidez de los colores, la riqueza de la articulación y la limpieza del fraseo, que es imposible llevar a este nivel de perfección sin un trabajo largo e intenso. Toda buena orquesta es capaz de perfilar minuciosamente una frase aquí o allá, pero musicaEterna cincela obsesivamente todos los compases, sin dejar uno, durante una hora o dos de concierto o tres o cuatro de ópera, como le vi hacer hace unos años en el Teatro Real, en la asombrosa e irreverente The Indian Queen de Purcell/Sellars, o en la propia Ibermúsica, poco antes de la pandemia, con un monográfico Mahler que quitaba el hipo.
Esta orquesta, como la del Festival de Budapest de Fischer o, en su día, la Filarmónica de Berlín de Karajan o la de Múnich de Celibidache, no se explica por sí misma, sino solo en conjunción con su líder y gurú, con el que se aglutina. En escena, Currentzis se desentiende de la tarea de marcar el compás y se pasea por entre los atriles realizando con todas las partes de su cuerpo mil tipos de gestos, a los que sus músicos responden matizando la música de mil maneras. Para moverse de manera extravagante basta con tener descaro, pero para obtener esa increíble respuesta creativa de 40 personas, como si fueran una sola, hace falta una fusión de voluntades de dimensión nuclear.
Esta vez, la fusión Perm tenía como combustible las sinfonías 40 y 41 de Mozart. La música de Currentzis (porque eso es lo que es, música suya, no de Mozart, Mahler ni Purcell), es una invitación al gozo presente, instantáneo. Oímos en cada momento tal cantidad de cosas, todas maravillosamente dichas y matizadas, que nuestro oído se ve desbordado una y otra vez y nuestras reacciones se desmandan. Efectos de color, contrastes extremados, crescendos sorpresivos, cadencias alargadas, acentos inesperados se suceden a toda velocidad, sin dejarnos tiempo para decidir si nos parecen bien o mal, o si casan o no (muchas veces es que no, por mucho que usen instrumentos de época) con el canon estilístico vigente, pero todo está hecho tan increíblemente bien que abandonamos la duda y nos damos por conquistados por arrollamiento. ¡Cómo puede sonar así de bonita la cuerda! ¡Qué trompas! ¡Qué clarinete!
El precio que Currentzis paga por crear esta multitud de momentos aluvión, esta sucesión de perfecciones instantáneas, es carecer de concepto global. No se puede tener todo. No se le puede pedir al espectador que se zambulla en cada acorde, que se emborrache de cada gesto, y, al mismo tiempo, que se distancie y gane perspectiva para unir los puntos en una línea que se dirija a alguna parte. Currentzis se abisma siempre en el instante y lo de la línea se lo deja a otros. Sin línea, la interpretación pierde relato y, por lo tanto, significado, y se queda en sonido abstracto, pura contemplación del instante. Que tampoco está mal. Con la riqueza que alcanzan sus instantes, ¿qué necesidad tiene Currentzis de línea general? Yo creo cosas y ya está, parece decirnos. Luego, tú, si quieres, les vas dando nombre. En plan Génesis. Quizá exagero un poco, pero no mucho. La riqueza de detalles que oí en la Sinfonía 40 me sedujo sin remisión y me llevó a eximir de cualquier otro deber al director griego y a sus músicos urales. Con la Júpiter bajó un poco el nivel y aparecieron opacidades, pero salí del concierto con la sensación de haber presenciado algo extraordinario.
Tengo un oído fácil que igual se va con unos que con otros. Soy capaz de gozar hoy con la creatividad arrogante e impura de un hiperlíder como es Currentzis y, otro día, con todo lo contrario: la genialidad servicial de un intérprete lo bastante bueno como para llevar su virtuosismo hasta el final, desdibujándose él mismo y dejándome en presencia del compositor. Los quiero a los dos.