En pocos países de Europa debe tener la poesía una riqueza, vitalidad, variedad y calidad similar a la que tiene en la Eslovenia hodierna. Uno de sus poetas más destacados y conocidos es Brane Mozetic (Ljubljana, 1958) de quien ya teníamos en castellano el libro Poemas por los sueños muertos (publicado en la colección MaRemoto en 2004) y de quien Visor publica ahora, en traducción que suena impecable de Marjeta Drobnic, uno de sus libros mayores, Banalidades, del que ya había traducción al inglés hace años y que mereció en 2003 el prestigioso premio Jenko.
Balidades tiene como pórtico un prólogo de Luis Antonio de Villena y hay que decir que esta es una de esas pocas veces en las que el prólogo (ya saben lo que decía aquel francés: eso que se escribe después, se pone antes, y no se lee ni antes ni después) no sobra. Pese a que las diferencias entre sus poéticas son también evidentes, lo cierto es que estamos ante dos autores con un conocimiento brutal de la tradición poética, un hambre de intensidad que trasladan contagiosamente a su poesía, y un afán de llamar a las cosas por su nombre (aunque nunca nadie lo hubiera usado antes) que convierten cada uno de sus poemas en una experiencia de autoconocimiento.
Villena comienza poniendo el dedo en una llaga: “Si dijéramos que la poesía de Brane Mozetic, por lo menos en este libro, Banalidades, se basa esencialmente en la vivencia del sexo homoerótico y en la desolación, parecería que estamos acudiendo a una ecuación manida y vieja: el marica culpable o autoculpabilizado. Por ello me apresuro a afirmar que no se trata, en absoluto, de eso”.
Aunque Mozetic mismo usa la etiqueta de poesía gay (la referencia, en uno de los poemas de este libro, a James Schuyler y a esa etiqueta en la portada de uno de sus libros es cualquier cosa menos casual), sería absurdo limitarse a una lectura desde ángulo. También sería absurdo obviarla, si el autor ha querido ponerla en primer término. Llegará el día (esperemos) en que no tenga sentido, pero lo que no lo tiene hoy es pensar, como ha escrito algún crítico de por aquí, que decir poeta gay es como decir poeta palentino, comparación que dice mucho más del crítico, por cierto, que de los gays, los palentinos y los gays palentinos. Si al enfrentarnos al tan manido tema de la poesía femenina no debemos obviar que (otra vez: llegará el día que no importe) fueron mujeres las que incorporaron el cuerpo a la poesía de una forma natural, lejos de la procacidad más o menos provocadora con que los hombres habían tratado desde siempre el asunto (de forma un poco limitada), convendría estudiar cómo han sido poetas gays (quienes así han querido llamar a su poesía) los que han hablado del deseo masculino sin tapujos, con sinceridad, con verdadera intención de autoconocimiento y sin pretensión de hacerle una estatua a su hombría en el poema: más bien, con intención de destruirla.
Banalidades, este libro de Mozetic, es sobre todo eso: un estudio brutal acerca del deseo y la desolación que a veces es su contrario y a veces el deseo mismo. Creo que sobra decir 'el deseo homosexual': la mirada de Mozetic es tan honda, reveladora y desveladora que lo que menos importa es la postura. Cualquier lector sentirá, leyendo este libro, que habla de él mismo como si le hubieran puesto cámaras en lugares estratégicos de su vida para después chantajearle: esto eres, asúmelo, o muere. Así de crudo, así de brutal.
Hay en Banalidades poemas que nos recuerdan a Sharon Olds (lo turbio de algunas cercanías familiares, como el padrastro y su olor en el primer poema del libro), complicadas escenas casi amorosas y casi autorretratos, ráfagas de incomprensión por lo político, escenas sólo en apariencia confortables a las que el poema busca las costuras, poemas con días “para estancarse. Para boicotear la vida”, jóvenes que explican a Derrida, apariciones en una librería entre la B y la M, poemas de odio a la ciudad natal:
Querida Ana, Ljubljana es comouna pesadilla espantosa. Lo primero que se te ocurre
en esta ciudad es cortarte las venas o atarte una soga al cuello
o tirarte del edificio Neboticnik. Para soportarla, tendrías
que estar siempre borracho o colocado. Los amigos no son
amigos, los conocidos no son conocidos, los amantes
no son amantes, la madre no es madre, el padre
no es padre, la esposa no es esposa, el suelo no es suelo,
toda flota en un vacío infinito, fantasmas, espectros,
engendros, el agua no es agua ni el aire aire ni el fuego fuego.
Querida Ana, Ljubljana, tu ciudad, es el fin del mundo, es
vivir sin esperanzas, como un vegetal, es un infernal suplicio,
una pesadez en el estómago, es una acumulación
de energías negativas que sólo pretenden convertirte
en un ser estúpido y lisiado. Ljubljana, una serpiente
sonora, que te abraza con suavidad, con ternura, despacio,
y te falta el aire y no puedes librarte de ella, siempre
va contigo, te persigue a rastras, tan colorida,
inocua. ¡Venga, desaparece, húndete en el pantano,
regresa al lodo para siempre,
sálvanos!
La poesía de Brane Mozetic está hecha de deseo y desolación pero, sobre todo, de una intensa, desesperada búsqueda de felicidad. Absténgase estómagos delicados, en esta poesía no vale el empate: o se conquista el mundo o se ahoga uno en su ciénaga de insatisfacción perpetua. Cuál es el final más probable lo sabemos de sobra, pero vivir sólo tiene un sentido. Y los poemas de Mozetic nos enseñan más que la mayoría sobre ese sentido.