Peter Brook estrenó ayer Battlefield en la 33 edición del Festival de Otoño de Madrid. Nadie mejor que él para despedir la era Ariel Goldenberg del Festival, ya que su compañía Bouffes du Nord ha recalado en casi todas las ediciones que ha programado. Ahora se abre un nuevo capítulo para el Festival, pendiente todavía de resolver la incógnita de su próximo director, que será uno de los cuatro candidatos que se han presentado al concurso público convocado por la Comunidad de Madrid: Carlos Aladro, Natalia Álvarez-Simó, Mariano de Paco y la productora y distribuidora La Zona.
Los candidatos a dirigir el Festival están todos radicados en Madrid, son casi todos de la misma generación y comparten experiencia en gestión cultural: Carlos Aladro dirige el Corral de Alcalá de Henares, vinculado a La Abadía; Natalia Álvarez-Simó trabaja en Iberescena; Mariano de Paco es director y gerente de la Academia de las Artes Escénica, y La Zona es una productora y distribuidora de cine y teatro dirigida por Gonzalo Salazar-Simpson.
Respecto a Battlefield, los que vimos ayer la función tuvimos la suerte de ver en los Teatros del Canal al maestro en persona. Cuando Brook salía del patio de butacas hacia los camerinos, recibió un aplauso del público. Respecto a la obra, concentra la historia medular del gran libro épico Majabhárata, que Brook llevó a escena hace 30 años en un espectáculo de doce horas de duración y que narra el enfrentamiento de dos ramas dentro de la familia Bharata (sinónimo de India en hindi). Precisamente aquel montaje de larga duración se programó en la I edición del Festival de Otoño.
Este de ayer duraba unos 70 minutos y es un ejemplo de las teorías escénicas del maestro sobre cómo alcanzar una poética de la escena con la máxima sencillez y un espacio prácticamente vacío, ocupado únicamente por actores y luz. La dramaturgia, estructurada como una cadena de relatos o cuentahistorias, y la limpia puesta en escena, con un suelo color tierra, me trajo a la memoria el relato de su experiencia haciendo teatro por los poblados africanos. En sus memorias, Hilos de tiempo (Siruela), Brook cuenta que en aquellas latitudes bastaba la sombra de un árbol para reunir bajo ella a un corro de espectadores atraídos por los relatos de los actores, capaces de atraer y absorber su atención durante un buen rato.
Este espectáculo respira este aire, con la diferencia de que tiene lugar en la sofisticada sala roja del Teatro del Canal y con cuatro magníficos actores que nos transmiten bonitas y aleccionadoras historias de la mitología hindú. ¿Cómo se repone un pueblo después de una guerra? ¿Cómo recuperar la paz con tantos muertos caídos en la batalla? ¿Estamos condenados a vivir con la guerra? ¿Cuáles son las claves para un buen gobierno?
Brook firma la dramaturgia y dirección de este montaje con su compañera Merie-Hélene Estienne. Es aleccionadora la naturalidad con la que los actores pasan del relato a la escenificación de las historias que cuentan, ayudados por la música del percusionista Toshi Tsuchitori que funciona como un reloj y marca las acciones. Estos cuatro actores -Carole Karemera, Jared McNeil, Ery Nzarama y Sean O’Callaghan- son unos ilusionistas: con unos simples y coloridos fulares y mantones llevan al espectador al río Ganges, por bosques plagados de animales, o sugiere los personajes y dioses de sus historias. De esta manera, por el método de la evocación y el asombro, el espectáculo funciona como un haiku japonés.