1. En los años de la bonanza, España se llenó de casas de cultura con tres salones de actos (uno por si vienen mil personas, otro por si vienen cien y otro por si el conferenciante y su familia), museos de ya veremos qué y otros monumentos a la apariencia y a la buena comisión urbanística. Muy cerca de mi pueblo, basándose en un garabato que regaló Oscar Niemeyer, montaron un chiringuito gigante en el que junto a actividades interesantes (pero limitadas casi a aquellos que tenían invitación, como el famoso Shakespeare de Kevin Spacey y Sam Mendes) hicieron otras absurdas como una exposición de la colección de máscaras de Wole Soyinka (que al ver el sitio vino a decir algo así como “si llego a saber que es tan grande, me traigo las buenas”) y pagaron viajes y hoteles a unos cuantos bradpits del mundo para salir en los papeles. Ahora se pelean por el sitio el presidente regional nuevo y el de antes y a ver en qué acaba la cosa. La cultura, como siempre, es lo de menos para un clase política que nunca ha tenido muy claro que hay una cosa que se llama así y que es distinta del espectáculo (en otro chiringo de esos cercanos a mi pueblo, comenzaron queriendo ser referentes de la cultura moderna y acabaron por encargarle la programación a José Luis “toma” Moreno). Mientras tanto, a las bibliotecas se les limaba cada vez más el presupuesto para compras y a nadie se le ocurría que, tal vez, convendría empezar por la base y, qué sé yo, conseguir que tuviesen algún mínimo interés por la lectura no ya los alumnos de literatura, sino los profesores de esa misma materia...



Entre las pocas excepciones a una política cultural absurda y derrochadora (centros regionales de las letras mediantes: ¿qué sentido tiene pagar a dos conferenciantes, más vuelos, cenas y hoteles, para que luego haya tres personas en el acto, contando al bibliotecario y al señor que va al lugar a domir la siesta?) está la ya más veces alabada Editora Regional de Extremadura. La alabanza, claro, va dirigida a su catálogo y a su diseño, pero probablemente necesitaría muchos matices si montar una editorial es la mejor forma que tiene una administración de gastarse los dineros públicos en cultura. Preocupación de ciudadano que no afecta al disfrute como lector de sus nuevas publicaciones, claro. Luis María Marina (Cáceres, 1978) había publicado ya un libro de poemas en México, Lo que los dioses aman (2008) pero Continuo mudar (Editora Regional de Extremadura) es su primera colección editada en España. Se trata de un libro de influencias cruzadas que dan lugar a una voz muy personal. La intersección entre el barroco castellano y el modernismo mexicano dan a luz, contra todo pronóstico, a un poeta claro, que conoce el valor exacto de cada palabra y que además no le teme a ningún tema. En el primer poema del libro, Santo Tomás visita Auschwitz para escuchar el diálogo entre Celan, Edipo y dos judíos polacos. En el siguiente, Francisco de Goya dialoga con “España, madre amantísima” recuperando un tema tan caro a la poesía patria como orillado en los últimos tiempos (tan presente, por lo demás, en las hojas volanderas de los periódicos). El libro es variado en temas y tonos como para reducirlo a una definición apresurada, pero conviene anotar el nombre de Luis María Marina y tener en cuenta su propuesta a la hora de los recuentos de la última poesía española.



2. Contra la crisis, que afecta (y mucho) a las editoriales con colección de poesía, la italiana Mondadori ha comenzado (bastante al estilo de la serie de Faber & Faber "New Faber poets", incluso en el diseño) una colección de plaquettes para dar cabida a los autores más jóvenes. Los diecisiete poemas de Canti dell'abbandono presentan al romano (de 1980) Carlo Carabba, heredero de lo mejor de la tradición italiana en lo que tiene de exacta y compleja construcción de lo que podríamos llamar epigrama narrativo. Un nombre más a seguir de la riquísima poesía italiana contemporánea. Dejo aquí como ejemplo la traducción de su poema “Los cielos del sur”:



Es diez de agosto y los cuerpos son estrellas

que descienden la avenida

entre las luces de los bares y los restaurantes

para turistas. Relajado

esperararía el paso

de las Nereidas sin embargo

camino lentamente llego a la plaza.

De cuantos encuentro

imagino sus historias -y me equivoco siempre.

De los hombre de los astros

lo sé todo, leyes del movimiento

ejes de inclinación

las fases de la vida

y de disolución. No conozco

más de cuanto revelan

la materia y los principios

de un universo ardiente siempre opaco.

Si saltase más allá

encontraría el estupor

del centinela solo y silencioso

la primera noche austral.



3. Curses and Wishes (Louisiana State University Press), primer libro de poemas de Carl Adamshick (nacido en el Toledo de Ohio), es uno de mis estrenos favoritos de la temporada. La cantidad y calidad de la poesía norteamericana contemporánea actual, tanto ya consolidada como joven, es enorme, y tan difícil de cartografiar que si uno toma cualquiera de las antologías que por allí circulan rara vez encontrará coincidencia de nombres. El tiempo dirá. El año pasado se publicó en España La familia americana. Antología de nueva poesía de Estados Unidos, preparada por Elizabeth Zuba y Carlos Pardo, tan parcial como cualquier otra (privilegia sobre todo a los autores con tics modernetes) pero repleta de sorpresas y propuestas interesantes. Adamshick (quien además es uno de los fundadores de la interesantísima editorial Tavern Books) sigue otra veta, más narrativa, de la poesía norteamericana, pero rompe la semilla desde dentro y añade un punto de extrañeza (hacia sí mismo y el mundo) que da lugar a una voz nueva, distinta más por honda que por vistosa, más por su profundidad que por sus tics. Un ejemplo, esta “Confesión de un albaricoque”:



Amo equivocadamente.



Con solemnidad en las manos,

en el modo en que la palma se curva

conforme al contorno de la piel,

a cómo desencadenará una historia.



Tal debería ser el peregrinaje.

El tacto de un manantial.

Eso es lo que santifica.



Esta súplica. Esta misericordia.

Que mi peregrinación alcance a todos,

cerca de cada inexactitud, de la astringente

mordacidad, de la paz caprichosa, de las palabras

privadas. Querría estar cerca del habla.

Sentir el suspiro de cada uno.



Después de florecer, colgaré.

La encíclica que ha llegado

por las ramas

nos enseña a arraigar, a convertirnos

en el diseño que nuestro interior esconde.



Carne que ayuda a la piedra a ser árbol.



No quiero llevar la vida

a mis extremidades, ver cómo se preparan

a sí mismas para perpetuarme.

Quiero tocar y ser tocado

por cosas parecidas de este mundo.



Quiero conocer algunos días de perfección

secular. Ya tarde en esta gran estación

la luz difusa de la mañana

esconde el horizonte marino. Todo

tiene el color de una pizarra, una suave lápida

en la que apretujar una filosofía entera.