Stanislavblog por Liz Perales

Al rescate del espíritu del Pombo

14 mayo, 2015 17:54

[caption id="attachment_861" width="560"] La tertulia del Café de Pombo, de José Gutiérrez Solana.[/caption]

Los fines de semana tiene lugar en el cuartel del Conde Duque la revivificación de la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el café Pombo. Está concebida como apéndice de la reconstrucción del fantástico y abigarrado torreón que el autor tuvo en la calle Velázquez y que ahora el museo exhibe. La función es un acierto pues en apenas 20 minutos completa el universo del célebre modernista con una pincelada que solo el arte teatral puede dar, la de captar el espíritu de la intelectualidad más liberal y moderna que él abanderó en el Madrid de principios de siglo XX.

La sagrada cripta de Pombo, libro en el que se inspira esta pequeña representación y en el que Ramón Gómez de la Serna rescata con detalle el ambiente o los ambientes del Madrid que vivió, da una idea de la importancia capital que tuvieron los cafés tanto en el mundo político como cultural, ya que eran auténticos centros de agitación, producción y difusión de las ideas. Y se toma conciencia de la efervescencia intelectual de aquel Madrid, de la conveniencia de los banquetes y homenajes, y de la exigencia al literato no sólo de una buena y original escritura, también de una buena retórica para hablar en público. Gómez de la Serna era una de las figuras  más carismáticas y veneradas, y mantuvo desde 1912 y hasta 1937 una tertulia literaria en el café de Pombo, un sombrío establecimiento en la calle Carretas, muy cerca de la Puerta de Sol.

La concepción escénica de lo que pudo ser esta tertulia tiene algo de carambola espontánea, pues surge tras una sucesión de testimonios e imágenes que han quedado de aquellas reuniones de pombianos que se celebraban los sábados por la noche. Partiendo del célebre cuadro de Gutiérrez Solana, los artífices de esta “revivificación” han recuperado a los  siete personaje de la pintura que acompañan a Gómez de la Serna en el cuadro: el periodista y escritor Manuel Abril, el crítico de teatro Tomás Borrás, el poeta José Bergamín,el pintor santanderino José Cabrero, el poeta y periodista Mauricio Bacarisse, el pintor Solana, el poeta venezolano Pedro Emilio Coll y el ilustrador Salvador Bartolozzi.

La mano dramatúrgica de Pedro Manuel Víllora, que ha contado con la dirección escénica de Félix Estaire, ha deslizado con acierto el protagonismo de la función en dos personajes: Gómez de la Serna y Gutiérrez Solana, los únicos que ofrecen una leve mueca en el cuadro. El grupo celebra esa noche que el pintor haya terminado su obra y que haya decidido que cuelgue de las paredes del Pombo, aunque será el autor de las Greguerías su destinatario final. Gómez de la Serna, protagonizado por Javier Prieto, hace las presentaciones de sus contertulios, y elogia con su verbo literario y gregueresco y exhibiendo la personalidad imanadora que le imaginamos, la figura de Solana, cuyos cuadros, dice, se han exhibido en Londres y hasta han sido adquiridos por el pintor norteamericano Sargent.

Gutiérrez Solana (a quien da vida Vicente León) aparece primero escorado en un extremo de la reunión, creando la ilusión de que está tomando apuntes para el cuadro. Más tarde se integra en la tertulia y ofrece un hermoso discurso (que en realidad es una carta que le envió a Gómez de la Serna), en el que dice no haber quedado contento con el resultado final del cuadro: “Un cuadro a medio conseguir". Responde también con elogios a Gómez de la Serna, al que considera “el más raro y original escritor de esta generación”, habla de sus múltiples y variados escritos, que reflejan sus variopintos intereses intelectuales, y señala que faltan muchos de los miembros que solían acudir a  esta tertulia, pues habría sido imposible representarlos a todos.

La función se remata con la declamación de los Mandamientos que debe cumplir el tertuliano del La cripta del café de Pombo, entre los que me llamó la atención “respetar el espejo por encima de todo. Si se observa el cuadro, este está dispuesto de forma que imita hábilmente la idea velazqueña de reflejar a una pareja que parece contemplar desde fuera, entre sorprendida y muda, el ritual que el escritor y sus amigos oficiaban; pero el espejo también puede confundirse con un cuadro. De esta manera no sabemos bien si es un reflejo de la realidad o simplemente una ficción artística, como la vida misma. Otras reglas que me resultaron simpáticas se refieren a “no venir a Pombo desde otro café y después de haber ido al teatro”, “no hablar de toros ni de autores” y tampoco “buscar un editor”.  Y, por supuesto, hacer una consumición.

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