Que no se diga que la poesía no viaja. Durante agosto, este blog ofrecerá a sus pacientes (y, ojalá, vacacionales) lectores una pequeña vuelta al mundo en forma de versiones de poetas de muy diferentes países y lenguas. Espero que les aproveche el viaje.

 

 

 

 

Primera quincena de julio, París

(Tomas Venclova, Lituania, 1937)

          Los cafés abiertos hasta tarde,

          la tinta de los periódicos aún húmeda.

Boris Pasternak

Primera quincena de julio, París

está vacío. Nadie contesta al teléfono,

como mucho una voz prestada

que anuncia que algo en el número ha cambiado

desde el año pasado. La elocuente grabación

se niega a revelar la última cifra.

Por qué, no puedes no saberlo,

diremos, estas cosas ya no son un secreto:

a la vuelta de la esquina, la arruinada Place des Vosgues,

un alado genio de jardín, un balcón,

arcos inestables reforzados con maderos, igual que

en Uzupis. Un labrador adormecido

cincela la calzada. En el aire sofocante

una golondrina dibuja el contorno de un rostro

preservado en la memoria del mismo modo

que cualquier otra cara. Un motor sufre un ataque de tos,

y luego escuchas un ¡crack! seguido por maldiciones.

Las piedras del dique están calientes como un panal.

Las acacias se reúnen en las grietas del pavimento.

Una nube como un claro en el bosque.

Demente Tour Montparnasse. Mediodía que,

para decir la verdad, podría haber venido para no irse.

«Por lo que recuerdo, un vacío diferente

te había sigo asignado. Se esperaba que fueras capaz

de crecer en él». Pasos de retirada en la plaza,

una campana resuena a este lado del Sena.

«¿Tendremos algo de lo que hablar?

He aquí los mismos cafés, plumas que planean

que ya conocías incluso antes de verlas.

Lo más probable es que hayan sido concedidas sin un propósito.

Vives en la ruptura del mapa,

fuera del calendario».

La orilla gris

de Notre Dame no está tan lejos como pensaba;

lo veo ante mis pies, en el agua, donde,

sin prisa, flota hasta donde estoy,

habiendo renunciado al edificio.

«Sé que

te estás esforzando. ¿Pero qué te queda a cambio?

La acústica aquí es diferente».

«Estaba equivocado,

esto no es Notre Dame».

«Por cierto,

muy pronto incluso tú serás transformado. El silencio

en el auricular, castañas, calles resplandecientes

harán eso por ti. Lo sé,

lo intentarás todo. Pero antes o después renunciarás.

Los barracones en una ciénaga de cien kilómetros,

las perreras, el crujido de las botas, la alambrada de púas

no serán pronto más que un breve en un periódico,

un flash sin sentido en los circuitos de la conciencia,

menos real que tú mismo, por más que tú

sufras de ausencia de realidad».

La Bastilla, el sol colosal. Parecía

que caminaba a contracorriente.

«Añadiré

apenas un detalle: la esperanza no existe.

Hay algo más importante que la esperanza».

 

Dacica

(Tudor Arghezi, Rumanía, 1880-1967)

Te contemplo, frágil copa de arcilla.

Tres mil años han pasado por ti.

Los tiempos de los tiempos que has vivido

se han estrechado sutiles al llegar a tu garganta

y cada estación de la eternidad

ha dejado la huella de un velo de polvo

lentamente conservado en tu superficie.

El instante vive, los siglos mueren.

 

Tú, rebosante de secretos, con la boca desdentada,

estabas profundamente escondido bajo el campo arado.

No tienen nombre los huesos

de quien te detuvo en el esmalte

dándote con la arcilla una vida nueva.

Ni siquiera un resto ha quedado,

pegado a la tierra, buena y maligna.

Tú sin embargo estás aquí. El alfarero, sin embargo,

parece nunca haber existido.

 

Empapada de sudor y de sangre

su uña dibujó en ti un Uslar de flores

y con una girnalda en torno a los sutiles

contornos ha dado sentimiento al fango.

