[caption id="attachment_583" width="150"] Foto: María Jesús Flórez[/caption]

Marcos Tramón (Oviedo, 1971) es autor de dos libros de poemas, Los días que te explican (Llibros del Pexe, 2001, anticipado por el cuaderno Escombros), que incluía además una sección de versiones de otros poetas titulada “Singladuras”, y Desgana (Deva, 2011). Incluido en algunas antologías de poetas de las últimas hornadas, Tramón es, pese a ello y a las buenas críticas que han solido acompañar sus publicaciones, uno de los nombres más secretos de su quinta. Comenzó a publicar en los años en los que la poesía de la experiencia ocupaba buena parte de la atención del gremio y, si bien su poesía bebe de esas fuentes, su propuesta es especialmente singular: probablemente sea el poeta de su quinta que mejor y con más hondura ha entendido la lección de Gabriel Ferrater, y en su obra abundan las referencias al autor de Les dones i els dies. La poesía de Marcos Tramón parte de la extrañeza de estar en este mundo, una extrañeza compartida en la soledad y en la soledad compartida. Su obra es un libro del desasosiego lúcido, atónito y con una extraña esperanza: si nada tiene sentido, en el ir y venir de las cosas también acaban llegando, en medio de la cotidiana extrañeza, momentos de rara felicidad. A continuación, dos poemas inéditos del libro en el que trabaja actualmente.

 

INSTINTO

Digo que ese es el camino que debí haber tomado, que el que tomé me trajo

a esta confusión.

El mundo es grande y diverso y en cualquier parte de la tierra te

encontrarás mirando

estas cosas, solo como quien sueña.

Allí cerca, la publicidad de marcas de bebidas oferta cosas imposibles.

Asociaba, según el género, emociones encontradas: así, el mar era lo que

nos salva; y la mar

lo que nos ahoga.

Lo sentía, igual que sabía que cada corazón tiene su dueño: sí, de la misma

manera

que el tiempo se estira o se encoge, va más lento o más rápido.

Vi como un sueño, cada vez más profundo, le iba arrebatando terreno a la

vida.

Abres las ventanas a un día por estrenar y sientes una una corriente de

simpatía con la nueva

mañana. Y es posible que nunca le hayas dicho a nadie palabra alguna de

ternura.

Nunca soportaré el sudor, nunca soporté que nadie sudara, igual que si

viviéramos demasiado

pegados al tiempo. De tal manera que cada momento es un comienzo nuevo

por decidir.

La luz azul de eternidad al atardecer en el tiempo.

Las conocía y eran misteriosas y sofisticadas, como una máscara de

carnaval veneciano.

Se me ocurre que el tiempo es una historia de remordimientos y que yo

estoy solo como una

piedra de hielo.

Vosotras y yo hacemos lo mismo, pero con propósitos distintos, algo

extraño y familiar a la vez,

en una realidad totalmente indiferente, distanciada de nuestras

costumbres, de nuestra

cotidianidad.

Sabemos que el destino, poco a poco, nos va llevando hacia la última

certeza. Y sentiremos

que volvemos a casa: un paisaje se puede confundir con un sentimiento.

 

DIEZ MANDAMIENTOS, SEGÚN LEY PROPIA

No creerás en Dios;

no creerás en nada, salvo en aquella luna oblicua que proyectaba, alargada

y a un lado, vuestra

sombra;

no creerás en las contradicciones: una opinión es un capricho, la contraria,

otro capricho

en un posterior momento;

no perteneces ni pertenecerás a nadie, tan solo al olor de las calles en tu

solitaria adolescencia;

nunca maldecirás contra estas calles, tuyas, que te recogen;

creerás que la mejor compañía será siempre estar solo;

nunca confiarás en un amigo que no tolere que haya entre ambos largos

periodos de silencio;

nunca negarás que tu ciudad y el invierno son los mejores estados de

ánimo;

nunca olvidarás el sabor de aquel “hot dog” y el calor de la amistad, mágica

noche, en la

Quinta           Avenida;

dedicarás tu vida a leer y releer a Schopenhauer, quien, según Borges,

acaso descifró el

universo.

Estos diez mandamientos se resumen en uno: verás tu sombra caminar

contigo, al tiempo

que verás en tu camino otros hombres y mujeres, otras sombras.