Dice la solapa de Cuaderno de brotes (Pre-Textos), el último libro de poemas de Vicente Gallego, que este libro está “íntimamente relacionado” con Vivir el cuerpo de la realidad (Kairós), su iluminador ensayo sobre el todo de la naturaleza, el lenguaje como herramienta esencial de introspección, lo espiritual de la carne y la importancia de la atención. Y es verdad: leer ese libro (un hondo tratado de espiritualidad corpórea y contemporánea que uno no puede más que recomiendar vivamente) ayuda a entender mejor Cuaderno de brotes, pero también cualquiera de los otros libros de poemas de Gallego (Valencia, 1963), incluidos los primeros y aparentemente más alejados de ese espíritu: la poesía de Vicente Gallego nos ha enseñado desde siempre eso, la importancia de ser capaces de detener el instante para caminar por él, para desentrañarlo entrañándolo, para entenderlo siendo nosotros ese instante.

Gallego enfrenta dos citas, una de Basho: “La verdad del bambú, / apréndela del bambú: / la del pino, del pino”, y otra de Shitao: “Se podría pensar en el mar como el mar y en las montañas como las montañas, estrictamente, pero esto sería una gran equivocación. Para mí las montañas son mar y el mar montañas, y el mar y las montañas saben que yo

sé eso. Éste es el romance del pincel y la tinta”. Enfrentando estas citas Gallego nos muestra el espíritu de su libro: no existe la contradicción. Las cosas no existen por separado, no son. Sólo están; están mar o están montaña a nuestros ojos, pero no son más que manifestaciones puntuales de un todo.

Algunas notas de este cuaderno responden al espíritu del haiku (dice “El claro espejo”: “Bruñida la mañana, el claro espejo. Ha refrescado octubre, es agua fresca. Sobre los matorrales verdes, tres pellizcos de sal: la mariposa blanca”). Otras son notas de cosas vistas, reflexiones sobre el amor —también el materno— aunque todos los poemas vienen a decirnos que el amor no es algo que se da raramente, sino el estado habitual del mundo, que se rompe.

Algo tiene este libro de Vicente Gallego que recuerda a las Ocurrencias un ocioso de Yoshida Kenko: ocurrencias sólo en apariencia, anotaciones de lo que deja la vida que pasa. Alguna anotación parece realmente sólo el apunte del poema, pero nos demuestra cuánto de mejor poema hay en el apunte, de cosa distinta, de brote, de injerto entre la nada y la idea.

Creo que no hay ningún poeta español del que uno espere un libro nuevo con tantas ganas como uno nuevo de Vicente Gallego. Cada uno de los suyos es un capítulo del evangelio de la atención plena, una nueva partitura que revela el significado de la verdadera armonía. Y además es poesía honda, reveladora, hermosa. No es magia, es milagro: no hay truco. Vicente Gallego ha mirado al mundo y ha entendido cómo funciona. Sólo queda maravillarse, aprender mirando.