En el Teatro Cofidis (antiguo Alcázar) se estrenó la pasada semana Locos por el té. Tenía interés por conocer uno de los artefactos de teatro boulevard de mayor éxito de la cartelera gala, pues la pieza lleva representándose en París desde 2010 y fue galardonada con el Premio Molière a la mejor comedia en 2011, aunque sus autores, Patrick Haudecoeur y Danielle Navarro- Haudecoeur, la estrenaron por primera vez veinte años antes, manteniéndose entonces durante tres temporadas en cartel.

La noche del estreno, tras la representación, personas con las que hablé estaban convencidas de que esta producción, dirigida por Quino Falero, también iba a ser un éxito en Madrid. Pude comprobar cómo parte del público rió a gusto durante el transcurso de la función, pero también detecté un sector que no pareció disfrutar tanto. A mí, después de verla, me entraron ganas de revisar Noises Off, de Michael Frayn, traducida aquí de tantas maneras (Al derecho y al revésPor delante y por detrás¡Qué desastre de función…) y una obra maestra del género estrenada apenas una década antes que esta, por lo que seguramente Haudecoeur y Navarro la habrán tenido en mente. Me temo, sin embargo, que los autores de Locos por el té están lejos de alcanzar la maestría de Frayn.

[caption id="attachment_328" width="450"] José Luis Santos, Mª Luisa Merlo y Juan Antonio Lumbreras en Locos por el té[/caption]

Como en Noises Off, también en Locos por el té se sigue la fórmula de teatro dentro del teatro. En el primer acto se propone al público que asista al ensayo de un vodevil por una compañía de actores días antes de su estreno, ensayo que es un gran despropósito: el actor principal (interpretado por Juan Antonio Lumbreras) no se sabe el papel, y  ni siquiera es actor, sino hijo del productor;  la primera actriz (María Luisa Merlo), liada con el productor, es una madura señora todavía con ínfulas de seductora que amaga con abandonar constantemente la producción; añadimos al marido de esta, supuesto cornudo (José Luis Santos); la directora del espectáculo, inglesa para más señas (Esperanza Elipe), el mayordomo (Óscar de la Fuente), la sastra, el técnico... Para el segundo acto, se reserva la representación del vodevil que ensayaban y que, como pueden imaginarse, es un desastre.

La comedia sostiene sus gags en el error y el tortazo, un método efectivo pero cansino que los clowns conocen bien. A fuerza de repetir la misma escena en la que los actores se equivocan,  de hilar imprevisto tras imprevisto,  se desarrollan situaciones  descacharrantes, pero también excesivamente largas. Y no es arbitrario que los autores hayan decidido que sea un “vodevil” lo que los actores representan; al ser un  género muy exigente con el ritmo y que impone muchos ajustes entre los personajes, facilita  acentuar los equívocos, que es de lo que se trata.

Por otro lado, Locos por el té se apoya principalmente en un cómico, el que da vida al  tipo desastrado que provocará el caos en la obra. Es Juan Antonio Lumbreras, quien con una sólida carrera como actor (ha participado en producciones recientes como El inspector, Esperando a Godot…),  ya ha dado sólidas muestras de que la comedia es un género que le va, tiene sentido de la medida para interpretarla, y aquí también da testimonio de ello. Pero echo de menos un tono y un ritmo más elaborado desde el que disfrutar con su interpretación, así como con la del resto de los actores.

Como ya he dicho, el público del estreno pareció disfrutar y quizá la obra funcione en taquilla. Para explicar mi juicio, recuerdo las palabras de un productor de teatro:  “Un espectador fatigado suele sacar siempre mala opinión de la obra que ve”.  De forma que diré que esta semana presencié  una obra cuando estaba muy cansada.