El Festival de Granada de este año conmemorará el Concurso de Cante Jondo que promovieron en 1922 Falla, Lorca, Zuloaga, Andrés Segovia, Fernando de los Ríos y otras figuras de la cultura. El día exacto del centenario, en la misma plaza granadina, el festival reúne varias generaciones de cantaores (Rancapino, José de la Tomasa, Juan Villar, Vicente Soto, Antonio Reyes, Jesús Méndez, Antonio Campos, Kiki Morente) y guitarristas (Pepe Habichuela, Miguel Ángel Cortés, Miguel Ochando), con representación de las grandes dinastías flamencas de Jerez y Cádiz cuyos patriarcas cantaron en el concurso. El espíritu del Concurso de Cante Jondo será insertado en el presente, entre otros, por el pianista Juan Carlos Garvayo, a solo y con un Trío Arbós con refuerzos flamencos, y por Mauricio Sotelo, que será el compositor residente del festival tras haberlo sido del Centro Nacional de Difusión Musical durante todo el presente curso.
Hoy, como ayer, el flamenco y la clásica juegan al ratón y al gato ("le huyes y te persigue, le llamas y echa a correr"). Con Falla a la cabeza, muchos compositores de la música escrita se han acercado al flamenco, que es música oral, memorizada, con resultados a menudo insatisfactorios. Resulta que el flamenco suele incumplir su promesa de expresión desbordada, sin barreras, porque encierra su poder fascinador en una celosía de misterio. Es, en muchos aspectos, un arte irreverente pero a veces parece un espacio sagrado, impenetrable, como el interior de los conventos de clausura, o el santuario de las iglesias ortodoxas, oculto tras un muro de iconos. El Concurso de Granada representó un esfuerzo de la cultura canónica por entrar en ese recinto secreto, acercarse a la cultura jonda, sacarla, no sé si de la cueva o del tabernáculo en que se encontraba, y exponerla a la luz. En los 100 años transcurridos ha habido otros intentos y el Festival de Granada 2022 es el último de ellos.
Aprehender el flamenco desde fuera es como tratar de agarrar el agua. No se puede. Solo vale zambullirse. Como Garvayo, Mauricio Sotelo se tiró de cabeza a esas aguas, artística y personalmente, hace mucho tiempo, cuando su empeño en entrar se cruzó con el de Enrique Morente en salir o, más bien, en abrir. Sotelo trabajó mucho con Morente y con casi todos los grandes artistas flamencos que han venido después y ha sabido conducir esa experiencia a la creación de un universo nuevo, personal, en el que la música, sin dejar de ser universal, está recorrida por el flamenco. La obra de Sotelo es el resultado de un viaje creativo de lo escrito a lo oral, de la clerecía a la juglaría, del arte mayor, anotado, al menor, recitado, del endecasílabo al octosílabo, de lo cuadrado a lo fluido y de la cortesía civil de las maneras artísticas ordenadas al chisporroteo deslumbrante de las emociones. En el Festival de Granada, el resultado de este cruce de artes tendrá un interés añadido: la obra encargo que estrenará Sotelo se titula Cantes antiguos del flamenco, pero no los va a cantar ningún cantaor, sino la viola profunda y cálida de Tabea Zimmermann.