Los alimentos terrestres de Luis Muñoz y un poema inédito
Como tampoco se trata de convertir el blog en un boletín de novedades, hoy charlamos con Luis Muñoz (Granada, 1966), que no tiene libro nuevo pero a quien es habitual señalar como uno de los poetas esenciales que escriben ahora mismo en España y también uno de los más influyentes en los más jóvenes. En 2005 reunió su poesía hasta ese momento en un volumen titulado Limpiar pescado (Visor). Con posterioridad ha publicado Querido silencio (Tusquets, 2006). En la actualidad prepara un nuevo libro del que generosamente nos adelanta un poema.
-“Los alimentos terrestres” ¿sería un buen lema para tu poesía?
- Creo que sería un buen resumen de las intenciones de mi poesía, esa búsqueda de imágenes, historias, gestos, ideas ensartadas en tejidos vivos que pueden alimentar el espíritu, que es lo que en cierto modo trata de encontrar mi poesía. El libro de Gide habla de esas cosas. Me gusta mucho lo que dice en el prólogo sobre las sensaciones que son de una “presencia infinita”. Muchos de mis poemas buscan la confirmación de que algunas sensaciones intensas llegan a tener una “presencia infinita”. Se mueven en una franja de conexión, o de intersección, entre lo superficial y lo profundo, entre lo fugaz y lo duradero, entre lo sublime y lo muy pedestre.
-Tu poesía no desdeña la anécdota, pero cuando la anécdota aparece en un poema es porque se ha convertido en otra cosa, porque es un símbolo o quizás mejor un indicio de algo, ya no es mera anécdota. ¿Cuál es la importancia que concedes a la propia experiencia a la hora de abordar la escritura?
- Bueno, lo único que tiene uno, lo único con lo que cuenta, es la propia experiencia en un sentido muy amplio, ¿no?: lo que uno vive, lo que uno experimenta, muchas veces de manera indirecta a través de otras fuentes, a través de la lectura, el testimonio ajeno, otras disciplinas artísticas, otras formas de transmisión del conocimiento, etc. Yo quiero que mis poemas no tengan complejos en el sentido de que puedan mancharse hasta arriba con cualquier manifestación de la realidad por muy trivial que pueda parecer a primera vista. Pero lo que me detiene ante esas manifestaciones de la realidad es creer que contienen una especie de energía profunda, una posibilidad de trascendencia.
-Uno de los poemas de tu último libro se llama “Dejar la poesía” y enumera una serie de buenas razones para hacerlo… ¿Cuáles son las razones para no hacerlo?
- En realidad ése es un poema reversible. Cuando lo escribí me daba cuenta de que las mismas razones que me podrían llevar a dejar de escribir poesía me servían para seguir en ella. Y sobre esa idea está articulado, la de un círculo vicioso, como el de la relaciones personales con un componente sadomasoquista, hay placer y dolor, hay desasosiego y descansillos de escalera, hay botellas medio vacías y medio llenas.
-Estoy seguro de que contar lo que te apeteciera contar de tus años junto a Alberti llevaría más que una simple respuesta a una entrevista, pero me gustaría preguntarte si hablabais de la construcción de un poema, si te daba algún consejo sobre eso.
- Con los años me doy cuenta de lo extraña que fue mi relación con Alberti, sobre el tiempo que viví en su casa. Luego, cuando se casó, me alquilé un apartamento al lado, llegaba normalmente a la hora de comer y me quedaba hasta la noche trabajando con él. Pero la convivencia en el tiempo en que viví en su casa, en que me levantaba escuchando las coplillas que le recitaba a María Dolores, la asistenta, todas esas jornadas tan largas en las que él estaba siempre inventando algo, produjo una relación en la que yo venía a ser algo así como el depósito de su conciencia. Él tenía entonces casi noventa años, yo veintitrés-veinticuatro años, él era un poeta inmenso en plena efervescencia creativa y en pleno disfrute del trabajo de toda una vida, yo, por supuesto, alguien absolutamente insignificante, pero me contaba sus angustias, sus alegrías, sus opiniones sobre las personas que conocíamos, sus opiniones sobre la poesía y nunca le juzgaba, lo aceptaba como era, me maravillaba de cómo era, era un espectáculo.
