Cuando Lêdo Ivo publicó en 1979 Confesiones de un poeta el libro fue saludado por la crítica como singular y único en el contexto de las letras brasileñas. En varios pasos su autor alude al carácter fragmentario de la obra: “Advertencia al lector: este libro comienza en cualquier página”, dice en un tramo. “¿Qué libro es este”, se pregunta más adelante, “que, como una cesta de papel vuelta del revés se va formando en mis cajones construido a base de sobras y excrecencias, divagaciones y transvagaciones, compuesto con lo que no sirve para otros libros?”. De ese libro, que es unas memorias y a la vez un libro de aforismos, traduzco los que siguen.


En la vida siempre es necesario usar máscaras, pues nadie nos reconocería si nos presentásemos con el rostro desnudo.

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La lasciva Z me confía que el escritor X, con quien tuvo un accidentado comercio amoroso, es pésimo en la cama.

-Le falta estilo -me dice ella.

Nada nuevo; es el mismo defecto de su prosa pobre y sudada.

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Debemos ser indulgentes con quienes se equivocan, y más indulgentes aún con quienes no tuvieron la valentía de equivocarse.

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El poeta crea aquello que contempla.

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No me gusta ver a los muertos. Me parece que se han evadido de sus restos. Sin embargo, pese a la convicción íntima de que los muertos ya no están en sus cadáveres, pasé por la Academia y me detuve unos instantes ante el cuerpo de Guimarães Rosa, fulminado por un infarto tres días después de la noche triunfal de su toma de posesión. Guimarães Rosa llevaba puesto el uniforme de la Academia y sus gafas. ¡Un muerto con gafas! ¿Para ver qué?

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Hay ciertos escritores que crean como los pescadores de arrastre; destruyendo toda fauna y flora del espíritu que encuentran a su paso.

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Hay un cierto tipo de talento que preferimos admirar en los otros, y que jamás desearíamos para nosotros mismos.

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Lo único que puedo ofrecerte, querido lector, es mi mentira. Si para ti se vuelve verdad, eso es asunto tuyo. Se trata de una operación creadora que convierte a cada lector en un autor invisible.

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Una de las características fundamentales de la llamada cultura de masas (en las radios, televisiones, cines, periódicos y revistas) es que se empeña en hacer que el pueblo se ría. La risa es el nuevo opio del pueblo.

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La frontera no es un límite, sino una invitación a la travesía.

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Que la muerte venga sólo cuando ya esté vacío de mí mismo.

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Los sueños son los prólogos de la realidad.

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Como Saturno, las revoluciones suelen devorar a sus hijos. Pero por suerte dejan en paz a los sobrinos.

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Un gran escritor no necesita ser muy inteligente ni muy culto. Sin embargo, inteligencia y cultura son atributos indispensables de los escritores menores.

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Todo Poder es ilegítimo, incluso el legítimo.

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Hay un cierto tipo de crítica que, por su altísimo tenor creativo, sólo puede ser practicada por los poetas, de tal modo funde la valoración estética con la observación vital. De ello es ejemplo esta línea de Laforgue sobre la poesía de Tristan Corbière: “strident comme le cri des mouettes et comme elles jamais las”.

Ninguna crítica profesoral o científica se atrevería a tanto, en clarividencia y acierto. Son sólo unas cuantas palabras, pero iluminan una obra entera.

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Como poeta, quiero que se escuche también mi silencio, y no sólo mis palabras.

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Los místicos escriben mal; la claridad es un atributo terrestre.

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Regla: invitación a la transgresión.

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Como las serpientes, los poetas tienen que cambiar de piel.

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Itinerario de X: de anacoluto en anacoluto hasta la consagración final.

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Lo cortés es el borrador de lo cortesano.

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Un buen crítico no está obligado a ser justo, sólo a ser inteligente.

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En los gabinetes eruditos, rodeados de diccionarios, murciélagos necrófilos chupan la sangre póstuma de los poetas malditos.

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Poema: sortilegio organizado.

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La primera obligación de un poeta es conocer su idioma.

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Valéry decía que los dioses regalan el primer verso y es responsabilidad del poeta escribir los restantes. Yo prefiero que los dioses me regalen el tercer verso, y ocuparme yo mismo de los dos primeros.

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Se vanagloriaba de ser un escritor solitario, pero aparecía en todas partes; sobre todo en los cócteles.

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Prefiero a los poetas que insultan y vituperan (Victor Hugo, Byron, Baudelaire, Rimbaud) a los que viven lloriqueando.

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Cansado hace milenios de pertenecer a la vanguardia, Homero sueña con ser un clásico.

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La literatura es como un rebaño, pero su destino reposa en la lana de las ovejas negras.