La música española está de luto. En pocas semanas se nos han muerto Antón García Abril y Cristóbal Halffter que, junto con Luis de Pablo, constituían el trío de cabecera de la Generación del 51. La llamamos así porque fue en los años 50 cuando estos compositores subieron a España al barco de la modernidad y de la relevancia internacional.
En realidad, son unos cuantos más: Barce y Acilu en Madrid, Soler (compositor y pedagogo), Guinjoan y Mestres en Barcelona y algunos otros, pero estos tres son los que más lejos llegaron en su carrera. También podríamos referirnos a la suya como la nueva generación de los maestros —sucesora, al cabo de medio siglo, de la de Falla, Turina y Del Campo—, por la importancia de su obra y porque fueron ellos quienes acompañaron generosamente en sus primeros pasos a los compositores que hoy están en plena madurez: García Abril lo hizo en su cátedra del Conservatorio de Madrid, De Pablo en su alto magisterio privado y Halffter creando en Villafranca del Bierzo una incubadora/aceleradora de compositores.
De los tres grandes maestros, seguimos teniendo a Luis de Pablo, lo que es un consuelo. Además, se han producido dos magníficas novedades en torno a él: Hace unos días, el Teatro Real anunciaba el estreno, la próxima temporada, de su última ópera, El abrecartas, con libreto de Vicente Molina Foix, y, ayer mismo, se dio el primer pase en Madrid, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de un extraordinario documental de Samuel Alarcón sobre su figura.
El año pasado abrió la Bienal de Venecia, la misma edición que dio a De Pablo el León de Oro, y sigue presentándose en festivales y certámenes. El título (Déjame hablar), lo toma prestado Alarcón de una obra para cuerdas de Luis de Pablo que, además de un gran compositor, ha sido siempre un gran titulador.
Digo que el documental es extraordinario porque no nos cuenta nada sobre la vida ni la obra de Luis de Pablo, sino que, sencillamente, deja a su música hablar. Parece obvio (qué hay en un compositor más importante que su música), pero constituye un reto formidable. Como dijo un asistente a la proyección, Alarcón hace una película al revés: en lugar de usar música para cementar una historia visual que ya está terminada, crea imágenes que den nuevas perspectivas a una música que es la que ya está terminada y recibe el trato de protagonista de la película.
El resultado es brillantísimo. Durante media hora, la música de Luis de Pablo (Zurezko olerkia, Tombeau, La señorita Cristina, Frondoso misterio, Pensieri) suena como nueva, multiplicada en dimensiones espaciales. Al final, las campanas de Pensieri se suben a las estrellas desde la madrileña casa del compositor. ¡Hay estrellas en pleno Tirso de Molina, quién lo iba a decir! Yo me acordé de las campanas con que termina El amor brujo.