Sí, hablaba mucho de poesía y de poetas. Decía, por ejemplo, que le gustaba levantarse un día pensando que era uno de los poetas que admiraba y que se ponía a escribir asumiendo la personalidad de ese poeta, un día era Quevedo, otro Bécquer, otro Rubén Darío. También decía que necesitaba visualizar el poema para escribirlo, que necesitaba ver las imágenes, los espacios, los recorridos del poema para poder decidir las palabras. Y que un poema había que seguirlo sin desmayo, sin pausas, con verdadero ahínco, porque si se dejaba para más tarde perdía su verdadera atmósfera y era imposible recomponerlo. Le gustaba que le leyese poemas después de comer, para comentarlos luego, y para hacerme ver dónde a un gran poeta se le iba la mano o dónde un poeta mediano acertaba de pleno.
Lo curioso es que yo me daba cuenta de que mi temperamento, digamos poético, era absolutamente distinto del suyo y que el poeta al que yo podía aspirar a ser era de una naturaleza completamente diferente a la suya.
-En tu poesía encuentro siempre como un eco, como una respuesta a algunas actitudes del arte contemporáneo, respuesta no como oposición, sino como un intento de llevar al poema algunas sutilezas, algunos cambios de enfoque… Hay poemas tuyos, por ejemplo, que me hacen pensar en uno de los montones de polen de Wolfgaf Laïb, o incluso en algunas técnicas del videoarte… ¿Lo sientes así? ¿Cuáles son los artistas contemporáneos que más te interesan?
- Yo tengo verdadera necesidad de arte, pero de un modo muy primario. Necesito continuamente su contacto, tanto el de los maestros antiguos como el de los artistas contemporáneos. Es una de las cosas magníficas que tiene vivir en Madrid, los museos y la red de galerías. Me gusta escuchar la voz de las piezas de arte, recibir la energía que transfieren, sus modos de resolver la gestión del presente, su trabajo con las emociones, las tensiones que crean en su diálogo con los lenguajes artísticos tradicionales. De artistas que me interesan podría darte una lista nada exhaustiva. Entre los españoles actuales me interesa mucho el trabajo de artistas tan distintos entre sí como Antoni Muntadas, Ferrán García Sevilla, Rogelio López Cuenca, Cristina Iglesias, Dora García o Eva Lootz.
-Más allá de los temas, el trabajo más importante del poeta es con el lenguaje. Tú has encontrado un tono muy limpio, sin retórica pero sin concesiones a lo discursivo, que me parece que es el más imitado entre los poetas más jóvenes. ¿Cuáles son los elementos claves de tu búsqueda a ese nivel, cuáles tus referentes?
- Yo trato de buscar conductos directos del lenguaje con la vida, canales vivos. Desterrar de mis poemas, y de mi cabeza, cualquier elemento poéticamente muerto. Huir tanto de la retórica como del estreñimiento del lenguaje, de la nadería. Mi referente principal en este sentido es el Juan Ramón Jiménez de Diario de un poeta recién casado: la poesía entendida como una exploración verbal, que no pierde nunca de vista la búsqueda de una especie de armonía natural ni de la temperatura afectiva del lenguaje, es decir que no olvida que la poesía es expresión.
-Me gustaría que esbozases un par de líneas sobre la importancia que tienen para ti estos nombres: Baudelaire, Laforgue, Ungaretti, Juan Ramón Jiménez, Cernuda.
- Bueno, son todos importantísimos, claro. Del impacto de la poesía de Baudelaire, que leí en primero de la facultad, en las estupendas traducciones de Antonio Martínez Sarrión, creo que todavía no me he recuperado. Las cimas expresivas que alcanza en su búsqueda de la verdad humana, su capacidad de penetración en los tejidos de la realidad hasta tocar hueso, su sentido de la vida moderna como una ocasión de sugestiones infinita, como una fiesta para las posibilidades de relación de las cosas, con el poeta ahí en medio de todo, como una especie de observador herido, me parecen insuperables. En Laforgue hay una especie de rebajamiento del entusiasmo de Baudelaire y sus continuadores por la verdad. El distanciamiento irónico, unido a la acidez de las imágenes y a su capacidad de exploración en el lenguaje corriente y en los modos del habla como elementos poéticos, son una vuelta de tuerca de una modernidad muy poderosa y que me parece muy estimulante.