A ti te es dado existir, a él no:

su incisión permanece intacta y viva.

No eres obra de Dios

como la luna o una estrella o el desierto:

te hizo un hombre como yo.

Sus manos han muerto

pero las líneas de su dibujo siguen vivas:

el verdadero arte siempre vence a la muerte.

El alfarero te puso en la palma de la mano

y tú respondiste vibrando al sentir sus dedos.

Tu sonido dulce y ligero

es íntegro y nuevo como en el origen.

 

Copa de sueño y de tierra,

él te dio la voz. Yo te daré la palabra.

 

 

Marchar

(Aleksander Kushner, Rusia, 1936)

Marchando, optaste por el espacio.

Pero el tiempo hubiera sido igualmente efectivo.

Ambos remedios te hubiesen proporcionado el alivio

del olvido definitivo. E incluso si no hubieras marchado

el final no habría sido muy diferente.

Contemplas la niebla derramarse por el paisaje

y cómo las sombras vuelan hacia otra distancia

para luego arremolinarse en torno tuyo:

¿Dónde estás? ¿En Dzhankoi? No importa.

Fíjate: no hay un Leteo, sino dos;

y da lo mismo que bebas de uno o de otro.

 

 

Dorothy Parker Blues

(Radmila Lazic, Serbia, 1949)

Sin amor. Ni una caricia desde hace tiempo.

Olvidada como ropa tendida.

Ni loca ni trepa,

con mis sosos líos sexuales, mi roto loquesea.

Tú eres lo que quiero ahora,

tú con quien nunca he estado.

Me pongo mis medias negras

para cubrir mis piernas mal depiladas.

Me pinto los labios, me arreglo un poco el pelo,

me subo a un par de tacones.

Estoy preparada para ti.

Sólo me queda embutirme en un vestido ajustado

que te deje boquiabierto,

que haga que a tu corazón se le escape un latido

cuando me veas con esta pinta.

Nos conoceremos por casualidad –seguramente

en un lugar de esos en los que encuentras

a mujeres como yo,

a los que no suelen ir hombres como tú.

Esa es la clase de hombre que necesito,

un tío que me lleve a casa sin rodeos

y tenga muy claro lo que quiere hacerme.

No necesito ninguna clase de preliminares,

tipo: ¿has leído esto y lo otro?

¿Prefieres oír algo clásico

o te gusta más el blues?

Como el parte meteorológico

y los anuncios de buen tiempo-

todo lo he oído ya antes.

Vayamos al grano:

te doy el visado

para mi cuerpo –mi patria:

una vez tuve un buen culo,

y aún merece la pena.

Mi piel es terciopelo en el interior,

como un iris.

Huélela. Pruébala.

Cuando cierres la puerta

empújame contra ella

y empieza a besarme

y luego vete bajando y bajando.

Si no quieres hacerme eso, yo te lo haré a ti.

Mi cuerpo, invernal hace sólo un rato,

es ahora un arbusto lleno de abejas salvajes.

He derrochado un poco todo lo que tenía

pero ahora tengo muy claro lo que quiero.

Estoy en horas altas, suenan mis alarmas.

Mis años corren como un tren expreso

cargado con todos los tipos imaginables de equipaje,

un amor o dos, un lío ocasional,

y después cae en picado hacia la tienda

de ropa de segunda mano.

Eres justo lo que necesito, cariño.

Te estoy ofreciendo una oportunidad,

frótate, haz otra marca de tiza en la pizarra,

limpia mis días melancólicos, mis días vacíos.

Añade unas pocas palabras necesarias,

rescátame de donde estaba encerrada.

No necesito una copa.

Nada de música, ni de charla en voz baja.

Lo único que quiero es un buen polvo

a oscuras o con la luz encendida, eso es lo de menos.

Escribo mi vida hora por hora.

Me importan un bledo las historias de los demás.

Me gusta rasgar y arañar

como esa gata en el tejado de zinc caliente

abrasada de deseo.

Oh, no sé cómo taparme la boca.

Hablo demasiado, casi siempre

sobre cosas que sería mejor mantener en privado.