Rima interna por Martín López-Vega

Natalia Litvinova, creer en la poesía

14 noviembre, 2016 11:05

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Natalia Litvinova[/caption] El de Natalia Litvinova es un caso sin duda peculiar. Nacida en 1986 en Bielorrusia pero argentina de adopción, su obra poética ha sido, pese a su juventud, editada creo que en su totalidad en España. Siguiente vitalidad (La Bella Varsovia), su última entrega, deja claro que no es algo casual ni inmerecido. Si en sus libros anteriores asomaba, junto a un talento singular y una capacidad poética poco común, algún deje aún un poco de principiante en forma de cursilería facilona, ahora nos entrega un libro redondo, de esos que aúnan inteligencia y hermosura verbal en unas dosis nada frecuentes. Se abre este nuevo libro con una cita de Anne Michaels: “Cualquier momento dado -por muy trivial / que sea, por muy ordinario- posee una cierta contención, / está repleto de vida boquiabierta”. Cita que da una definición nueva de la duración, esa que convierte el poema biográfico en un instante cotidiano transido de historia y significación. No en vano el primer poema del libro se titula “Autobiografía” y comienza de un modo secamente narrativo: “Septiembre de 1996: muchas noches sin dormir / después del traslado de Bielorrusia a la Argentina”. Pero en seguida Litvinova nos demuestra que sabe de sobra que la poesía, por más que se use como herramienta de autoconocimiento, es sobre todo cosa de imaginación. “Soñé que me crecía una segunda cabeza”, continúa el poema. “Tomé una aguja y la pinché como a un globo”. El poema continúa mezclando pequeños detalles reales, sueños y pesadillas. “¿Cuántos hombres son / un hombre y sus sombras? / Mirando hacia la terraza / papá dice que un nazi nos vigila”. La memoria recupera detalles sueltos que contienen sin embargo todo el adn necesario para recomponer el cuerpo del pasado. Así en “Patria”: “Las gitanas maldiciendo, / las monjas cruzándose de piernas. / La mano de la abuela sin un dedo. / Los caballos en el establo se asustan ante un erizo. / La cara de Stalin en los sueños”. En los poemas siguientes, su abuelo le cuenta un secreto a su padre, reconoce el deseo de ser una polaroid de Tarkovski. “Flores de Chernóbil” recuerda el episodio acontecido diez años antes de su marcha del país por motivos políticos relacionados con su padre. “El cruce de los caminos” supera con maestría y emoción la prueba del poema largo. Poemas más breves se incluyen en la segunda sección del libro, también más variada en cuanto a tono, temas e intención, por más que las obsesiones básicas viajen de poema en poema. “Convertida” es un conciso poema de amor: “Me venían ganas / de ser un muchacho / para acercarme a él, / sentarnos con calma, rozando / nuestras rodillas velludas, / decirnos sí o no, / pocas cosas, / suspendiendo la desmesura. / Mi pelo largo como un talismán / para volver a mi corazón / de mujer, cuando quisiera.” “La espigadora” es un evocador lienzo con toda su verdad entre líneas: La espigadora trabaja bajo el sol y en la oscuridad le arde la cara. Canta a su hombre dormido, mientras le saca las botas y el barro seco queda en sus rodillas. Canta, para que no se despierte, todo el día junta espigas para una harina que no come, lino para los vestidos que no usa. Le saca las botas, cada noche, granos de su pelo. Pero en secreto quiere ser una nodriza, como Safo, para susurrar a sus compañeras y dormir en el pajonal entre sus cabellos perfumados con una mano en el pecho. Seguro que la poesía de Natalia Litvinova evolucionará y se hará aún más personal. Qué impaciencia por verlo. Por la manera en la que en sus versos se trenzan los hilos de la biografía y la historia, de la imaginación y la inteligencia, de la emoción y la revelación, Siguiente vitalidad la convierte ya en una de esas poetas de las que uno quiere otro libro enseguida, para seguir diría que aprendiendo, pero no es eso: ¿cómo se aprende la magia?Qué alegría, en tiempos como los nuestros, un libro así, tan convencido de la belleza de la imaginación que reinventa el mundo; de la utilidad, aún, de la poesía.

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