De Ungaretti destacaría esa especie de esencialidad jugosa que es toda su poesía. Es un poeta depuradísimo y enormemente rico en matices, en colores, en calidez. Consigue el más difícil todavía que es la suficiencia de lo mínimo. Su poesía, Vita d'un uomo, es un todo que parece hecho casi con nada. Juan Ramón Jiménez es el poeta que me contagió las ganas de escribir poesía. En él me interesa hasta lo más secundario. Pero el momento en que rompe el caparazón de la poesía tradicional, descubre el verso libre y la felicidad como una guía fiable en Diario de un poeta recién casado, creo que es uno de los acontecimientos determinantes de la historia poética española. Uno de esos momentos fuente al que tengo la sensación de que puedo ir a beber a cada rato. Con Luis Cernuda muchas veces he imaginado, en mis poemas, y al pensar en la poesía, que conversaba. Es uno de los poetas españoles que más admiro, y el que prefiero de su generación -tanto en sus poemas más delicados como en los más prosaicos, en los que me parece un gran maestro-, pero la no coincidencia con algunos de sus puntos de vista es lo que me inspira cuando lo leo.
-Dirigiste una revista de poesía emblemática por muchas razones, Hélice. ¿Qué te parece el panorama actual, en el que las revistas de poesía no abundan precisamente? ¿Piensas que los blogs y las páginas web han ocupado su lugar o que hay hueco para iniciativas nuevas en ese sentido?
-Creo que faltan en España revistas de poesía, en el formato que sea, que muestren el cruce de caminos, la convivencia de modos de entender la poesía que se está dando en el país, o yo no las encuentro. Las revistas son como el corte transversal de un hormiguero, en el que se ve, a través de poemas sueltos, hacia dónde se dirigen una serie de poetas, y creo que sería bueno contar con una plataforma de cierta solidez que mostrase ese dinamismo y esa riqueza.
-¿Nunca has sentido la tentación de la prosa?
- Empecé a escribir un libro a partir de los viajes que hacía a Tánger cuando vivía en Granada, del que llegué a publicar algún capítulo en la revista Clarín, pero no lo terminé. Influyeron en eso varios factores. Que no me convencían del todo, que no lograba expresar en prosa el efecto que aquel mundo tenía en mí, y luego también algunas visitas que hice con Francis Ramallo, mi pareja de entonces, a Paul Bowles. Después de esas visitas, de asomarme a la profundidad y al misterio del mundo tangerino de Bowles, lo mío me parecieron arrebatos de turista, así que abandoné el proyecto.
-Sé que trabajas en un nuevo libro... ¿Podrías dar alguna pista, alguna intención, algún indicio de lo que encontraremos en él?
Me es muy difícil hablar de lo que estoy haciendo en este momento porque no tengo la suficiente distancia. Sólo puedo decir que es un libro que varias veces me he creído que estaba terminado y finalmente me he dado cuenta de que todavía no lo está, es decir, que me va exigiendo poco a poco, y desde dentro. Cada poema es para mí una última oportunidad para apresar en palabras lo que no pude en poemas anteriores. Bueno, quizá es de eso de lo que se trata, de una colección de últimas oportunidades.
...Y un poema inédito de Luis Muñoz
MANADA¿Cómo saben que es sábado?
¿Por qué no están parados
en mitad del camino?
¿Por qué no mugen
ni me rodean como a lo tonto,
ni piden pan
con el hocico húmedo
de pulpa de ciruela?
¿Por qué no parten
las ramas secas con su trote sordo
ni se hacen pasar
por ventiscas de carne,
ni fingen no saber de su belleza
cuando se acercan tanto
y les brillan los ojos
como placas de hielo?