Que no se diga que la poesía no viaja. Durante agosto, este blog ofrecerá a sus pacientes (y, ojalá, vacacionales) lectores una pequeña vuelta al mundo en forma de versiones de poetas de muy diferentes países y lenguas. Espero que les aproveche el viaje.
Cosas simples, pero útiles
(Dritero Agolli, Albania, 1931)
Que sea liso o nudoso no importa: un bastón
siempre es útil y sobre todo para los ciegos,
pero sirve también a los cojos fatigados del camino
y a la gente honesta para defenderse de los vagabundos.
Un bastón, no importa cómo sea,
puede servir a cualquiera en la puerta o en el campo
si tiene necesidad de defenderse del vecino malvado y terco
o bien, pongamos, del pulgoso perro enloquecido.
Un bastón, no importa que tenga aspecto sucio o que sea hermoso,
es sencillo y de provecho para muchas más cosas.
Por ejemplo, para quitar el polvo de la chaqueta
o para llamar a la puerta cuando falla el interruptor eléctrico.
Un bastón, uno cualquiera, lo necesita el policía de carreteras,
le viene bien al juez instructor en las húmedas celdas de la prisión.
Un bastón lo tenía hasta San Pedro, el apóstol de Cristo,
y el ciego Homero bajo el ardiente sol de los países del Sur.
La primera visita después de tantos años
(Michael Krüger, Alemania, 1943)
Llegó tarde, ella. (Había estado un rato ante la puerta
de charla con el timbre,
al que no quería llamar; por un lado
demasiadas manos, por el otro creyendo
en un resto de magia).
Yo había estado mirándola tras la ventana
de la cocina: llevaba en la mano un atlas
en el que había buscado en vano nuestra casa.
(Había desaprendido a leer los mapas,
contó más tarde). Un rato
después estaba ya en la galería: una enjuta percha
con cabellos desteñidos. Oliendo
a setas y moras. Y ya me sentaba
frente a ella, y ya
había mostrado sus cartas: «mis archivos
de la duda», dijo;
bien subdivididos: las dudas citadas,
las dudas de la experiencia, etc., y por último:
las dudas no resueltas (en un trozo de papel
restregado: nada salvo indiscreciones,
dijo: ¡no merecía la pena hablar de ellas!) ¿Por qué
esta tardía visita? Después de tantos años miedo
a la propia semejanza
tras tanta manifiesta furia de aislamiento,
de autorepresentación con oculto cuidado,
después de tantos tantos tantos
diletantes proyectos para el futuro
de la verosimilitud: este asalto vespertino.
¡Puedes llevártelo todo!, grité, quiero mantener
mi inquietud: es ya lo mínimo
que puedo esperar. Ella ya
se había puesto en pie. Estaba ya en el jardín
junto a grumos de sombra. Rápidamente
cerré la ventana: para que no se marchase
el olor de setas y moras. El día después
sobre la mesa el trozo de papel restregado: en la mano
parecía una piedra. En seguida
lo arrojé al desorden del jardín
e igual que un niño me alegré
con el tintineo de los cristales.
Lucrecio
(Hugo Klaus, Bélgica, 1929-2008)
Nadie entiende qué clase de cosa es el alma.
¿Está ahí ya en el feto?
¿O es la matrona quien la arroja
sobre el rocío del mundo?
¿Muere al mismo tiempo que nosotros?
¿O perece una vez ya en la tumba
y se disuelve en la hierba?
¿O hay una región
a la que se dirige al atardecer,
o es enviada de nuevo
como alimento y vida para otro ganado?
Napoleón
(Miroslav Holub, Chequia, 1923-1998)
Niños, ¿cuándo nació
Napoleón Bonaparte?
pregunta el profesor.
Hace cien años, dicen los niños.
Hace mil años, dicen los niños.
Nadie lo sabe.
Niños, ¿qué hizo
Napoleón Bonaparte?
pregunta el profesor.
Ganó una guerra, dicen los niños.
Perdió una guerra, dicen los niños.
Nadie lo sabe.
El carnicero tenía un perro,
dice Frankie,
que se llamaba Napoleón,
y el carnicero le pegaba,
y el perro murió
de hambre
hace un año.
Y ahora todos los niños lo sienten
por Napoleón.