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En su libro La salvación de lo bello, Byung-Chul Han (creo que ya he citado este paso otra vez en esta bitácora, pero es que viene muy al caso) señala como seña de identidad de nuestra época lo pulido, lo liso, lo impecable. Y aún habría que añadir: lo sano, lo saludable, lo carente de dolor. Toda existencia de anuncio lista para fardar en Instagram no sólo carece de arrugas, sino también de dolores. Contra esa imposible utopía indolora escribe Marta Agudo (Madrid, 1971) su tercer libro, Historial (Calambur), un libro que indaga en la presencia en nuestras vidas de la enfermedad, una presencia tan constante como silenciada.
No es que falte la literatura de la enfermedad. Las mismas citas que Agudo coloca al frente del libro tienen algo de árbol genealógico. Copio la cita de Susan Sontag, especialmente significativa para entender el punto de arranque de estas páginas: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.
Ese otro lugar puede ser nuestra enfermedad o la de quienes nos rodean. Marta Agudo traza un historial (médico, claro, pero no sólo) de ese territorio en prosa y en verso –es una de las autoras contemporáneas que mayor maestría ha demostrado en el poema en prosa-, y con un libro que aúna a la vez la estructura bien definida (aunque sólo fuera por su tema) con una apertura inteligente que le proporciona variedad de enfoques y perspectivas. “Si vivir ya implica morir, para qué estos sorbos de nada precedida”, dice casi al principio del libro, aunque paso a paso se vaya volviendo cada vez más difícil la identificación entre enfermedad y nada, pues el dolor, como se nos demuestra, es cualquier cosa menos vacío. También: “Democracia en su falla. El igual deja de serlo cuando / el segundo exacto de la enfermedad”. El dolor es política, es desorden, lleva a reflexionar: “Acaso hubiera sido preferible la píldora transparente del no nacer...”
El libro tiene algo de diario (algunos de los poemas aparecen fechados: “23 de marzo de 2005, muerte de Lucrecia”; “marzo de 2014, tras la lectura en La Casa Encendida de Jorie Graham y Mark Strand”) y mucho de libro de anotaciones abierto (claro, de historial), en el que caben la reflexión e incluso la nota ingeniosa (vivir se escribe con v de vacío, nos dice), cuando no la imagen casi cinematográfica (“Mientras, la anciana lleva en su carrito vacío al niño que no tuvo”). Copio entero uno de los pasos del libro:
Con la coquetería de la mujer que duerme con los pendientes puestos, con el dolor de lo incoloro me iré para clasificar lo que sí y lo que no, el margen de lo respirable. La pantalla del futuro es un coágulo de historias que no tienen por qué suceder. Cerrazón del espejo, mirada ancha, ¿cómo repercute el magma de la historia en este cuerpo de niño jugando entre la arena? Cadena de siglos, pero siempre cuatro extremidades acabadas por cinco uñas que se mantendrán mientras la circulación, mientras el deseo de arañar, mientras el sol cubra la mente y comparta el deseo de ser ciclo de algo.
Difícil resumir un libro que actúa por acumulación (que no por amontonamiento), en el que cada entrada no supone una moraleja, sino una apertura a muy diferentes significados, de lo íntimo a lo político, a partir de notas al pie de lecturas, de diálogos con la obra de artistas (como en la serie dedicada a Cano Erhardt), con la anécdota y con la historia. Marta Agudo ha escrito un libro distinto desde el punto de vista formal (a eso ya nos tiene acostumbrados), arriesgado y abierto en su unidad, como una sinfonía cuyos elementos han sido calibrados a la perfección. No hay un sólo elemento que dependa de los demás y, sin embargo, unos se sostienen a los otros como los palitos de un mikado; cada movimiento de ellos da lugar a un significado nuevo, a un matiz distinto. Un libro también, como los buenos libros, con más preguntas que respuestas, que visibiliza lo invisible y nos recuerda que somos, sobre todo, en el dolor (no por nada en uno de sus poemas más famosos Czeslaw Milosz mencionaba la ausencia de dolores en el retrato de una escena placentera). Siempre hay algo distinto, algo interrogante en los libros de Marta Agudo; una interrogación que permanece al cerrar el libro, como un virus de verdad inoculado por sus versos.