[caption id="attachment_432" width="200"] José Luis Alonso de Santos[/caption]
El pasado lunes un grupo de actores leyó en Madrid, en Casa del Libro, La semana cultural, una de las últimas obras de José Luis Alonso de Santos que acaba de editar Ediciones Irreverentes y que todavía no se ha estrenado. La obra es un juguete cómico muy efectivo y en ella se dicen cosas que, creo, comparte mucha gente. Mi olfato me dice que esta comedia sobre políticos que para medrar personal y políticamente usan la cultura -entendida como la religión del Estado actual que la llama Fumaroli- va a funcionar. Alonso de Santos conoce muy bien el teatro español, y en especial el Barroco, y esta obra tiene numerosas referencias clásicas. Una de ellas recuerda El retablo de las maravillas de Cervantes, porque aquí también hay un juego de apariencias en torno al valor que damos en nuestros día a “parecer culto” . Como señaló el propio autor, poco después de la lectura, “parecer culto se ha convertido hoy en algo parecido a lo que uno imagina que llegó a ser la limpieza de sangre entre los cristianos del siglo XV”. Sí, creo que lo que hace singular a la comedia es su argumento, nunca había visto este asunto tratado en escena: la cultura que paga y promociona el poder político para su autobombo. Una cultura invasiva que, en palabras del único personaje que el autor salva de esta obra, el ordenanza Saturnino, en línea con los personajes clásicos de nuestro teatro y que viene a representar la sabiduría popular, “es un invento del gobierno para sacarle a uno los dineros y la señora, a ser posible”. Por el contrario, el autor no se anda con remilgos en el retrato despiadado que hace de los políticos, a los que sí se cuida muy mucho de identificar con partido alguno. Los pinta a brochazos: ridículos, ignorantes pero, sobre todo, inmorales, seres guiados únicamente por su interés personal y por medrar en su partido. De este retrato tampoco se salvan los periodistas, oportunistas, falsos y serviles. La historia se sitúa en un pueblecito castellano. Su alcalde y su concejal de Cultura encuentran en la organización de una Semana Cultural una oportunidad única para escalar en las listas de su partido. Ayudados por Adela, la eficiente jefa de prensa, no tendrán inconveniente en sustituir los tradicionales discursos y exposiciones de los paisanos oriundos por la visita de artistas internacionales como, por ejemplo, la del Premio Nobel de 1994, a quien nadie conoce. El primero y el segundo acto van a un ritmo imparable, el disparate es desternillante: El auténtico Premio Nobel no ha podido venir, pero viene su hermano, que es negro como él. Al parecer, los hermanos están acostumbrados a que uno sustituya al otro por medio mundo y la corporación municipal no tiene inconveniente en falsificar el acto. Pero el sustituto quiere una contrapartida por su participación: le gustan las mujeres rubias y blancas, lo que resultará una complicación. A modo de metáfora dramática actúa Saturnino. Se trata de un guardia civil retirado y ordenanza del Ayuntamiento, hombre honrado, servicial, “un personaje en la estirpe de los que interpretaba Pepe Isbert”, explicó más tarde Alonso de Santos, con evidentes referencias calderonianas. Saturnino representa el pueblo, la cultura popular, y, precisamente por eso, la corporación municipal no tiene ningún remilgo en engañarle a él y a su mujer, humillarlos públicamente, y finalmente, servirlos como víctimas de todo el tinglado. Aparte de los incesantes chanchullos que no paran de urdir políticos y periodistas, hay también un gran lío de faldas en el que se mezclan mujeres de unos con maridos de otras. Y aquí el autor ha sido muy pícaro al trasladar la erótica del poder a las mujeres de los políticos más que a ellos mismos. Una pequeña venganza que se permite.
[caption id="attachment_431" width="205"] El verdadero Wole Soyinka[/caption]
La lectura dramatizada es una herramienta fantástica para ganar adeptos al teatro. Yo ya había leído esta pieza en una limitada edición de la editorial Simancas, que la publicó dentro de su colección el Parnasillo de miniaturas editoriales. Verla medio dramatizada por experimentados actores como Paco Vidal, Arturo Querejeta o Natalia Hernández, me ofreció una idea muy aproximada de los resortes cómicos de la pieza, y sobre todo, de sus efectos en el público. Y, además, está la ventaja de poder charlar luego con un tipo tan divertido como Alonso de Santos, que no se corta en hablar de Artaud en estos términos: “Es un gran poeta pero en absoluto un hombre de teatro, Artaud como dramaturgo es un invento de colgados”. O esta otra perla: “¿Que quién es el Premio Nobel que aparece en la obra? Wole Soyinka. ¿Alguien ha leído algo de él?”. Y esta última: “Soy famoso porque me leen desde hace treinta años en los colegios. Y también me va muy bien en las cárceles, allí soy el favorito. A veces me preguntan de qué los conozco”.