[caption id="attachment_352" width="150"] Erika Martínez[/caption] Erika Martínez (1979) pertenece a esa clase de escritor@s capaces de saltar de un género a otro sintiéndose en cada uno de ellos como en casa trayendo y llevando, además, lo aprendido de uno a otro con total naturalidad. Autora de un primer libro de poemas, Color carne (publicado en 2009) y de los deslumbrantes aforismos de Lenguaraz (2011), tanto su poesía como sus relámpagos saben que la virtud de un buen texto no es el rodear sino el dar en la diana. Es además responsable de diversas ediciones de otros autores. El falso techo, el libro que ahora edita (como los anteriores) Pre-textos, es un libro que plantea respuestas poéticas al interrogante brutal de lo que el desmantelamiento de eso que se llamó “estado del bienestar” ha supuesto para una generación.  La casa encima (la que se le cae, literalmente, encima en el primer poema) es toda una teoría de la evolución: “aquí hubo un establo / sobre el que se construyó una iglesia / sobra la que se construyó fábrica / sobre la que se construyó un cementerio / sobre el que se construyó un edificio / de protección oficial”. Erika Martínez no sólo da voz a una generación, también a esas mujeres que fregaron las baldosas bajo las que escondieron “la mierda” que pisaron hijos ebrios y maridos sobrios. Lo que creó esa protección oficial es, literalmente, “un monstruo”: “Me subvencionaron hasta hacer de mí / un producto ejemplar / de la socialdemocracia [...] contestona sin decibelios, / curiosa, voluntarista, mujer que asoma la cabeza”. La poeta no olvida sobre qué está construido todo eso: el cañón que un día supo disparar el abuelo, la excavadora que desentierra “cráneos como dados”. Erika Martínez no le teme al tan desdeñado 'tema de España' y titula así este breve poema:  

Trabajo duro para olvidar

que ayer es un teléfono sonando

y un cobrador en espera.

Una vez me amamantó,

ahora me atiza.

Si tardo mucho moriré

sin comprender su ombligo.

Quiero parir un ciudadano

para conocerla.

 

Hasta aquí la primera parte de un libro lúcido, afilado, que no reniega de la autocrítica y que acierta al buscar el análisis no en un nosotros demasiado general sino en un yo con genealolgía y curriculum vitae. La segunda parte del libro insiste en el entendimiento de la ficción de nuestra posición en el mundo, que lo mismo nos puede llevar a hacernos la pedicura en Etiopía “para que nadie se ofendiera” o se atreve a identificar lo sublime con una máquina de productos lácteos enriquecidos con fibra. La tercera parte tiene algo de cajón desastre: amor, deseo, contemplación atónita, “Soy miope. Ahora veo”. Era de esperar que antes o después la poesía última comenzara a dar algún tipo de respuesta a la situación actual. Erika Martínez no es la primera en hacerlo. Un lúcido precedente hay que buscarlo en aquel libro de Mercedes Cebrián, Mercado común, por hablar solo, ya digo de autores de las últimas hornadas, y en menor medida en el Dinero de Pablo García Casado. El falso techo tiene tristeza y amargura pero en sus variantes más inteligentes, las que demuestran que también la tristeza y la amargura pueden ser un manifiesto. Y, sobre todo, un magnífico ejercicio de poesía: nos mira de frente, nos ve por dentro, nos entrega la radiografía, y ahora que ya sabemos más de nosotros mismos, nos toca gestionarlo.