Stanislavblog por Liz Perales

D’Odorico, culto, esteta, grandísimo escenógrafo

5 diciembre, 2014 11:28

El escenógrafo Andrea D’Odorico murió ayer a las ocho de la tarde. Su corazón se paró justo cuando salía del taxi que le dejó a las puertas del teatro Lope de Vega de Sevilla. Como era habitual, Andrea solía ir de gira con los actores de las obras que producía. Y ayer murió, como se dice popularmente, con las botas puestas. Iba a ver a Verónica Forqué, Joaquín Notario, Juan Fernández y José Manuel Seda, que actuaban en Así es, si así fue, un recital literario que transita por la historia de España desde los Trastámara a los Austrias, y que Andrea había producido, además de firmar la escenografía.

Amigos cercanos han informado que su cuerpo será incinerado y que todavía no se ha decidido cómo se organizará el duelo en Madrid, donde D’Odorico vivía con su pareja sentimental, el autor Juan Asperilla. La Junta Directiva de la Academia de las Artes Escénicas ha decidido concederle la Medalla de Oro a título póstumo, la primera que otorga esta institución en su corta existencia. La cuestión de los homenajes y premios era un asunto que D’Odorico llevaba mal, no le gustaba recibirlos porque, según decía, era síntoma de vejez. Así me lo hizo saber cuando recibió este verano en Mérida el Premios Ceres a la Mejor Trayectoria Profesional. Hace poco le pregunté en el estreno de El zoo de cristal por su salud: “Mi único problema es que soy viejo”, contestó lacónicamente.

D’Odorico ha sido uno de los grandes escenógrafos del teatro español de los últimos 40 años, y ha destacado en una parcela de las Artes Escénicas a la que no se le presta mucha difusión, a pesar de la importancia que tiene. De origen italiano (nació en Udine en 1942), estudió Arquitectura en Venecia, pero en la década de los 70 se instaló en España, iniciando una fructífera carrera artística con Miguel Narros, con quien fundó el Teatro Estable Castellano y el Teatro del Arte. Ambos, dos estetas con un gusto muy parecido, conformaron una de las parejas artísticas más celebradas de aquella década y la siguiente, llevando a escena los grandes títulos de la literatura dramática española y también del repertorio universal.

Cuando Narros fue nombrado director del Teatro Español de Madrid, en la década de los 80, el tándem Narros-D’Odorico ofreció sus espectáculos más brillantes y memorables. Miguel al frente de las labores de dirección y figurinismo, Andrea diseñando artefactos escénicos exquisitos y funcionales. De esta época son tres espectáculos que muchos tienen grabados en su memoria:  Sueño de una noche de verano, El castigo sin venganza y Así que pasen cinco años.

Después de esta etapa D’Odorico siguió trabajando, a veces con Narros, en otras ocasiones para otros directores. En la Compañía Nacional de Teatro Clásico realizó bellísimos espectáculos, como El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, que dirigió Narros y para el que D’Odorico diseñó un limpio y austero dispositivo, o El anzuelo de Fenisa, dirigido por Pilar Miró, en el que empleó maravillosos tapices renacentistas a modo de telones.

En las dos últimas décadas se estableció como productor independiente, y demostró siempre una atención a los nuevos talentos que surgían. No fue un periodo fácil para él, la dependencia del dinero público era vital y él se mantenía como podía, trabajaba tanto para grandes como pequeñas compañías sin recursos. Se volvió muy crítico con la, en su opinión, escasa sensibilidad que mostraban por el teatro los políticos y las administraciones, pero también los medios de comunicación.

El nuevo director del Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente, lo había devuelto al teatro en el que tan buenos trabajos ofreció, ya que le había pedido colaborar en la realización de los figurines del Quijote de Arrabal que prepara.

Andrea podía resultar un pelín cascarrabias, pero era de una generosidad y de un carácter entrañable. Su gran porte físico y su acentazo italiano le hacían distinguido y señorial. Era un esteta, un hombre culto y, sobre todo, amaba profundamente el teatro.

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