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No son muy habituales en la poesía española de hogaño los proyectos ambiciosos, a largo plazo (como, por ejemplo, La marcha de 150.000.000 de Enrique Falcón). Por eso, un empeño como el de Javier Sánchez Menéndez y los diez libros que componen "Fábula" merece la curiosidad y atención de cualquier lector de poesía que guste de alejarse de cuando en cuando de los caminos más trillados.
Con pocos meses de diferencia han aparecido los libros cuarto y quinto de ese proyecto: respectivamente, Mediodía en Kensington Park (La Isla de Siltolá) y Confuso laberinto (Renacimiento). Paralelos a esta obra son otros libros en prosa y verso que complementan la obra de Sánchez Menéndez, trazando paralelismos y puntos de fuga que convierten su obra en un todo interconectado. Los libros de “Fábula” están unidos como los eslabones de una cadena; cada libro comienza como acaba el anterior y termina como empezará el siguiente.
¿Es “Fábula” un proyecto en verso, en prosa…? La propia peripecia editorial del conjunto invita a la confusión; Mediodía en Kensington Park apareció en una colección de poesía; Confuso laberinto aparece en la misma colección en la que Renacimiento ha publicado los Sobre casi todo y Sobre casi nada de Julio Camba, las conversaciones de Alfredo Rodríguez con José María Álvarez, los tomos de reseñas reunidas de José Luis García Martín o el ensayo de Víctor Fuentes Buñuel, del surrealismo al terrorismo. Pero también Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas; un libro con el que, pese a las diferencias superficiales, tiene mucho en común el proyecto de Sánchez Menéndez. ¿Prosa o verso? ¡Qué más da! Lenguaje con intención de pensar y cantar, eso encontramos en “Fábula”.
El lugar central de Confuso laberinto en el proyecto de “Fábula” le confiere, de algún modo, carácter de clave de arco de una serie de libros que componen, a su manera, un libro lleno de desasosiego que busca, en medio de todo el ruido, las instrucciones del sosiego, un manual de contemplación. Sánchez Menéndez busca en sus libros, en efecto, aprender y enseñarnos a contemplar; que la contemplación, cuando hemos aprendido, no consiste en ver un objeto como algo quieto y acabado, sino en ser capaces de verlo abrirse a todas sus posibilidades, a todos sus seres y estares. “Tantos matices, tantos desvíos”, nos advierte uno de los pasos de Confuso laberinto, un libro que trata de la enormidad de lo microscópico, de la importancia sublime de aquello en apariencia insignificante: los gestos cotidianos, los libros frecuentados de la biblioteca personal, las músicas que nos subrayan y nos acentúan, los grillos, los girasoles, las viejas postales, Gardel…
Al poeta no le importa mostrarnos los andamios de su obra porque son ellos, precisamente, los conductores de la meditación, como almiares de Monet o geografías habitadas sólo por el pensamiento como las de Gonçalo Ivo. Sánchez Menéndez persigue en sus páginas al yo que le faltaba para acabar descubriendo que “No se puede vivir en la unidad sin haber existido en la separación”: que lo real no es ser o no ser, sino ser y no ser a un tiempo, existir en todas las posibilidades de cuanto existe y ser nosotros, que nos buscamos y nos rehuimos, no este yo de ahora, sino todos los que fuimos, los que pudimos ser y somos ahora mismo en instantes paralelos. Que contemplar es, pues, ver todo lo que no se ve.
Sánchez Menéndez logra cuanto se propone en su escritura, que requiere un lector poco apresurado. A mí, estos libros de “Fábula” me recuerdan uno de mis libros favoritos: aquellas Ocurrencias de un ocioso del japonés Yoshida Kenko que publicó en español hace años Hiperión, los pedacitos de papel en que alguien va anotando su perplejo entendimiento del mundo. Aquí hay más arquitectura, pero no menos hondura.