Natalia Litvinova nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986, pero desde los diez años reside en Argentina. Es, pues, una poeta en castellano que además ha traducido algo de poesía rusa. Su caso es algo similar al de su compatriota Valzhyna Mort, aunque ésta, que ha hecho fortuna en Estados Unidos, siga usando el bielorruso como lengua poética. Similar por lo que ocurre en su poesía: una combinación entre lo mejor de la herencia eslava y una cierta tendencia a la cursilería demasiado vista. Cursi es titular un libro Fábrica de lágrimas, como hizo Mort, y cursis son estos versos del último libro de Litvinova: “Cuando quise decir tu nombre / me nacieron flores en la boca”, versos que uno ha leído tantas veces en revistas de instituto y carpetas estudiantiles que podrían bastar para cerrar el libro que hojeamos sin prestarle más atención. Y sin embargo, nos equivocaríamos. No todo es original en la poesía de Litvinova, y abundan los tópicos como el citado e incluso los poemas, tan a la moda juvenil, que deciden prescindir de la sintaxis y fiarlo todo a una imagen más o menos sensorial sin que esa distorsión parezca tener un motivo; escuchamos apenas la música de fondo de este tiempo. Pero en medio de esos prescindibles versos hay también poemas de verdad, los que da igual la edad que tenga quien los ha escrito, porque una vez que los hemos leído sabemos que nos acompañarán siempre.



Coinciden en las librerías dos libros de Natalia Litvinova. De un lado, la que fuera su primera entrega, Esteparia, reeditada en España por ÁRTEse quien pueda, a quienes hay que aplaudir su apuesta: libros cuidados a precios más que asequibles. Esperamos que el catálogo acompañe. En ese primer libro de Litvinova se da la mezcla que señalaba. Dice así “Gómel”:



mi abuelo lo único que hacía era afeitarse y temblar

frente al televisor.



mi padre todas las mañanas se perdía en el campo,

transformado en un punto tridimensional de la nieve.



regresaba con una sonrisa mística en su rostro y nadie

sabía por qué.



en verano también esa misma sonrisa y frutillas

en sus manos, en primavera frambuesas.



la sonrisa de mi padre traía frutos maravillosos.



mi abuelo temblaba cada día más, su cabeza recaía

como mandolina y se erguía como un piano.



un día mi padre regresó con manzanas



mi abuelo dio con la clave del silencio.



A la vez que su primer libro, Vaso Roto edita el último, Todo ajeno (acompañado de un texto de Francisco Javier Irazoki inexplicablemente repetido en dos lugares del libro:como epílogo y como nota de contracubierta, donde se reproduce íntegro). En este encontramos una voz más asentada, en la que las dos poetas que intuimos en Esteparia parecen mezclarse definitivamente. Litminova tiene una gran capacidad poética para crear imágenes sugerentes y un único peligro: la monotonía de tono, la escasa variedad de la arquitectura de poema a poema. Lo primero debe poder más que lo segundo y, desde luego, ha dejado ya una mano de poemas de esos que dejan su pequeña cicatriz en nuestra memoria. No es poco, pero queremos más.