Tardé en leer el libro de Oliván, titulado Nocturno casi y publicado por Tusquets, porque si hay hoy en día un poeta escribiendo en castellano en España cuya lectura requiere toda nuestra atención es él. Y no quería perderme nada. Desde sus inicios, a Oliván le han importado un bledo las modas poéticas. Cuando todos eran más o menos figurativos, él sorprendió con una serie de entregas de greguerías más o menos ramonianas (desbordantes de ingenio e inteligencia) que poco a poco fueron evolucionando hasta el poeta enorme que hoy es. Por el camino fue un aforista tal vez un poco más abstracto de la cuenta, y cuando en Valencia se puso de moda cierta poesía metafísica corrió el riesgo de verse confundido con la deriva estética de los grandes poetas de allá (Gallego, Velasco, Marzal). Pero la propuesta de Oliván era otra, como el tiempo y sus libros han demostrado y decantado.
No hay otro poeta similar a Lorenzo Oliván hoy en día. Su personalidad es única, su talento lo es, su sensibilidad y sus logros lo son. La alquimia de sus poemas pasa por quintaesenciar la existencia. No hay en su poesía anécdota; eso no le interesa. La poesía de Oliván es una rara forma de entender la materia vibrante de las cosas, la inteligencia de los objetos y sus intervalos. No ha desaparecido el autor de greguerías; simplemente ha entendido que lo importante de la imagen no es la sorpresa, sino lo que la sorpresa desvela. Ya no deja que los fuegos artificiales de su ingenio nos despisten de lo que es de veras importante.
Cada poema de Oliván es, en cierto modo, un ejercicio de simulación. Sus poemas no pasan en ninguna parte; cada uno de ellos nos invita a comenzar a crear el mundo de nuevo (La eterna novedad del mundo tituló, precisamente, con guiño pessoano, uno de sus primeros libros). Entramos y sus poemas y despertamos en un espacio por construir. A la vez que lo hacemos, aprendemos sus normas; cuando nos damos cuenta, se nos ha desvelado algo de nosotros mismos. Con una retórica plena de recursos y variada en soluciones, todo es aquí imprevisible y revelador. Y ese ser imprevisible, primero, desconcierta más que alerta. No nos asusta, nos dice: no creas que sabes nada. No faltan algunas pistas concretas, como en “Mark Rothko contempla el horizonte en uno de sus cuadros”; pero, como se ve, esa pista no importa en realidad, da lo mismo que sea falsa:
Allá en el horizonte
la realidad se curva, indefinible,
y no termina lo que se termina.
Quizá porque es el punto
en el que el ojo encuentra de repente
un giro inesperado a la visión.
La circular mirada que no acaba,
que envuelve y funde al fin
en sí lo contemplado.
No hay en la poesía española contemporánea un ejercicio de autoconocimiento tan exigente, hondo y revelador como la obra de Lorenzo Oliván. Absténgase espíritus acelerados: aquí hace falta tiempo para despojarse del propio ritmo y aprender las normas de la inteligencia desvelada.
Raíz y huida
Yo que niego un origen soy mi origen.
Gracias a que crecí
sin tierra en que apoyarme,
pude, leve, afirmarme en aire y viento.
Escapando de mí,
fui más yo mismo.
Así que si alguien piensa
algún día en la imagen de mi cara
que mire al ciervo y su tensión difícil,
que atrapa en su perfil raíz y huida.