Rima interna por Martín López-Vega

Sofía Castañón o el arte de la alegoría con las cosas cotidianas

4 junio, 2012 02:00

Sofía Castañón (Gijón, 1983) es precoz y prolífica, como algunos de los mejores poetas y la mayor parte de los malos. La reedición de Culpa de Pavlov (Resurrección, primera edición de 2008) y la novedad La noche así (Ya lo dijo Casimiro Parker) demuestran que ella está en el buen camino para ser de los primeros. Hay dos cosas muy importantes en sus primeras entregas, Animales Interiores y Últimas cartas a Kansas. Y las dos se resumen en una: su habilidad para evitar los estereotipos, o para buscarse a sí misma sin importarle demasiado lo que esté de moda en la poesía del día. Y así evita dos modas que la podrían haber tentado, por proximidad temática y de edad: la poesía “golosina”, escrita por y para post-adolescentes (pienso en la legión de imitadoras de Elena Medel, que no por ella misma) y la también tan a la moda poesía en ráfagas.

La poesía de Sofía Castañón está en su generación. Ha leído mucho, y ha leído mucho a sus compañeros de viaje. Sabe con qué libros van a estar los suyos en las mesas de novedades, y se posiciona entre ellos con algunas ideas claras. Su voz es la de una mujer (dicho esto sin ninguna intención de marca de género, más allá de lo evidente) de su edad, no imposta una voz “literaria” a la manera de posibles admiraciones de generaciones anteriores, pero tampoco se conforma con ser eso, “la voz de una mujer de

su edad”. Ella no imita, busca su voz. Es cierto que no faltan en su poesía referencias que nos pueden recordar a algunas compañeras de generación.



Un poema como el que abre Últimas cartas a Kansas, por ejemplo, podría llamar a engaño: “Las niñas mayores ya no quieren/volver a Kansas. El mago/evitó rodeos y ahora saben/que allí sigue Penélope/tejiendo mantas/para niños perdidos”. Sin embargo, más que a sus compañeros de quinta, estos detalles nos hacen pensar más en la poesía de Ana Merino, que si bien juega con esa clase de clichés (Juegos de niños tituló uno de sus libros) consigue trascenderlos: en su poesía (y la de Sofía Castañón sigue el mismo camino) el niño aparece como ese ser que se ha perdido sin saber cómo ni saber por qué en la vida de un adulto.



Como Merino, Castañón sabe que no hay que recurrir a escenas medievales para alegorizar, que las cosas más cotidianas pueden servir a ese propósito. En La noche así cumplen esa función una manta que no alcanza a cubrir, un pasillo, un dedal. No es que Sofía Castañón pretenda construir alegorías dantianas, pero sí que pretende trascender, eso tan esencial en cualquier poema que se quiera útil, o verdadero, o como se quiera llamar a los poemas que nos sirven para vivir y entendernos mejor.

Sofía Castañón ha leído mucho y bien. Su poesía no se limita a jugar con dos o tres tópicos epocales. Busca situarse. Mira hacia delante pensando en lo que vendrá sin olvidar lo que ya no vendrá, como en “Para entender el geronticidio”: “Veintitrés/y toda la vida por delante./No puede ser que ya/tenga hipotecados tantos pasos.//Saturno nos devora primero/por los pies.//Se sitúa en el presente gozoso:/Aprender que el tiempo/se prolonga por tu espalda”. Y revisa en el pasado como en un archivo para entender ese presente.

Hay otro punto en el que Sofía Castañón decide no ser generacional: opta claramente por una poesía escrita por una persona, en medio de tanta poesía última que pretende haber sido escrita directamente por el lenguaje. Me gusta en la poesía de Sofía Castañón que se la ve a ella buscándose con sinceridad y con honestidad, que no escribe poemas para epatar, ni para despistar, ni para demostrar nada: sólo para buscarse. Que haya que hacerlo con inteligencia no quiere decir que haya que convertir el poema en un sudoku para iniciados. Sofía Castañón está en la tradición de los grandes poetas de la duración, aquellos que buscan extraer en lo cotidiano un momento de súbita epifanía. Sofía Castañón escribe poemas porque quiere escribir recetas que la curen de la extrañeza ante lo vivido y lo por vivir, porque intenta escribir su libro de instrucciones sobre la marcha.

Hay, sobre todo, una cosa esencial en Sofía Castañón: no quiere ser nada, nada que no sea ella misma. Por eso se busca en las cosas que la rodean buscando no tanto comprender lo que va siendo su vida como entender cuál va siendo su actitud ante ella. Y entonces escribe en un poema a su abuelo incluido en Render (libro escrito en asturiano): “Cantes toná/porque yes eternu”. Un poema que a mí me ha hecho pensar en aquel de Seamus Heaney que habla de una mujer que canta y cuya voz le hace pensar en los caminos retorcidos que ha debido recorrer para llegar a verla. Los caminos de los libros de Sofía Castañón son parecidos, pero la voz está al inicio y es un manantial en el que ella comienza una navegación que aún es pronto para saber a dónde llevará. De momento, esta estación llamada La noche así está llena de hondura, de sinceridad inteligente y de poesía verdadera. Merece la pena seguir de cerca este viaje.

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