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Teresa Soto[/caption]
Teresa Soto (Oviedo, 1982) se dio a conocer cuando
ganó el Adonais en 2007 con el libro
Un poemario (Rialp). El título, poco llamativo, ciertamente,
escondía una voz muy personal, completamente formada ya, que bebía en las fuentes de lo mejor de la poesía universal del último siglo (con parada y fonda en nombres esenciales como
Yehuda Amijai) y se vertía en el poema de forma cristalina, con una ironía pariente de la de
Szymborska, de la que podría uno decir que no genera una distancia irónica, sino una cercanía irónica. Soto, como Szymborska, en aquel libro
no practicaba la ironía poniendo a Baco entre borrachos, sino otorgando a sus escenas la dignidad de un mito familiar.
Un poemario (su lectura desvelaba después lo acertado del título; tal vez algo soso, sí, pero acertado) sigue siendo uno de los poemarios más memorables de entre los publicados por los poetas nacidos en los años ochenta del pasado siglo.
A
Un poemario le siguieron dos libros,
Erosión en paisaje (Vaso Roto, 2011) y
Nudos (Arrebato, 2013) en los que
la palabra de Teresa Soto se fue limando de aristas, borrando rastros de bibliografía, asumiendo otras influencias más secretas que en secreto se mantienen en el poema. El punto seguido de esta evolución es su nuevo libro,
Caídas (Incorpore,
www.incorpore.org).
Caídas es una especie de cuaderno de bitácora (a veces anticipado) de una pariente de Ícaro algo empecinada; cae pero vuelve a volar.
Las caídas del título se asimilan siempre a pérdidas. La primera sección del libro, “El Dorado”, arranca en el momento anterior a la pérdida:
En el suelo lunar de granito
extendimos los brazos y las piernas
nos sonreímos
un poco
con cautela
estábamos siendo felices
entre tanta ruina
y tanta pérdida
qué miedo nos daba
el puro contento del agua dorada
del aire limpio, las bocas llenas de besos
El Dorado.
Llega el fin y lo único que queda es “formar algo con las astillas / y los huesos. / Formar, reformar / volver, revolver / resucitar”. Pérdida y resurrección recorren el libro:
En la casa
que en tu vida
existió tres veces
una cuando naciste
otra cuando la dejaste
otra cuando volviste.
A la vuelta
con la habilidad
del ladrón
registraste
las diferencias:
todo distinto
nada igual,
salvo las amapolas.
Amapolas naranjas
de California
estaban vivas
y eran hijas de las hijas.
Tú, hijo del hijo,
te llevaste una semilla
para que siguiera vivo
en el naranja
del pétalo
y te viera pasar por las mañanas
hermoso, alto
reluciente, al sol
hijo suyo
vivo
como él.
“Oro”, sección segunda del libro, repite estructura y hallazgos, si bien aspira más a la miniatura: “Porque eres hilo de oro / y tiro de ti / pero no te deshago / y tiro de mí / y te acercas / con todas tus distancias / la de la geografía, / la de la lengua, / la del secreto”. En “Caídas”, sección tercera del libro, el dolor, la herida, la enfermedad, el hueco son las formas de la caída y la ausencia.
El escondite tras la caída, tras la ausencia se convierte en estos poemas de Teresa Soto no en un lugar cerrado, sino en una abertura por la que ver el mundo a través de sus experiencias aparentemente negativas, peldaños sobre los que crecer.
Cuatro libros después de su estreno, queda poco de la Teresa Soto de
Un poemario. Resulta más difícil reconocer las referencias que la hacían distinta entre sus coetáneos en aquel estreno, por ejemplo. Pero
queda lo esencial: su entendimiento del poema como grieta a través de la cual percibir el mundo de un modo mejor, su esfuerzo por limar lo superfluo, su voz que busca la ausencia de contaminación en un mundo saturado de referencias. Como cada uno de sus poemas, su obra nos hace asomarnos al mundo con una mirada distinta, con la voz lavada, atreviéndose a decir sin miedo a ser inevitable eco de un eco, pues eco o no, nuestra es la caída y nuestra la decisión de volver a levantarnos.