Un lugar para nadie (Luna de Poniente) es el tercer libro de poemas del extremeño Álex Chico (Plasencia, 1980) tras Dimensión de la frontera y La tristeza del eco. Su poesía encaja en lo que hace unos años se comenzó a llamar poesía de la experiencia o figurativa. Narrativa y pensierosa, no aspira a regalarnos supuestas metafísicas abundantes en piedras, cactus y mares, sino a que sea el lector quien sea capaz de extraer de lo que el poema nos cuenta un destilado de experiencia y emoción que sea capaz de ayudarnos a subir un escalón vital. Una poesía que se quiere habitada (por aquel que la va escribiendo para intentar entenderse, explicarse) y habitarse (por el lector que pueda sentirse identificado, acompañado y entendido).



Chico busca en los alrededores de la mirada símbolos de lo que va siendo la vida. Así, en el primer poema del libro, "Quai Lices Berthelot" se nos dice: "Somos ese molino que está frente a mí. / Su existencia es circular, como la nuestra". Es habitual que el poema nos dé sus coordenadas ("Sentarse en un café y mirar hacia la plaza"; incluso con frecuentes topónimos), que en él se mencione el complemento circunstancial de lectura de cada momento (Fonollosa, Camus, Char...). El lugar, la hora, la compañía, son los hilos con los que se trenza la cuerda de su canción. El poema "Ischia, Porto" es una buena muestra del tono del libro:



Así esperamos la caída del sol,

buscando un rincón en esta playa.

La lejanía se aproxima y deja en los labios

un extraño sabor a horizonte.

Las barcas construyen

un paisaje interior: cúmulos de arena

que no se disuelven en el agua.

Que serán, a lo sumo, barro en la mirada.



Este lugar y su forma de habitarlo

dan la medida exacta de mi mundo:

la orilla que recuerda los raíles

de una estación, en un cuadro de Delvaux;

la soledad compartida con una mujer

sentada en una cama,

bajo la mirada de Hopper.

Todos los espacios semivacíos

trazan la misma línea,

aquella que separa memoria e incertidumbre.

Lo que observo casi nunca está frente a mí,

porque es imposible su presencia:

sólo queda lo ya sucedido y regresa,

de nuevo, para habitar una playa.



Un rincón en este lugar

es, al cabo, una esquina del mundo.

Esos minúsculos paraísos en donde se admite

que vivir y esperar son caras de una misma moneda.



Chico escribe poemas breves pero se atreve sin dudarlo con el poema largo, y acierta en su construcción ordenada. Se echa de menos, quizás, una mayor ambición a la hora de romper el orden esperado, una mayor sorpresa. En estos tiempos en los que nos llegan a las manos tantos libros cuyos autores parecen haber olvidado la existencia de esa cosa llamada sintaxis, se agradece un libro como el de Álex Chico, ambicioso en el planteamiento de los poemas, consciente del material con el que trabaja y artesano maestro. Lo que tampoco conviene olvidar es que ningún idioma está acabado de hacer, y también corre de nuestra cuenta expandirlo, hacerlo más flexible, y que hacerlo nos llevará a ideas nuevas y caminos felices. Chico ha escogido la mejor de las direcciones; sólo queda, en la encrucijada, elegir, como Robert Frost, el camino menos transitado.