Ángeles Carbajal (Argüelles, Siero, Asturias, 1959) publicó un par de libros

de poemas en castellano a principios de los 90, el primero, y el segundo una década después. En 2012 se pasó al asturiano y ganó el premio
Teodoro Cuesta con el libro
En campu abiertu, que fue una de las sorpresas más llamativas de la literatura en asturiano de los últimos años. Ahora acaba de aparecer L’aire ente la rama (Impronta), con el que ha obtenido la última edición del premio
Xuan María Acebal, completando
así el dúo de los dos premios
más prestigiosos de la poesía en el idioma. De modo que en un par de años no sólo ha sumado los dos premios
más importantes de la poesía en asturiano, sino que ha vivido una especie de renacimiento personal
: su voz se ha remodulado y es como si al adoptar las palabras de casa, el idioma manase de una forma más pura y honda. Con estos dos libros
Ángeles Carbajal se ha convertido en una autora imprescindible de la más reciente literatura en lengua asturiana, y en un secreto que cualquier lector atento estará encantado de descubrir.

El tema que hila los poemas de L’aire ente la rama es la infancia vista desde la edad adulta. Prácticamente todos los poemas comienzan con una frase en pasado, que da inicio

a un recuerdo que conduce a la imagen poética que el poema revela. La infancia que nos cuenta
Ángeles Carbajal es eminentemente rural. No hay pues novedad en el tema, tan querido de otros poetas asturianos contemporáneos (Berta Piñán, Xuan Bello, Pablo Antón Marín Estrada, y un largo etcétera) pero si en la forma. Carbajal asume las mismas influencias destiladas de los grandes poetas de la vida campesina (con Eugénio de Andrade y Seamus Heaney a la cabeza)
y lo que la distancia de sus compañeros de generación (y de otros más jóvenes) es la renuncia al culturalismo (norma común apenas rota por alguna referencia a Proust). Ángeles Carbajal renuncia a acumular parafernalia en el poema y sin embargo, sus versos están sutilmente atravesados por el ángel de la historia, por el réquiem de un mundo que ya termina, si no es que ha terminado ya. Los poemas de Ángeles Carbajal son acuarelas donde otros hubieran pretendido hacer escenas más elaboradas. No es un defecto: son agua cristalina. Casi todos los poemas comienzan con una anécdota de la que la poeta extraerá la imagen poética, como por ejemplo en “El maná”, que comienza con la madre arrojando habas a lo alto para después reclamarle
a la niña: “Tú naciste con las vacas gordas
/ y por eso piensas que el dinero / cae del cielo como el maná”. El poema, claro, se acuerda de aquella imagen de las alubias en el aire.

Algunos poemas sí que reclamarían

mayor desarrollo (en “L’asuntu esi”, por
ejemplo, se adivina un poema que puede
ir mucho más allá de lo que va), pero la mayoría aciertan
a darnos una imagen certera como un fogonazo de infancia recuperado
. Uno
de mis favoritos (lo cito
directamente en su asturiano transparente,   y luego ya en traducción
de urgencia) es “El prau Carbayalu”:

 

Díbamos a buscar les vaques

al prau Carbayalu

cuando

na tarde se mezclaba

l’aire de los mundos

col color de los felechos

y de les cotolles na seronda.

Volvíamos coles estrelles nos güeyos

y l’infinitu na frente.

Entós el cielu taba nel cielu

y la nuestra casa en casa.

 

 Íbamos a buscar las vacas

al prado Carbayalu

cuando

ya en la tarde se mezclaba

el aire de los mundos

con el olor de los helechos

y del tojo en el otoño.

Volvíamos con las estrellas en los ojos

y el infinito en la frente.

De aquella el cielo estaba en el cielo

y nuestra casa en casa.

 

Qué forma

tan hermosa de decir que todo estaba en su sitio. A veces piensa uno que va siendo hora
de que la poesía asturiana salga de la infancia. Y no es que no lo haya hecho, pero
sigue siendo un tema recurrente. Claro que libros
como
este
de Ángeles Carbajal se empeñan en demostrar que la infancia es una patria infinita.