[caption id="attachment_947" width="510"] El cantante Matisyahu[/caption]

La  exclusión del músico Matisyahu del programa del Festival Rototom Sunsplash ha dejado a la dirección del macroevento a los pies de los caballos, sobre todo por su pretensión de arrancarle al músico una confesión que le obligara a mentir en contra de sus creencias. Afortunadamente, ayer el Festival pedía perdón al músico y decía que había sido objeto de “presiones, amenazas y coacciones promovidas por  la organización Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS)” . No estaría mal que conociéramos las formas de operar que tiene este “lobby” antijudío; sería un auténtico acto de contrición del Rototom si nos informara de ellas.

En su última declaración el Festival se retractaba de su actuación, en especial en lo referente a  la confesión pública que le había exigido al músico, y reconocía  haber actuado de forma equivocada: “Fruto del boicot y de la campaña de presiones, amenazas y coacciones promovidas por Boicot, Desinversiones y Sanciones del País Valencià al considerar que podían alterar gravemente el normal funcionamiento del festival, lo que impidió gestionar la situación con lucidez”. Por ello pedía a Matisyahu que volviera al cartel el 22 de agosto.

Valoro la rectificación, pero no puedo esconder la inquietud que me causan estas decisiones, espontáneas o no, de gestores o empresarios culturales que ponen de manifiesto una idea de la cultura y, por extensión de la libertad, nada edificante. Porque no sólo revela una falta de respeto por parte de los organizadores del Festival al músico y una desinformación acerca de la organización que les presiona, también nos informa de la idea que tienen del arte como instrumento al servicio del poder o de los poderes, y de la consideración que dan a sus artífices, la de meros peones a su merced.

Creo que el Festival perseguía expulsar a Matisyahu del cartel al pedirle una declaración sobre el sionismo y el conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos. Pretender que este músico de origen americano pero comprometido con Israel y, además, un profundo estudioso de la Torá, se plegara a los requerimientos de la organización antijudía BDS era exigirle un acto de humillación. Sólo hay que rastrear en internet un poco para comprobar que esta organización está fundada por el fanático propagandista palestino Omar Bargouthi, sobre el que hay sobradas pruebas de ser un difamador profesional de las acciones de Israel, estado que por supuesto no reconoce.

Esta vieja práctica de la expulsión acompañada de declaración pública recuerda las purgas  narradas en La confesión por el checo Artur London, una víctima del sistema represivo estalinista que él mismo contribuyó a crear. London explica en este libro autobiográfico no sólo cómo los críticos eran expulsados del partido comunista, castigados y encarcelados; el énfasis, sin embargo, estaba en desposeer a los disidentes de sus ideas, obligarles a retractarse de ellas mediante la tortura y a mentir y firmar delirantes declaraciones en las que sostenían ser autores de acciones anticomunistas que nunca habían cometido antes de acabar fusilados. Los que sobrevivían sin haber firmado las mentiras urdidas por los policías, eran tratados como enfermos mentales, pobres locos con un ideal comunista totalmente equivocado.

Puede que se diga que es un ejemplo extremo y que España no es la Rusia soviética. Por fortuna que no. Pero el incidente de  Matisyahu da cuenta de la permeable influencia política que tienen algunas organizaciones, sobre todo de izquierda, en el mundo de la cultura y hasta dónde están dispuestas a llegar imponiendo prácticas totalitarias. También de cómo la idea de  valorar el arte en función de la ideología de sus artífices está más extendida de lo que se cree en nuestro país. Cuando hoy  admiramos las Pirámides de Egipto o las obras de Shakespeare ¿nos preguntamos por la ideología de sus autores?