Hace ya tiempo que el haiku dejó de ser una estrofa japonesa para ser, también, un género más de nuestra propia tradición poética. Hay quien ha conservado su naturaleza contemplativa y hay quien ha usado su molde métrico para escribir epigramas de otra forma. Hay quien dice que es el soneto del haragán y quien cree (yo soy de estos segundos) que en realidad el soneto es el haiku del palabrero. Hay quien los ha escrito como divertimento (abundan los poetas hodiernos que han publicado un cuaderno o un libro de haikus) y hay unos pocos que lo han convertido en su forma esencial de expresión. Tal es el caso de la valenciana Susana Benet (1950). La enredadera (Renacimiento) recoge todos los haikus que Susana Benet ha publicado hasta la fecha, con el añadido de una generosa sección de inéditos. En su caso, equivale casi a decir una poesía completa. Esta edición se enriquece con un prólogo de Fernando Rodríguez-Izquierdo que es, además de un lúcido acercamiento a la escritura de Benet, un texto más que recomendable para toda suerte de talleres de escritura creativa: la minucia inteligente con que analiza los resortes de los haikus de Benet es también un manual de instrucciones para escribirlos si no con brillo (eso ya depende del talento de cada uno), sí al menos con destreza. Lo que tienen en común los poemas de Benet, más allá de su forma, es la hondura de su mirada, su capacidad para recrear, en el espacio mínimo entre tres versos, no sólo un instante del mundo, sino todo cuanto ese instante condensa: tiempo y espacio, presencias y ausencias, cuanto entra por los sentidos y cuanto escapa del alma. Cada haiku de Susana Benet es un objeto de meditación, como un almiar de Monet. Un pequeño big bang al revés, universo concentrado, vida y trascendencia unidos. Tan breves y tan infinitos. No me resisto a copiar algunos: Se posa el sol en la taza de té. Bebo la luz. * Sobre la arena huellas de escarabajo. Constelaciones. * De aquella jaula aún queda en la pared el clavo inútil. * Sin detenerme, he visto arder el sol en el hibisco. * Entre los peces pequeños de la orilla, los pies de un niño. * Frío sardinas. El gato en la cocina ronroneando. * Pequeñas huellas, el olor del rebaño aún en el aire. * Tras su cometa los pies del niño apenas rozan el suelo. * Vieja estación con el nombre borrado y sin campana.   Sin embargo, que Susana Benet escriba en haikus es una anécdota. Por su capacidad para el detalle revelador, para entrever en un momento de tiempo un instante de desvelada eternidad, es una de las poetas imprescindibles de ahora. De un libro suyo no sale uno igual que entró: es como si hubiera aprendido a reparar en lo que ocurre en el lapso que va de un segundo a otro segundo, atento a los pliegues del tiempo y sus habitantes. De qué pocos autores de hoy puede decirse lo mismo.