Es curioso que, no siendo negocio la poesía en nuestro país (como acostumbran a repetir tirios y troyanos) nuestra “industria” editorial sucumba tan a menudo a estrategias comercialoides. Y llama aún más la atención el habitual machismo (o su versión disimulada, el paternalismo) con que actúa. Es habitual este esquema: chica joven gana premio + la tenemos hasta en la sopa + desaparece cuando se decide que “ya no da para más” y se la sustituye por otra.
En esto de la poesía estaría bien recordar aquel lema de los peces televisivos: Pezqueñines, no gracias; debes dejarlos crecer. Pero ha pasado a menudo: Carmen Jodra fue el caso más sonado entre los más o menos recientes. Desde luego que su primer libro, Las moras agraces (1999, premio Hiperión) no era un libro para pasar directamente a las historias de la literatura, y desde luego que su bestsellerismo fue sorprendente pensando en su contenido. Pero era algo más importante que eso: era nada más (y nada menos) que el primer libro de alguien que demostraba talento, sensibilidad y cultura. Todo lo necesario para reclamar que la dejasen crecer en calma. Sin embargo, la sobreexposición a la que fue sometida habrá tenido mucho que ver, seguro, con su posterior (y tal vez pretendida) desaparición.
Elena Medel (Córdoba, 1985) ganó en 2002 el premio Andalucía Joven y su libro, Mi primer bikini, lo publicó la editorial DVD. Medel parecía tenerlo todo para ser un nuevo caso Jodra; incluso el cierto tono golosina que para un lector apresurado podía tener su libro contribuía a ello. También la tuvimos hasta en la sopa durante una temporada, y la concurrencia se alteró no poco cuando epilogó la reedición de un libro de Gamoneda, negándole los galones que querían para ellos. Pero el lector atento se dio en seguida que aquello era otra cosa. Los poemas de Mi primer bikini hablaban de experiencias adolescentes (su autora tenía 17 años; ¡de qué iba a hablar!), pero su autora evitaba hacer poesía fingidamente vieja y asumía el reto de radiografiarse en marcha. Tenía inteligencia, talento poético, y una idea clara de lo que buscaba: en su tutifruti de influencias había una mano sabia gobernando la mezcla, y había mucha más delicadeza y habilidad que esa que se suele despachar como frescura para definir las mezclas que no acaban de cuajar del todo. Medel tardó cinco años en dar a la imprenta su segundo libro, Tara (DVD), que era, entre otras cosas, una impresionante elegía a la muerte de su abuela, un libro fundamental de nuestra poesía última (y Medel tenía aún 21 años). Ahora, cumplida la treintena, nos llega su último libro, Chatterton (Visor), igualmente maduro, nuevo y viejo, emocionante e intrigante,igualmente imprescindible.
El título hace referencia al poeta y falsificador prerromántico inglés. Aunque el poema homónimo es un buen poema, creo (y es el único pero que se puede poner a este libro) que titular así el libro lo limita en su lectura. Pero eso es lo de menos. Arranca Chatterton con el relato de una ruptura en cinco poemas que se reparten la reflexión sobre eso que se llama madurez, convertida aquí en alienación; sobre las dificultades de asumir los roles que de una se esperan en la edad adulta. Sí, de una; en la serie Maceta de hortensias en nuestra terraza Medel concluye los dos primeros poemas con la fórmula “Mientras tanto, en la casa, el hombre duerme. / La mujer / no” y en el último, cuando por fin la mujer duerme, es porque “El hombre / ya no está”.El hombre y la mujer (así separados) debieran ser especies en extinción, pero estos poemas nos recuerdan que los mecanismos de esa diferenciación aún están demasiado arraigados.
Sigue una serie de poemas en los que es protagonista la soledad, la extrañeza del mundo laboral, y concluye con el que es para mí el gran poema del libro, el enorme “A Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora”, encontrada en el autobús. La poeta compara cómo habrán sido las vidas de ambas en un retrato con bisturí y sin anestesia.
Hay cuatro o cinco poetas de las últimas quintas de los que uno espera siempre con ansia un libro nuevo, deseoso de aprender de ellos. Elena Medel es de esos casi desde el principio. Después de Chatterton podremos esperar un poco más, porque estos poemas crecerán durante mucho tiempo dentro de nosotros.