Sin pelos en la rima
Dicen que los lectores de poesía son cada vez menos, pero cada vez se publican más libros de poemas, y la web se llena cada día con más páginas dedicadas a publicar nuevos versos, a criticar los ya publicados, a elaborar nuevas teorías y traducir nuevos poetas. En este blog trataremos de analizar, semana a semana, lo que ocurre en la poesía española e internacional, ofreciendo toda la información precisa para no perderse nada interesante y no dejar pasar a ningún rey desnudo...
Poesía y obsolescencia programada
Está de moda y la nueva revista Ethic (muy recomendable, por cierto; bastante más que la un poco chapucera Filosofía hoy: todavía se me ponen los pocos pelos que me quedan de punta al recordar cómo manoseaban y destrozaban unos famosos versos de Dante para convertirlos en una cita casi irreconocible pero que les venía al pelo para lo que querían) le dedica su primer reportaje. Es la obsolescencia programada, ese turbio acuerdo de fabricantes del orbe para que nada de lo que compremos dure demasiado. Pero resulta que eso en poesía ya se había inventado hace mucho. ¿Cuántos poetas escriben sus versos a la moda del momento, pensados para que duren lo que dure esa moda y poco más? ¿Quién recuerda hoy a Emilio Carrere? ¿Quién, además de Justo Jorge Padrón, piensa en Justo Jorge Padrón cuando piensa en poesía española actual?
Los imitadores del poeta norteamericano John Ashbery llevan camino de convertirse en una plaga similar a la de borgianos que hace años bien pudiera haber arrasado con la poesía española (lo digo con conocimiento de causa: yo era -a ratos- uno de ellos). La comparación no es casual: ambos son autores de esos que, más que abrir caminos, han conseguido cerrarlos todos para crear uno suyo. Imitarlos es convertirse en su caricatura. Por lo que veo, Ashbery ha caído en las apuestas del Nobel por detrás de otros poetas como Ko Un (el más valorado, y diría yo que también sobrevalorado), Adonis (no sólo un poeta de primera línea sino también un ensayista brillante que ha sabido ver, por ejemplo, el parecido entre el surrealismo y el sufismo), Tomas Tranströmer (qué gran premio sería), Yves Bonnefoy o el australiano Les Murray. Lo bueno del Nobel es que las apuestas nunca aciertan, así que ya veremos.
Tomaz Salamun
El que parece que está cada vez más de moda en Europa es el esloveno Tomaz Salamun (1941), que no aparece en las apuestas nobelianas pero que es un candidato a tener en cuenta, muy traducido y leído además en la capital del Imperio. La poesía de Šalamun, partiendo de unas influencias diferentes a las de Ashbery y Frank O'Hara, llega a un similar tira y afloja con el lenguaje, a menudo más original, impactante e incluso desconcertante. Como muestra, un botón:
Proverbios
Tomaz Salamun hizo que el Partido pestañease, lo domesticó, lo desmanteló y lo reconstituyó.
Tomaz Salamun dijo, ¡Rusos fuera! y los rusos se fueron.
Tomaz Salamun duerme en el bosque.
Mientras en Italia acaba de publicarse el que tal vez sea su libro más importante, Balada para Metka Krašovec (que Xavier Farré anda ahora traduciendo para Vaso Roto, así que pronto lo podremos leer en castellano) la editorial cubana Arte y Literatura acaba de editar allá El manzano, traducido por Pablo Juan Fajdiga, quien ya puso en español una antología de Salamun que se tituló aquí simplonamente Selección de poemas (Visor) y en México Las montañas, que están toda la vida (Universidad Veracruzana). Se trata, sin embargo, del mismo libro. El manzano contiene algunos de los mejores poemas de Salamun, como «Huelo caballos en Polonia» o «Painted Desert». Al llegar a ese desierto de Arizona, el protagonista del poema se acuerda de Heidegger y de una película de Antonioni y le entran ganas de correr desnudo por la arena. No me digan que no promete.
