Cuando en 2005 Laura Bush, esposa del entonces presidente estadounidense Bush II, invitó a la poeta Sharon Olds a participar en los actos del Festival Nacional del Libro en la ciudad de Washington, Olds respondió con una carta abierta en la que le decía a la señora Bush lindezas de este estilo: "Muchos norteamericanos que sintieron orgullo por nuestro país sienten ahora angustia y vergüenza por el actual régimen de sangre, heridas y fuego. He pensado en el lino limpio de tu mesa, en los cuchillos brillantes y en las llamas de las velas, y no podría digerirlo".



La anécdota, reveladora por demás de la postura de su autora (que participa como voluntaria en programas de apoyo a veteranos de las guerras de Iraq y Afganistán) es también una muestra de la cocina de sus poemas: en crudo. Desde sus primeros libros, la premisa de Sharon Olds es (heredera en eso de Plath y Sexton) la naturalidad; no hay nada en ella, en su cuerpo ni en cuanto se pueda ver desde el balcón del cuerpo (por decirlo con el título de un libro de Antonella Anedda) que requiera per se suavizantes del lenguaje; todo puede ser contado con la misma cruda naturalidad de una receta de cocina -de esas que incluyen, por ejemplo, el cocer vivo cualquier clase de bichejo. Dije antes que Olds hereda esa característica de Plath y Sexton porque fueron ellas las primeras en llevar al verso los asuntos del cuerpo de un modo natural, sin escatologías ni burdos erotismos, sin vocación de provocar, sino tan sólo de entender. Esa naturalidad, esa falta de prejuicios que Olds lleva a varios extremos convierte su escritura (exacta como un informe forense, desapasionada no por falta de pasión, sino por parecer sentir la misma pasión por todo, en todas direcciones) en un minucioso informe sobre las angustias y las pasiones del ser contemporáneo.



Los hechos de su vida parecen jalonar su bibliografía. El nacimiento de sus hijos, la enfermedad del padre son algunos de los capítulos que nos contó en libros anteriores. En castellano hay tres en las librerías: El padre y Los muertos y los vivos editados por Bartleby, y Satán dice en Igitur. Stag's Leap es su nueva entrega, titulada con el nombre de un vino (el favorito de la autora y su marido, según nos revela en uno de los poemas) y que ya desde el título nos avisa, con su juego de palabras, del contenido. El título podríamos traducirlo, como el nombre del vino, por El salto del ciervo pero la palabra stag se usa en varios juegos de palabras para referirse a solteros (una stag party es una despedida de soltero), a hombres de fiesta sin mujeres o incluso a especuladores. Vaya, bastante más que un homenaje vitícola hay, pues, en este título sólo aparentemente simplón.



Stag's Leap es un libro, tal cual, sobre el divorcio de su autora. Y puede leerse como el relato de ese divorcio, como un minucioso informe. Resulta menos llamativo que otros libros suyos (se quiera o no, el divorcio ha sido más tratado en verso que la sexualidad de los propios hijos, por ejemplo) pero nos permite entender mejor su forma de versificar. Cada uno de los poemas es una radiografía de cada momento de esa separación, desde los instantes de los presagios a la pregunta por el "¿qué quedó?".



Pocos poetas tan extremos en la autoindagación como Sharon Olds, pocos como ella que respondan de un modo tan inmediato a la clásica pregunta sobre ¿para qué sirve la poesía? Para esto, sobre todo para esto sirve la poesía: para diseccionar, para hacerle la autopsia a las personas, las cosas y los momentos que nos abandonan y así entender un poco mejor cómo somos nosotros, para intentar vivir, en adelante, con menos daño.