Juan Andrés García Román fotografiado por Laura Rodríguez Villa-Real
Lo más parecido que tenemos en España a Tomaz Salamun es Juan Andrés García Román (salvando las distancias etarias), de quien se anuncia nuevo libro para ya. El fósforo astillado (DVD, 2008), pese a que no asomó mucho la cabeza por los suplementos de los diarios nacionales, sí que fue uno de los más comentados en las webs del gremio y un verdadero éxito del boca a boca. En el reportaje que El Cultural dedicó en el verano de 2009 a la poesía más joven Andrés Sánchez Robayna destacaba su nombre.
García Román gusta también del juego a varios niveles, de la imagen atónita, pero además es uno de los pocos poetas actuales nuestros capaces de atreverse a afrontar el reto del poema-libro. El fósforo astillado arranca con el encuentro de los dos protagonistas: "Y pasamos la tarde entre frases y fresas". El cielo tiene una "oscuridad marsupial", el "amor es el deporte de los ángeles". Ensaya la felicidad del primer encuentro, pero anticipa el tema fundamental del libro: la imposibilidad de una comunicación completa, en definitiva, el sentimiento de soledad de quien sabe que nunca será comprendido por completo. "Yo creo que hay hombres que se cruzan con nosotros de día/pero que por las noches son pájaros y anidan dentro de ancianos", dice uno de los poemas. Aunque "antes, hemos corrido uno al encuentro del otro:/raíces que abrazan raíces". No sigo con El fósforo astillado, aunque recomiendo vivamente su lectura. Si he traído aquí a García Román es porque se anuncia para las próximas semanas su nuevo libro de poemas, titulado La adoración, que publicará de nuevo DVD.
Y si lo más parecido que tenemos a Salamun es García Román, quien mejor ha entendido la lección de Ashbery sin imitarla es Jorge Gimeno, de quien Pre-Textos acaba de publicar un nuevo libro, La tierra nos agobia. La poesía española ha sido bastante inmune a la lección de Ashbery y los poetas de la New York School, con Frank O'Hara a la cabeza: hay muchos poetas jóvenes que repiten esa lección sin entenderla. Esa es la novedad que aporta Gimeno: la lección de O'Hara, Ashbery y compañía asimilada de un modo evidente pero, a la vez, mezclada con otros elementos e influencias que convierten su escritura en un caudal brillante y asombroso. En los modos, en la elección de las formas y el lenguaje, parece, sí, que leemos a alguien capaz de mimetizar los modos de Ashbery (un poema como «Epítome», por ejemplo, tiene aún algo de pastiche) pero no sólo; es alguien capaz de haberle hecho leer a fondo a los barrocos franceses, a los conceptistas españoles y toda una serie de influencias que no están en el, con perdón, original.
Jorge Gimeno es uno de los poetas más brillantes que están escribiendo ahora mismo en España. El único peligro que le acecha son sus propias virtudes: verse perdido en su propia brillantez elaborando poemas que no pasan de una demostración de ingenio y fuegos artificiales sin llegar a profundizar. Quizá por eso parece que destacan en La tierra nos agobia los poemas largos como «La madona de lo innecesario», «Está en mi cabeza, está en el mundo» o el impresionante «Vida de Al-Maarri» (tal vez el más representativo de la escritura de Gimeno a la vez que el que más muestra sus costuras) más que los breves del tipo «F1 haiku», que uno no sabe cómo vale menos, si como poema o como chiste. Un uso estudiado de lo escatológico sirve como contrapunto irónico de las manías lingüísticas del autor. Si un libro se mide por sus aciertos, y así lo creo, estamos sin duda ante uno de los libros importantes de la poesía española de los últimos años, y la aparición de un nuevo libro de Jorge Gimeno tiene ya la categoría de acontecimiento de nuestra lírica patria. Y no por lo que se trae de otras tradiciones: por lo que crea en esta.